Ante el final: el colapso
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Domingo, 18 de Marzo de 2018 07:11

altEl régimen, finalmente, colapsa por sus cuatro costados: la economía, la sociedad, la política, las Fuerzas Armadas.

Los llamados Comacates se rebelan y las tropas no parecen dispuestas a seguir el camino de la miseria extrema a que las condenan Nicolás Maduro, Vladimir Padrino y su Estado Mayor. La implosión del único sostén que permite la sobrevivencia de la tiranía parece inminente. La oleada de detenciones de oficiales retirados o en ejercicio, ex chavistas e incluso hasta hace nada cercanos al actual gobierno, leales a la Constitución y a sus obligaciones patrióticas, conscientes de la inmensa gravedad de nuestra situación,  no puede continuar sin que la rebelión se extienda por los cuarteles. Ya explotan. Todo indica que el régimen está llegando a su fin. La masacre de El Junquito no puede generalizarse sin desatar el infierno de la Guerra Civil.

La situación internacional no puede ser más desesperada: el nuevo secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo lo dijo con todas sus letras: Maduro no tiene salida diplomática. En una reciente mesa redonda elebrada en la Casa América de Madrid, Luis Almagro y Mario Vargas llosa coincidieron en condenar al régimen y rechazar sin medias tintas la farsa electoral de Mayo, respaldada por el sector más complaciente y colaboracionista de la ex MUD representada por Henry Falcón, Felipe Mujica y Pedro Pablo Fernández (Leer aquí)

¿Cuál es la única salida que tiene la dictadura frente a un rechazo tan descomunal? Acciones de facto. La renuncia, la entrega del poder a una Junta Patriótica, huir de Venezuela, escapar al exilio. O arriesgarse a verse sobrepasado por una intervención militar, ya abiertamente perfilada,  y terminar ante un expedito tribunal de guerra. Que a estas alturas del desprecio internacional no encontraría el menor reparo. El deterioro de su situación es extremo. No cuenta con el respaldo de ninguna de las democracias importantes de las región y los gobiernos que lo apoyan carecen, como el suyo, de toda credibilidad. Son gobiernos títeres de la tiranía cubana o fichas del decadente Foro de Sao Paulo. Y en el colmo de su aislamiento internacional, debe enfrentarse con la decisión de los Estados Unidos y del Grupo de Lima que instan a que llegue a su final. 

Bajo tales circunstancias, todas las condiciones están dadas para que un golpe de Estado encuentre el beneplácito de la comunidad internacional. El compromiso de vida o muerte de Cuba, último refugio de la tiranía, no puede poner en peligro la sobrevivencia del propio régimen cubano. Que de la misma manera que se abstuvo de intervenir en situaciones semejantes para salvar su pellejo, tendrá que seguir el mismo camino que siguió cuando la invasión a Panamá que sacó a Noriega del Poder: cerrar la boca. 

Se cumple matemáticamente lo que hemos venido señalando desde hace más de tres años: el colapso del régimen será el producto inevitable de la acción de los factores externos. Que están, sin ninguna duda, detrás de la crisis militar en que se debate la sobrevivencia de Nicolás Maduro. 

Se explica el desembozado y ominoso respaldo que la dictadura le ofrece a Henry Falcón y sus asesores para allanarles el camino hacia el Secretario General de la ONU y obtener su respaldo en el trámite electoral que constituye su última jugada política. No se explica el sórdido papel colaboracionista que desempeñan el candidato y sus acompañantes. Asombra la miopía histórica de un político de vieja escuela, como Felipe Mujica, y la del hijo de un líder histórico, que se ve empujado a las mayores alturas del desprecio público, Pedro Pablo Fernández.  La fotografía en que posan junto al último embajador de la tiranía ante la ONU, Samuel Moncada, pasará a la triste historia de las últimas boqueadas del tirano. Es un testimonio de la infamia. 

