Prisioneros de la fatalidad: el caudillismo que nos revisita
Escrito por Angel Rafael Lombardi Boscán   
Martes, 22 de Diciembre de 2009 08:05

altNuestro siglo XIX, y buena parte del XX, no es más que un deplorable tiempo de guerras civiles y situaciones anárquicas bajo el arbitraje de los grandes señores rurales y comarcales, con todo y que se intentó guardar la apariencia de país formalmente moderno con más de treinta textos constitucionales.

Juan Vicente Gómez (1857-1935) viene a simbolizar el arquetipo del caudillo latinoamericano que hace concentrar sobre su persona y familia todo el poder. Y aunque parezca un contrasentido, fue éste campesino andino junto a su predecesor, Cipriano Castro, quienes lograron pacificar a sangre y fuego un país, que de forma súbita como inesperada, se volvió rico. El petróleo vino a cambiar todas las claves fundamentales de un viejo país rural por otro nuevo y urbano. Por primera vez Venezuela logra abrirse al mundo y convalida el desfallecimiento en que se encuentra como territorio de presa exclusivo para estos gamonales.

Nuevas formas de organización política y social se hacen presente de la mano de sindicatos, partidos políticos, medios de comunicación y las universidades. La sociedad se revisa y entiende la necesidad del progreso y del orden sobre nuevos fundamentos más cercanos a la tan esquiva modernidad. La democracia se convierte en aspiración colectiva y buena parte del siglo XX fue propicio para importantes conquistas. De manera sorpresiva el fenómeno del “caudillo de turno y árbitro de todos” quedó aparcado bajo el respeto de las leyes y la alternabilidad en el poder, con todo y las tentaciones indisimulada de algunos de los principales actores por querer emular tan perniciosos ejemplos.

Aunque hubo un momento en que todo se torció y no fuimos capaces de mantener el impulso. Los malos gobiernos empezaron a prevalecer y la corrupción administrativa comenzó a funcionar como un cáncer maligno devastándolo todo en el país. La economía se mantuvo en su fase rentista y nunca llegó a un ámbito cercano a la producción y al ahorro. La injusticia estructural se ensanchó aún más con todo y el crecimiento de una nueva clase media prospera y profesional.

Hemos estado amparados bajo formas republicanas ilusorias, hemos sido incapaces de formar republicanos, por el contrario, seguimos produciendo formas pre-modernas de comportamiento que han servido de caldo de cultivo propicio para la aparición de nuevos caudillos. Hay un divorcio casi total entre las formas ideales y los hechos.

Desde entonces cundió el desencanto y aparecían consignas en las paredes de los cuarteles que decían que había que “Volver a Carabobo” y nuevas biografías que reparaban las imágenes alicaídas de los caudillos del pasado. Todo esto sirvió para la llegada de un nuevo caudillo de estilo locuaz pero con la indisimulada voluntad de mandar sobre todos los venezolanos sin respetar normas y convenciones. Este nuevo autoritarismo bebe en las contradicciones de una Venezuela aún anclada en el pasado y otra que aspira al futuro. Una Venezuela confrontada entre sus ansias de progreso desde los ámbitos de la vida civil moderna y otra que actúa siendo prisionera de la arbitrariedad.

La Historia está llena de ejemplos de una anti-historia que le ofrece oportunidades a los “sobrevivientes” para reparar el daño llevado a cabo por estos “accidentes”, que si bien son recurrentes y tercos, no por ello gozan de prestigio y honorabilidad. Buena parte de nuestro destino personal y social está en nuestras manos junto al de una ciudadanía activa, educada y consciente que representa el principal dique de contención para estos nuevos autoritarismos condenados a formar parte del basurero de la historia.  

(*): DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ





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