¿Y tú que propones? |
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
Jueves, 24 de Agosto de 2017 14:15 |
¿Y tú que propones? Esa pregunta, muy común en las redes sociales, tiene una profundidad psicológica que bien valdría la pena analizar. Lo más superficial es entenderla como un reproche. Ante cualquier posición disidente, la reacción de los seguidores de la tendencia principal es tratar la crítica como si fuera una apostasía. Pero el reproche no es la única conjetura que podemos hacer frente al interrogante. Puede ser que el que la plantee esté consciente de que está jugando con propuestas y reglas imperfectas, pero que esté resignado al curso de acción que ya está operando, aun sabiendo que no lleva a ningún lado. Tal vez quisiera que hubiera otra opción, pero lamentablemente no la ve dentro de lo que es razonable, esto es, sin abandonar su área de confort. Por último, están los que verdaderamente quieren ver otras posibilidades, porque su angustia es genuina. Para cualquiera de los tres niveles de análisis debería valer una primera afirmación general: Una crítica a un curso de acción, ya es el principio de una propuesta alternativa. Afirmar que ese no es el camino, y proveer de las razones que argumentan esa posición, es un magnífico comienzo para enmendar cualquier error, o simplemente para demostrar que en el ámbito sociológico pocas cosas carecen de opciones plausibles. En el caso que nos atañe, me refiero a la lucha cívica para lograr el cambio político que tire por la borda al socialismo del siglo XXI, y permita a los venezolanos iniciar un esfuerzo consistente para lograr mejores hitos de prosperidad. Somos los protagonistas y herederos de una trayectoria de lucha y desafío que no puede analizarse por compartimientos estancos. Comprender lo que nos ha ocurrido y proponer un curso de acción, requiere una composición de tiempo y de lugar deslindada de fanatismos y compromisos partidistas. Exige claridad de propósitos y una revisión, tanto de lo que se ha hecho, como lo que se tiene que hacer.
Solo la mezquindad puede desconocer que los resultados del 2015 son hijos legítimos de la salida del 2014. Una ventanilla de oportunidad electoral fue aprovechada con inteligencia. El régimen en tránsito a lo que es hoy, una tiranía descarada, no pudo contrarrestar una inesperada capacidad para sorprender al régimen, que se vio imposibilitado de hacer una trampa tan monumental como la que debía hacer para voltear los resultados. Se logró una mayoría determinante en el parlamento, con la que se esperaba voltear la tortilla del poder. Usando el tiempo como variable estratégica fundamental, debían tomarse decisiones y hacer los cambios que posibilitaran el cambio político, esta vez de manera pacífica, constitucional y democrática. Una nueva mayoría estaba al frente, y tenía el mandato para hacer lo debido. Pasaron un mes decidiendo quién iba a ser el primer presidente del nuevo parlamento, tiempo perdido para lo sustancial, mientras la contraparte, más astuta, aprovechaba la distracción para acomodar el TSJ. No se puede bajar la guardia, no se puede caer en la imprudencia de la complacencia, no se acaba el juego hasta que se acaba, y este inning estaba recién comenzando. El régimen aprendió la lección. La tiranía se perfeccionó e hizo un control de daños para recuperar por las malas la hegemonía absoluta que perdió por las buenas. Y demostró que no quería ni podía operar en el marco de la diversidad, el pluralismo y la democracia. Los venezolanos vimos como procesos de diálogo eran solamente formas para ganar tiempo y domesticar la oposición. La lamentable puesta en escena avergonzó a los ciudadanos, y la asunción de la neolengua usada por el régimen para encubrir la fatal realidad, ocasionó un desplome de esa alternativa, con la retirada del negociador vaticano, y la presentación de una carta de condiciones que todavía no se ha honrado. El régimen no quería negociar nada. Necesitaba tiempo, y tiempo obtuvo, porque en realidad evitaba el referéndum revocatorio usando triquiñuelas en las que, lo menos importante era cual excusa o procedimiento usaban. Lo mismo pasó con la renovación de gobernadores y alcaldes. El parlamento quedó como referente exclusivo de la legitimidad democrática, pero hay que decirlo, incapacitado para mostrarse como un bloque compacto, porque los partidos exhibieron diferencias respecto de los medios a usar, y los fines a obtener. Lo cierto es que el régimen fue demostrando que no le iba a temblar el pulso para torcerle el pescuezo a las instituciones republicanas, pero nuevamente se excedió cuando su audacia rompió con la cohesión de la coalición gubernamental, al intentar quitarle las atribuciones al parlamento mediante una decisión del TSJ, que fue resuelta entre gallos y medianoche. Hay que señalar que el error del Diosdado-Madurismo fue activar la suspicacia de otros miembros de la coalición gobernante, temerosos del poder