No es mucho mejor la situación en que quedan los promotores del llamado Frente Amplio, que malversando el merecido prestigio de muy importantes figuras de nuestra vida religiosa, académica y otras destacadas personalidades de nuestro quehacer público, se prestan a barnizar con un soplo de legitimidad a una tiranía que ha cerrado todas las salidas políticas, ha prostituido el trascendental mecanismo del diálogo y ha llevado la opresión, la persecución y los espantosos sufrimientos de nuestro pueblo ante esta crisis humanitaria a niveles jamás vistos en Occidente. 

Ante la generalizada debacle de los partidos políticos y el juego al que se han prestado durante todos estos años sus máximas dirigencias y sus timoratas militancias, avalando la legitimidad de un régimen tiránico y espurio, cabe la pregunta acerca de nuestro reservorio político, académico y moral con el que enfrentar la resolución final de esta gravísima crisis, que supone el colapso de doscientos años de esfuerzos republicanos.  

Muertos o desaparecidos del escenario político los líderes históricos que dirigieran a la nación durante sus únicos cuarenta años de pulcra democracia republicana y pervertidas las élites políticas, mediáticas, empresariales, incluso académicas ¿con quienes contamos para hacer frente al futuro inmediato que se abre ante nosotros?

Debo señalar, en primer lugar, el valor incuestionable de nuestra Iglesia Católica, que no ha desmayado en denunciar y repudiar las prácticas dictatoriales y anticristianas con las que el castrocomunismo, el caudillismo militarista y los grupos y pandillas delincuenciales que han asaltado el poder de la República se han encargado de devastar a nuestra Patria. También a quienes, negándose a hacer de comparsas de las dirigencias políticas que aceptaron humillarse ante el Poder y correr en su auxilio en busca de sus prebendas y granjerías, han arriesgado sus vidas y han pagado con inhabilitación, persecución, cárcel y destierro su fidelidad a sus ideales, valores y principios. Jamás aceptaron transar en conciliábulos, compromisos y diálogos sin otro propósito que dilatar y evadir la resolución final de nuestra tragedia. Me refiero a María Corina Machado, a Leopoldo López y a Antonio Ledezma. Y a todos aquellos que se vieron obligados, compelidos por las circunstancias políticas,  a huir de Venezuela, no en ejercicio de su legítimo derecho a sobrevivir en mejores condiciones materiales y capear este temporal de iniquidades y miserias, sino urgidos y desesperados por la necesidad de salvar sus vidas, sin dejar un segundo de entregársela a la recuperación de nuestras libertades.

Asumir las pesadas y difíciles tareas de conducirnos en esta travesía del desierto, la más compleja y dolorosa de nuestras desgraciadamente abundantes experiencias dictatoriales, requerirá del generoso concurso de nuestros mejores ciudadanos. Si los problemas a resolver sólo fueran materiales, las dificultades, a pesar del catastrófico estado de la Nación,  no revestirían la gravedad que implican. Pero son, en primerísimo lugar, de orden ético y moral. Nuestra crisis es, ante todo, una crisis espiritual. Esta tragedia no se ha extendido por todos estos años solamente por causa de la habilidad manipuladora de los tiranos. Lo ha hecho por la cobardía, la pusilanimidad, la carencia de principios y las ambiciones de unas dirigencias que se han hecho merecedoras de nuestro más absoluto rechazo. Y a la disposición de amplias mayorías a dejarse seducir y captar por las dádivas del populismo del Estado petrolero, sin consciencia de la pérdida de libertad que acarreaba tal seducción. Asistir al festín de Baltasar que se pretende protagonizar en Mayo y no expresarle a Henry Falcón, a Pedro Pablo Fernández, a Felipe Mujica y a todos quienes se prestan a mantenernos encadenados sería un delito de lesa Patria. Deben encontrar nuestro más amplio y combativo rechazo. Debemos insistir, asimismo y como necesario complemento,  en requerir el concurso de la comunidad internacional y pedir la intervención humanitaria para salir cuanto antes de esta tragedia. No existe otra salida.

          

 

         

 

 


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