La estafa socialista |
Escrito por Luis Alberto Buttó | @luisbutto3 |
Miércoles, 13 de Febrero de 2019 11:13 |
El «socialismo del siglo XXI», voceado como novedoso, original, repensado y reelaborado por estar supuestamente motivado por el deseo de adaptarse a realidades emergentes, a la idiosincrasia y realidad histórica venezolana, nada de ello tuvo como signo distintivo. De manera esquemática y sin ningún valor agregado medido en profundidad conceptual, desde el pistoletazo de partida, los ideólogos (la dirigencia del «chavismo») de este sistema perverso de dominación político-económica se conformaron con reeditar, en desmejorados actos histriónicos, los ajados manuales de la fenecida era soviética. En verdad, no podían hacer otra cosa; el olmo no produce peras. El socialismo, llámesele como se le llame e instáurese en la época en que se instaure, no es más que una gigantesca estafa social pues, amén de no aportarle ningún beneficio a la población del país que lo sufre, le acarrea todas las penurias imaginables. ¿Las razones de esta inevitable tragedia? En el socialismo se utilizan los instrumentos de coerción a disposición del Estado para la consecución del objetivo estratégico de edificar una sociedad definida por la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción. Léase, trabas insalvables para que el hombre se enriquezca por sus propios medios, inteligencia y esfuerzo, y por tanto se vea obligado a depender del Estado para asegurarse la subsistencia. Dicho de otra forma, relaciones de subordinación entre un universo de menesterosos (el pueblo, genéricamente hablando) y el único gran benefactor (el Estado todopoderoso). En el socialismo, la estatización de los medios de producción se asume exclusiva garantía de éxito en la transformación de la sociedad, en tanto y cuanto se proclama que sólo con el empuje dado por las acciones emprendidas por la vanguardia partidista en ejercicio del poder político se pueden contrarrestar las desigualdades del orden social. Meras babosadas. Estos supuestos están embebidos de falsedad absoluta desde su propia concepción teórica y, además, fueron (son) desmentidos por el desarrollo histórico concreto de aquellos países donde llegó a implantarse el socialismo, dado el caso que la dirigencia revolucionaria, si algo supo y sabe hacer a carta cabal, es convertirse velozmente en la más voraz de las clases dominantes. La usufructuaria real de la poca o mucha riqueza que llegue a generarse fronteras adentro. Así las cosas, en la praxis cotidiana, el socialismo, por el hecho de ser un modelo económico centrado en la propiedad colectiva (estatal) de los medios de producción, en sí mismo no es otra cosa que un gigantesco y por ende hipertrofiado capitalismo de Estado, donde la estructura de clases sociales y las relaciones sociales de producción establecidas entre ellas son delineadas por la presencia hegemónica del aparato estatal en el paisaje productivo existente, lo cual da pie para el mantenimiento de profundas desigualdades sociales, resulta del concierto de los grupos privilegiados establecidos. Grupos privilegiados muy fáciles de detectar en el día a día pues el comportamiento característico de cada uno los retrata sin claroscuro alguno, en la medida en que es trazado como resulta inmediata de las articulaciones desarrolladas entre la arquitectura oficial-institucional y la arquitectura económica; la primera derivada de la segunda y la segunda subordinada a la primera, en relación dialéctica. Se conforma de esta manera una especie de trilogía malévola en la cual convergen, en primer lugar, el funcionariado que, en aras de enriquecerse sin prurito alguno, se aprovecha de la preeminente posición alcanzada en el entramado estatal y gubernamental para desarrollar en su favor, directamente o a través de personas interpuestas (mayoritariamente, con base en los vínculos establecidos en torno al clan familiar), el conjunto de negocios desprendidos de la participación del Estado en empresas generadoras de bienes o servicios. En segunda instancia, los ocupantes de cargos públicos no propiamente involucrados en actividades conexas con el sistema productivo concreto, pero que disfrutan de manera ostentosa de prebendas o canonjías otorgadas por su adhesión al oficialismo. Como es dable comprobar, ambos sectores alcanzan elevados estándares de vida que contradicen a todas luces la verdadera vocación del servidor público y desentonan, de manera repugnante, con las penurias socioeconómicas sufridas por la mayoría de la población. Por último, allí donde efectivamente hayan sobrevivido en función del grado de radicalismo puesto en práctica al momento de expropiar los medios de producción existentes, hacen acto de presencia los actores privados no insertos en el entramado oficial pero sí asociados con éste, sobre todo en la trastienda, pues, las más de las veces, actúan como testaferros de los personeros anclados en los intersticios estatales-gubernamentales y/o a partir de su relación personal con tales personajes son beneficiados vía contrataciones y/o adjudicaciones, que se traducen en pingües ganancias para sus negocios particulares. Los tres segmentos señalados agrupados bajo la consigna de llenar el saco a como dé lugar. El saqueo del país como norma de vida. La impostura como único principio de conducta. El actuar concertado de los estamentos arriba descritos engendra la nueva clase social dominante, la única que realmente se beneficia con la existencia del socialismo. Casta desvergonzadamente excluyente, clasista y discriminatoria, delimitada por el «sacrosanto» privilegio de pertenecer al partido o relacionarse con la jefatura del mismo; por señalar su comunión con la elemental doctrina contenida en el burdo manual en boga; o por gritar falsarias consignas sobre la lucha de clases, en aras de adular a los cenáculos gobernantes. Brutales relaciones sociales de subyugación cínicamente justificadas con sofismas intragables del tipo la construcción del hombre nuevo y la consecución de la verdadera independencia, por ejemplo. En consecuencia, mientras la mayoría pasa hambre o se muere en hospitales derruidos, unos pocos, regodeándose en su inmundicia personal, saborean los bienes que jamás se ganaron con el honrado sudor de su frente. Élite indecorosa en tanto y cuanto por sus acciones políticas y estilo de vida ostentado contradice flagrantemente la constante retórica oficial ensalzadora del desprendimiento personal que supuestamente la caracteriza. Élite aberrantemente hipócrita ducha tan sólo en gritar consignas desfasadas, anacrónicas, equivocadas, sobrecargadas de moralina causante del mayor hartazgo posible. «Allá va el ladrón» gritan constantemente para camuflar sus fechorías. Por estas razones, todo experimento socialista es despiadado, cruel, injusto e inhumano, en la medida que irremediablemente arrastra tras de sí el empobrecimiento generalizado de la población, el anclaje de estructuras económicas y sociales propias del subdesarrollo y la consolidación en el poder político y económico de camarillas que al monopolizar los asuntos del Estado y del gobierno incurren descaradamente en prácticas tiránicas. Por consiguiente, allí donde hay socialismo, se aplastan sin pudor las libertades fundamentales del ser humano y se destruye toda posibilidad de construir ciudadanía. Desde que se instaura, el socialismo muestra su espantoso rostro autoritario. Cuando crece y se consolida, su cara muta a hórridos contornos totalitarios. De socialismo dispuesto para hambrear y oprimir hemos tenido demasiado en estos lares. ¡A ver si apuramos el paso para escapar de la debacle! @luisbutto3 |
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