Recordando el 23 de enero: una recapitulación mesiánica
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Martes, 23 de Enero de 2018 00:00

alt“Recapitulación” es el término con el que Pablo, en su Epístola a los romanos, designa el traer lo olvidado a la memoria, al presente, a la actualidad, a la acción.

La puerta de entrada a la comprensión del tiempo mesiánico; aquel en el que el pasado, el presente y el futuro se funden para permitir la parusía, la vivencia del reino de Dios. Aquel que debemos alcanzar con la máxima urgencia “en el tiempo que resta”. El tiempo en el que estamos. Ahora mismo.

Lo recuerdo pues, guardando las debidas proporciones y distancias, el 23 de enero es, para nosotros los venezolanos, un acontecimiento mesiánico, esencial, históricamente determinante. Que fuera echándose al olvido mientras avanzaba la disolución, la disgregación y el debilitamiento de nuestras raíces. Allí y entonces nacimos a la vida de la Venezuela que aspirábamos ser. A la Venezuela que quisiéramos revivir. Que debemos recapitular, vale decir: sacarla del olvido en el que espera en potencia, para encontrar en él las señales de un nuevo tiempo. En términos también paulinos, “la salvación”. Pues el reino de Dios es el reino de la Libertad, de la reconciliación, del reencuentro, de la felicidad, del amor. No el tiempo de la tiranía, de la traición, del asesinato, la masacre y el olvido.

Y creo necesario establecer las debidas comparaciones, pues el 23 de enero, aún siendo ejemplar y emblemático como fecha de encuentro del pueblo venezolano con su vida en libertad, en plenitud democrática, es ontológica, existencialmente distinto a la situación que hoy vivimos, sin duda una crisis incomparablemente más grave y definitoria que la que estallara aquel 23 de enero de 1958, hoy hace sesenta años.

Ni la dictadura militar de Chávez-Castro-Maduro es comparable a la de Pérez Jiménez, ni la MUD y los partidos que la integran, especialmente AD, eje y clave de la liberación alcanzada aquel día, es comparable a la Junta Patriótica y sus partidos. La dictadura de Pérez Jiménez era inmanente a la Nación, jamás socavó las bases de la República y fue de naturaleza estrictamente político institucional, venezolanista. Fue, como lo fueran todas las dictaduras hasta la aparición de los totalitarismos modernos, una dictadura comisarial: sin afanes totalitarios ni de intenciones devastadoras, escatológicas, auto mutiladoras. Venezuela pudo transitar desde la dictadura a la democracia sin traumas, fracturas existenciales ni hiatos. Exactamente como la de Augusto Pinochet respecto de la tradición republicana chilena. Fue una dictadura modernizadora que no tocó los fundamentos estructurales del sistema. Salir de ella no supuso poner el país de cabeza, sino emanciparlo democratizando su vida orgánico política. Dándole un nuevo sujeto histórico: el pueblo en su heterogénea y  múltiple configuración. Por primera vez en nuestra historia, auténtico protagonista de nuestra vida política. 

La dictadura castrocomunista que hoy enfrentamos es, muy por el contrario, una dictadura devastadora, que se propone liquidar lo real que nos fundamenta y entregarnos a las fuerzas de la disolución, el rencor y el odio. Así como a la desaparición del Estado, la cultura y la civilización que nos caracteriza. Vaciar al país de todas sus instituciones, tradiciones, usos y costumbres. E implantar un régimen totalitario de partido único, policiaco, tiránico, estrangulando al pueblo y su vida política. Conglomerados empobrecidos, arruinados, esclavizados y ruines. Como lo son Cuba y Corea del Norte. Formas momificadas de vida social, petrificadas y desalmadas bajo un Estado que hambrea materialmente y coarta toda posibilidad de desarrollo espiritual autónomo e independiente, liberal y productivo. Esclavismo moderno.

