Caso Requesens el disfrute morboso del poder
Escrito por Trino Márquez C. | X: @trinomarquezc   
Jueves, 16 de Agosto de 2018 06:12

altEl supuesto atentado cometido contra el Alto Mando Militar y Nicolás Maduro ha servido para mostrar, una vez más, la forma morbosa cómo la cúpula del régimen

disfruta del control del Gobierno y de las instituciones del Estado, especialmente de la Fiscalía, órgano concebido para resguardar los derechos humanos. 

Contra el joven y combativo Juan Requesens ha habido ensañamiento Mostrarlo en cadena nacional en precarias condiciones físicas; fuera de sí; con cara y voz de enajenado, fue una muestra de hasta dónde Maduro y los hermanos Rodríguez están dispuestos a llevar la venganza contra el país, concebida desde hace cuatro décadas, cuando –con motivo del secuestro de William Niehous- fue detenido y asesinado Jorge Rodríguez padre. Los videos de Requesens revelaron ese aspecto maligno que la camarilla gobernante ya no se ocupa de atenuar. Maduro, en tono burlón, dijo posteriormente que Requesen se había puesto “un poco nervioso” cuando la policía política lo había detenido. Ese joven ha demostrado un coraje que ya quisieran exhibir los acompañantes de Maduro, que no se mueven ni a la esquina sin un escuadrón de guardaespaldas. 

Cuesta creer que facineroso que haya participado en un conato de homicidio contra el Presidente de la República en un régimen autoritario, algunos de cuyos autores materiales habían sido capturados a pocas horas de haberse perpetrado el hecho, en vez de esconderse, “enconcharse” en el argot político, se haya instalado tranquilamente en su casa en compañía de su esposa, de su pequeña hija y de sus padres, esperando que la tormenta pasara. ¿A quién iba a despistar?

Tradicionalmente los jefes de Estado tratan de disminuir la carga explosiva de los atentados que se cometen en su contra. Ronald Reagan, quien en 1981 estuvo a punto de morir de un disparo porque la bala se le alojo en un lugar que los aparatos radiográficos de la época no detectaron, jamás se encarnizó contra su victimario. Dejó que los cuerpos de seguridad y los tribunales actuaran. Se refería al episodio con humor e ironía, intentando demostrar que no les temía a los lobos solitarios ni a las conjuras. Nunca inventó conspiraciones absurdas, ni culpables peregrinos, a pesar de que la Guerra Fría aún estaba lejos de concluir y existían suficientes motivos para suponer que la Unión Soviética o cualquier otro sector del comunismo internacional podían tramar un complot en su contra. Los verdaderos problemas de los Estados Unidos no giraban en torno a la vida del Presidente, sino alrededor de los norteamericanos.

Cuando en 1986 se produjo el atentado contra Augusto Pinochet cerca de Santiago de Chile, tramado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), ciertamente la respuesta de la dictadura contra la oposición fue implacable. Pero del asunto se ocuparon los órganos de seguridad del Estado porque el tirano los dejó actuar, como correspondía. Pinochet tenía demasiadas cosas importantes que atender para estarle dedicando tiempo a convertirse en mártir. El papa Juan Pablo II fue objeto de un atentado en 1981.  Su victimario fue capturado inmediatamente. El Papa perdonó a su agresor. En 2000 logró que el gobierno italiano indultara al terrorista turco.

Solo los megalómanos comunistas se regodean inventando conjuras, muchas de las cuales son producto de su paranoia. Stalin y Mao fueron maestros en ese arte. La alucinación desató cacerías que provocaron el aniquilamiento de generaciones completas de viejos y nuevos dirigentes de sus respectivos partidos. Fidel Castro transformó a Cuba en una inmensa cárcel, producto de su delirio persecutorio. Los fidelistas hablaban de más de 700 intentos fallidos. Una exageración concebida para exaltar al héroe.

Para convertirse en un verdadero líder, Maduro necesita elaborar una leyenda heroica. Construir su propio mito, independiente del de Hugo Chávez. El episodio del 4 de agosto quiere convertirlo en su Juramento del Samán del Güere. En el acto bautismal de su epopeya. No puede. La ferocidad con la que actuó contra Juan Requesens, la desmesura de sus ataques a Julio Borges y todas las dudas y sospechas que el episodio suscita, bloquearon la posibilidad de que el incidente de la avenida  Bolívar proyecte su imagen de un estadista al borde del precipicio.

El país sufre demasiados y graves problemas, precisamente por su culpa, para estarse ocupando de la suerte de Nicolás Maduro. Los verdaderos líderes, decía su mentor Chávez, son solo briznas que van y vienen con el viento. Jamás convierten su seguridad personal en el epicentro de  la vida nacional. El goce obsceno del poder siempre provoca nefastas consecuencias para las naciones sometidas a tales devaneos.

        


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