Abusos que hacen llorar
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Jueves, 20 de Septiembre de 2018 00:00

altNo es fácil, ni lo ha sido, consolidar un sistema político basado en condiciones que promuevan el ejercicio de la democracia.

Entendida ésta, no tanto como el gobierno del Estado donde el poder es ejercido por el pueblo a través de mecanismos de participación mediante procesos de elaboración y toma de decisiones. Pero sí, como doctrina que implica la motivación necesaria con el propósito de establecer una forma de vida en sociedad. 

Sin embargo, la cuestión no queda sólo en alcanzar tan denodadas metas. La situación en su mutación como proceso político, económico y social, se convierte en un juego de azar. Particularmente, porque las vías para lograr tales objetivos se trastocan a medida que intervienen actores con distintos proyectos, razones de diferente talante y condiciones de desiguales calidades. 

Por otro lado, en un sistema político regido por presunciones autoritarias y disposiciones totalitarias, como en efecto es el caso Venezuela, allanar las realidades bajo prospectos que sigan dicha tendencia, tanto sociopolíticas como socioeconómicas, la cuestión tampoco es sencilla. Tan beligerantes intenciones, han de chocar con actitudes contrarias lo que hace que las ideas de coerción y coacción exijan de la sagacidad propia de trampas, engaños y mentiras. Desde luego, todo ello apoyado en la represión necesaria mediante la cual el régimen en cuestión puede asegurar su enquistamiento en vista de estabilizar sus macabros planes de reducción de una oposición manifiesta y abierta. 

Justamente, en esa línea de pensamiento, el régimen socialista venezolano ha seguido el ejemplo de dictaduras tan férreas como vivido en Cuba desde los albores de la década de los 60 del siglo XX. Aunque quizás, mejorando la lección en virtud de las prestaciones servidas por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Tanto, como por novedosos criterios de marketing político, así como por nuevas teorías de conspiración y metodologías de soborno, chantaje y extorsión. 

Bajo tales premisas, el régimen sorprende a los venezolanos con la idea del carnet de la patria el cual es un facsímil de la tarjeta (cubana) de racionamiento. Sólo que en Venezuela, se buscó que dicho carnet “patriota” respondiera a una serie de controles que habrán de servir para tener monitoreado al venezolano en casi todas sus actividades, compromisos y ocupaciones. El obligado carnet, es un recurso aportado por tecnología de punta, importada, con el malicioso propósito de perseguir al venezolano al extremo de asediarlo en sus movimientos. Pero reducido a la categoría de individuo sometido, subordinado y aporreado por medidas que van secando su espíritu de superación y vaciando sus libertades como razones de vida.

En un contexto político, cercado por imposiciones que fiscalizan y hostigan el desenvolvimiento del venezolano, el abusivo carnet incita realidades marcadamente obstinantes. Groseramente machacadoras que escarban, incluso “bajo las piedras”, cualquier ruta de escape a través de la cual el opositor pueda aventarse hacia instancias donde puedan respirarse libertades. De ahí que el uso del opresivo carnet, forzará al venezolano a estar peor sometido. Aunque a punta de engaños divulgados por la hegemonía comunicacional gubernamental. El mismo no ha sido otra cosa distinta, que la aplicación inconstitucional y chapucera, con un alto costo político, tecnológico, logístico y financiero, de un impúdico chantaje convertido en una fachosa “credencial”. Sus efectos sólo dejan ver lo que las acosadoras realidades políticas, ocasionan a lo largo de su manejo. O sea, tal carnet, mal llamado de la patria, es reflejo de abusos que hacen llorar.


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