absoluto que iba asumiendo una facción respecto de las otras. Eso, por una parte, pero por la otra, el deterioro económico y la desfachatez política se coaligaron para despertar nuevamente la indignación ciudadana, aterrada por la expectativa de una dictadura desprovista de cualquier atenuante, y que en el plano económico aplicaba medidas que profundizaban la crisis. Al frente de la protesta se vieron, una y otra vez, líderes políticos, aunados a una resistencia combativa, seguidos por miles de ciudadanos que coincidían en que resultaba intolerable tanta miseria y represión repartidas. Se fueron acumulando el desgaste del régimen tanto como el agotamiento de un desafío ciudadano que no contaba con dos componentes determinantes: una estrategia, y una campaña asociada a la estrategia. Hubo momentos culminantes como la jornada del 16J, y otros no tan felices como el 30J. Así son los procesos políticos, pero no hay que olvidar que todo este período, lleno de héroes y mártires, posibilitó la alineación internacional que desconoció el fraude constituyente, y colocó al régimen en entredicho. Entonces ocurrió algo que era absolutamente previsible. El régimen desplegó su estrategia, y convocó a elecciones regionales, subordinadas a la Asamblea Constituyente y a todas las instituciones que de ella dependen, incluido claro está, el Consejo Nacional Electoral. Los políticos decidieron agarrar esa banana envenenada que les tiraron, y ahora estamos enfrascados en un proceso regional, cayendo en contradicción, renegando de lo hecho hasta ahora, afirmando imposibilidades e incapacidades, y dejando a todo el mundo en la más absoluta perplejidad. Por esas razones, y porque hay discrepancias sobre su conveniencia o no, frente a la presión de la discusión, y la desorientación general, los ciudadanos responden con la pregunta de marras: ¿Y tú que propones? La respuesta tiene dos vertientes. La primera y más fácil es que yo propongo que no le concedamos al régimen ni tiempo ni legitimidad a sus instituciones espurias. Y que asumamos de una buena vez que se ha perfeccionado, a nuestro pesar, un régimen totalitario cuya esencia es precisamente el no compartir espacios de poder. Que ese perfeccionamiento totalitario tiene agenda y actores en la asamblea nacional constituyente, y que, por lo tanto, carece de sentido ganar lo que ya se ha perdido. Y, por último, asumirnos de una buena vez como lo que somos: una mayoría determinante del país, victimizada por el régimen, que no necesita demostrar una y otra vez lo que desde hace mucho tiempo es: una mayoría victimizada por el totalitarismo comunista que desde hace 20 años se está implantando en Venezuela. Una mayoría que no puede jugar a las reglas del juego democrático, porque no existen condiciones democráticas, sino un régimen violento, que usa la fuerza pura y dura tanto como el fraude y el engaño. Entonces ¿qué propones?
Quien esperaba una respuesta digerible, mágica o fácil de asumir, probablemente se sentirá desalentado. Además, no todo se puede decir. Porque mi propuesta es comenzar de cero, pero aprovechando el capital social y político que como sociedad hemos acumulado, con mucho sacrificio. Lo que no podemos seguir haciendo es equivocando la estrategia, la organización y el liderazgo. Los ciudadanos están allí, esperando una convocatoria genuina y eficaz, que no los desgaste a ellos más de lo que desgastan al adversario. Están ansiosos de una alternativa estratégica inteligente, creativa y profesional. Los líderes tienen que salir a la calle, estar en medio de la gente, escucharlos con atención, y liderar el descontento y las expectativas. Cada uno debería escuchar del líder lo que hay que hacer, y lo que cada uno puede aportar. Los líderes no pueden ir a la calle a pedir respaldo para una candidatura insensata. Deberían estar en la calle ofreciendo opciones de cambio político. Eso si, sin caer en la tentación demagógica de decir que ese cambio es por la vía de ganar unas gobernaciones. Eso es equivalente a tratar de llegar a Cumaná por la vía que conduce a Maracaibo. Una nueva coalición debería tener relevancia ética. Si estuviera en mis manos, esta estrategia contaría con un estratega de la talla de J.J. Rendón, porque esta etapa requiere del uso de todos los recursos que estén disponibles. Y porque no hay tiempo que perder. Este artículo no busca necesariamente la satisfacción de todo el mundo. Es un intento de demostrar que no debemos resignarnos a malos cursos de acción, que solo nos llevan más rápido a la servidumbre. Al final, hago mías las palabras de San Pablo a los Corintios: “En el fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual, y dirá lo que vale. Si uno participó en la construcción y su obra resiste el fuego, será premiado. Si su obra se convierte en cenizas, sufrirán el daño”. La historia será, por tanto, el juez severo al que nos acogemos.
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