País de luto
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Lunes, 31 de Julio de 2017 00:00

altIndistintamente de las realidades que habrán acaecido el domingo 30-J, día de hecatombe nacional, Venezuela padece una situación que marcará

su historia política. Aunque tanto o más cruda, será la historia que pesará sobre la conciencia, el recuerdo y los sentimientos sobre los cuales se crece una familia. O que es igual, todo grupo de seres humanos que se compacta con base en el afecto, la solidaridad y la consanguinidad: la familia. 

Los últimos cien días que ha vivido Venezuela, embutida en el cauce de problemas políticos, sociales y económicos que primaron su discurrir, fue tiempo suficiente para desgarrar la piel y el corazón de familias, gremios, comunidades, escuelas y organizaciones que perdieron alguno de sus miembros. La historia de cada instancia o estamento formado y consolidado alrededor de proyectos de vida o de trabajo, se verá alterada o desfigurada. La ruta que en lo sucesivo habrán de seguir estos núcleos de venezolanos compenetrados en torno a legítimas y frondosas expectativas de desarrollo familiar, se malogró. Su camino se afectó a consecuencia del daño más significativo que puede acarrear la vida en su tránsito. Es decir, la muerte por causas ajenas a la evolución natural de todo individuo. 

Las contingencias políticas, no serán jamás admitidas por sus allegados como pretexto de vida para aceptar la ausencia definitiva de uno de los miembros de su grupo familiar. Pero tampoco, por ninguna otra causa que no sea la determinada por la vida misma. Así que será imposible que la resignación amaine la partida intempestiva de uno de tantos ausentes a quien la vida lo entregó sin más condiciones que las establecidas por las leyes del amor. Ningún decreto o dictamen tiene la potestad para arrebatar vida alguna. Ni siquiera el sentido de patriotismo, casi siempre manipulado según la dirección de fatuos y fútiles intereses que miran el mundo desde una perspectiva sesgada y hasta equivocada. 

El resultado de cualquier análisis que contabilice la magnitud de la desgracia esparcida sobre Venezuela, ocasionó el fatal desmoronamiento de la civilidad, la ciudadanía y de la república. Más, si dichas cifras comprenden la cesación de vidas por manos fratricidas o criminales, ordenada sin contemplación alguna. Sobre todo, si tanta salvajada pareciera provenir de eunucos mentales toda vez que la insensibilidad, el resentimiento, la codicia de poder y la incomprensión, configuran su humanidad. Ante tanta desdicha junta, sólo queda por reconocer que el país se ha quedado sin parte de sus mejores y más capaces hijos. Así que hoy y por siempre, se vivirá en un país de luto.


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