Los últimos días…
Escrito por Alexander Cambero | X: @alexandercamber   
Lunes, 24 de Julio de 2017 00:00

altLa feroz arremetida gubernamental es la confesión del fin de su maldad.

Al sentirse rechazados por la mayoritaria voluntad del pueblo venezolano, han escogido la agresión para buscar, entre cadáveres y heridos, la fórmula que les permita seguir saqueándonos. En la Constituyente recurrieron al artilugio que sirviera como somnífero para someter los reclamos ciudadanos; al no conseguir el objetivo utilizaron las balas del terror.  Su pobre imagen pública es la caricatura patética de la revolución que se creyó nuestro dueño, pero que ahora sabe que su cartabón ideológico es simplemente una opción de mentes enfermas. No existe en el planeta una administración con semejantes niveles de aceptación, solo ocho de cien venezolanos consideran buen presidente a Nicolás Maduro, quiere decir que hasta en las filas del PSUV existe insatisfacción para con las ejecutorias del heredero al trono. Ningún ser racional puede convalidar una matanza. Son más de noventa jóvenes asesinados por las balas del régimen. La Guardia Nacional en consonancia con los grupos delictivos son los responsables de este complot contra las ideas contrarias, solo aspiran que sus retorcidas motivaciones; sean texto constitucional en un bodrio que cocinan en salsa de impunidad. Sería lograr la protección jurídica para tanto pillo oculto en la devastación del estado republicano para hacerlo súbdito del poder del imperio del narcotráfico internacional. Si ahora no contamos con ataques reales en contra de este flagelo, con la constituyente el negocio del ilícito tendría la bendición de la ley. Ese es el fondeo del gran drama que enfrentamos en la actual coyuntura histórica. De la decisión ciudadana de los últimos dependerá nuestra suerte.

El régimen venezolano yace en el fondo del abismo. El proyecto hegemónico que encarnó el militar golpista Coronel Hugo Chávez, ha muerto. Inútiles sus esfuerzos por reanimar una administración profundamente carcomida en la moral, su ruindad es de tal magnitud que no existe órgano sano en un gobierno caracterizado por tener la impronta de las peores vilezas que sociedad Contemporánea alguna pueda arrastrar.  Su féretro tiene el desamparo de las lágrimas mayoritarias. El pueblo cerró sus puertas hace rato, mientras avanza el ataúd por calles desiertas; pálidos rostros marchitados por la desventura revolucionaria que se engendró en los genes perversos, la revolución roció sus entrañas con el formol, que busca neutralizar la hediondez que emana del interior de un gobierno acobijado por la podredumbre. Solo los románticos que creen ingenuamente que pueden despertar del epicentro de las cenizas para volar hasta el cielo de las proezas, individuos que cavilan mientras el accidentado transito los conduce al nunca jamás. Los potentados que hicieron de la revolución su ley de vida hace tiempos huyeron hasta paraísos fiscales en donde disfrutarán de lo robado. Los clavos del ataúd revolucionario los pulen con las tripas del hambre del pueblo, mientras sus líderes ondean la bandera de las riquezas que les dejó su aventura por el poder.    

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