Se agrega a ello la naturaleza hamponil, criminal, pandillesca de los factores de Poder y el uso que dichos factores hacen del Estado, castrado en todas sus potencialidades sociales y convertido en escenario de la lucha entre pandillas por la apropiación de la riqueza. Militarista, represor, terrorista y narcotraficante. Un Estado propiamente forajido.

No lo fue bajo la dictadura de Pérez Jiménez. La suya fue, en más de un sentido, una dictadura ilustrada, que contó con el auxilio y la asesoría de intelectuales de primer rango y que, a pesar de su naturaleza autocrática y autoritaria, represiva y criminal, en lugar de devastar a Venezuela la convirtió en una potencia regional. Exactamente como la de Pinochet y sus fuerzas armadas.

Tampoco la oposición ni los partidos de su tiempo resisten la menor comparación con la MUD y sus partidos. Para sólo referirme al caso de Acción Democrática y el rol jugado por su máxima autoridad, Rómulo Betancourt, en la resolución de la crisis de excepción que entonces se vivía, quisiera citar parte de una carta del 21 de mayo de 1957, dirigida a Carlos Andrés Pérez y a Luis Augusto Dubuc, en la que define el imperativo político existencial de la circunstancia y su propio papel en los sucesos futuros: “He tenido algún trabajo en estos años y rumiado mucho desagrado; sobre todo, ando con el reconcomio de haber sido víctima, o cómplice, de una serie de presiones, desde el interior del país, y desde el exterior; para haber dejado de cumplir con el deber de hacerle la revolución a esta gente. Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950; y deberemos hacerlo en 1957, si no hay elecciones libres…Es más: si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano – evolutivo o a la brava – no nos quedará otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de aquella gente. Por propio respeto, tendríamos que callarnos definitivamente.” (Rómulo Betancourt, Antología Política, Volumen Sexto, Pág. 619, Caracas, 2004).

Es, sin lugar a dudas, la sagrada palabra de un líder mesiánico dispuesto a dar su vida por salvar a Venezuela, desalojar “a esa gente” por las buenas o por las malas, pacífica o insurreccionalmente, e instaurar una régimen democrático, un estado de derecho en Venezuela. O cerrar la boca. No se planteó entonces ni se plantearía jamás la falsa disyuntiva entre “votos o balas” con la que la actual dirección de lo que ha devenido su partido ha evadido sistemática y metódicamente enfrentarse a la dictadura, desalojar al régimen, iniciar la transición y reconstruir el dañado tejido social, político y económico de Venezuela.

El franco y abierto rechazo que encontrara Fidel Castro cuando viniera a Venezuela, ya electo Rómulo pero aún sin haber asumido el mando, es la otra cara del 23 de enero: su liderazgo asumiría una vía liberal democrática absolutamente reñida con el socialismo y con cualquier forma de dictadura. Ya fueran de derechas o de izquierdas, anti imperialistas o  pronorteamericanas. Un régimen de derecho dueño de su destino y su soberanía, impermeable a la traición de sus fuerzas armadas y la entrega de su soberanía. 

Y para definir al gran protagonista de la jornada, las Fuerzas Armadas, ellas estaban imbuidas de un espíritu nacionalista y patriótico, vertical y disciplinado, profesional y estamentario. La antípoda de las actuales fuerzas armadas, sin cuyo interesado, mezquino y mercantil respaldo, incluso al precio de su descomposición ética y moral, el castrocomunismo jamás hubiera alcanzado el Poder en Venezuela.

¿Vale la conmemoración de los Idus de Enero de paradigma, ejemplo y modelo de acción para las actuales generaciones?  Sin la más mínima duda. Sin el componente militar, armado y dispuesto a librar otra batalla por la libertad de nuestra Patria haciendo uso de todos sus medios, ni el pueblo en las calles sirviendo de palanca insurreccional del desalojo, difícilmente podrán removerse las rémoras que nos atan al castrocomunismo. Recapitular las gloriosas acciones del 23 de enero puede volver a confrontarnos con nuestras obligaciones, como lo hiciéramos ejemplarmente en el pasado. Es la ruta. No parece haber otras.

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