La protesta
Escrito por Macky Arenas   
Martes, 08 de Diciembre de 2009 06:54

altEste es el país del mundo en donde más se protesta en la actualidad, porque es el país del mundo en donde más se irrespeta al ciudadano y sus derechos. En Venezuela se han cerrado todas las vías distintas a la protesta, excepción hecha, claro está, de aquellos gobiernos que ya han proscrito hasta el derecho a pataleo.
Pero siendo el país donde más se protesta es el lugar donde la protesta es menos eficaz. Aquí se contabilizan variopintas y numerosas protestas cada día. Hasta podrían acumularse por horas, en una especie de estadio pre-anárquico que hasta ahora ha sumado cero. Y ya no es la marcha que salió, llena de música y color; ahora es la queja constante de todos y por todo, porque todo lo ha centralizado un gobierno caótico y atrabiliario. Ya no es el oligarca que desvela, sino el pata en el suelo que se rebela. No queda sino la protesta. Podemos seguir acudiendo a las urnas y depositar el papelito, nada tenemos contra eso; pero el recurso, en términos reales, es la agria y rústica protesta.

Cuando a la incompetencia no le queda sino echar mano del autoritarismo para mantenerse en el poder, al pueblo no le queda sino la protesta para sobrevivir a esas dos calamidades juntas. A la arbitrariedad hay que enfrentar la indignación popular. La violencia de Estado no puede esperar la mansedumbre y el acatamiento en contrapartida. Pero la indignación popular, que es una fuerza telúrica contra la que no pueden los ejércitos, tiene que ser articulada y bien direccionada, con unidad de propósito y objetivo focalizado. Una protesta frecuente, si es aislada, resulta funcional al régimen. El régimen le saca provecho porque la vende como el mentís a su práctica represiva y la exhibe como prueba de su talante tolerante. La protesta funcional atornilla al poder y desacredita a la disidencia, lo cual facilita su criminalización. El lema del régimen contra esa protesta conveniente es "no hay presos políticos sino políticos presos". En otras palabras, el mensaje es definitivo: aquí no hay problemas sino "problemáticos". No hay conflicto, sino gente conflictiva. Esa protesta, cuyo origen es reivindicativo, termina siendo patéticamente colaboracionista.

Una protesta virulenta, por más impresionante que parezca, pasa como el cóndor de Los Andes sin que su aleteo siquiera roce al gobernante, por más arbitrario que sea su comportamiento. En eso tenemos diez años, protestando sin cesar. Por más que se insista en presentar el clima de protesta como un descontento que va horadando al régimen, mientras este tenga real, lleno de troneras y todo, avanza como el carromato que va soltando sus partes pero llega al pueblo con la carga de hortalizas.

No basta ir a la calle, hay que estar en la calle. La calle es el "coco" de los déspotas y la ruta de redención de los pueblos sometidos. Pero la calle tiene sus códigos y el primero de ellos parece ser la conexión entre las protestas. Aquí hemos permitido al Gobierno avanzar en lo que ha disfrazado como el "rescate" de espacios. Así como se confiscan predios rurales, se rebana día a día territorio a las fuerzas sociales y se las debilita en su capacidad de generar protestas sectoriales que, como ocurría en la democracia, puedan significar un freno a la arbitrariedad. Ello explica el bajo rendimiento, la desproporción entre la energía invertida en la queja y el provecho que se obtiene. El resultado de esa ecuación es frustración y desesperanza, desmovilización e impotencia, exactamente lo que el régimen busca.

Esto responde a un diseño. No se trata de que la gente sea apática, o conforme, o que los críticos exageremos la nota en cuanto a lo que ocurre en el país. Lo que está planteado es un esquema de desgaste de la protesta, aliñado por la inoculación del miedo, plan al cual presta un caro servicio la prisión política, cuyo buque insignia es el caso de Richard Blanco. Así como un prefecto, mañana el detenido por protestar puede ser un médico, un motorizado, un estudiante, un empleado público, o hasta un cura. Cada grupo inconforme tendrá su estandarte preso que comenzará a escribir su historia de sacrificio y heroicidad. Si es eso lo que queremos, podemos seguir adelante. Pero si de lo que se trata es de provocar cambios en este país y detener la marcha hacia el abismo, entonces la consigna y la táctica deben ser otras. Por lo pronto, emplear las energías en conectar las protestas y despojarlas de su mecánica espasmódica suena como una buena sugerencia, no sea que nos proscriban hasta el derecho a pataleo.


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