Impaciencia y realismo mágico |
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
Martes, 23 de Mayo de 2017 00:00 |
Desde tiempos inmemoriales se ha planteado el conflicto como algo serio. El libro “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu, comienza precisamente con esta advertencia. “Es un asunto de vital importancia para el Estado; la provincia de la vida y de la muerte; el camino a su supervivencia o ruina. Por eso mismo, se le debe estudiar profundamente”. Y no es, por tanto, buen espacio para la improvisación, la emocionalidad desbordada, el desasosiego y los meros deseos. El poder sacar ventaja dentro de un conflicto requiere de estrategia, disciplina y paciencia. Hay que dejar que las estrategias maduren, y permitir que los procesos de significación política operen. Algunos se apresuran a dudar, y a otros les parece que eso que se está haciendo es demasiado blando, demasiado poco como para lograr resultados. A esos grupos hay que recordarles que cualquier conflicto supone una estimación de costos. Si los costos son superiores a las eventuales ganancias, la estrategia es suicida. Si es lo contrario, podría ser viable. Como la diferencia entre la derrota y la victoria es crucial, hay que hilar muy fino en la concatenación de las acciones orientadas a lograr un resultado. En este caso, el orden de los factores si altera el producto, y la posibilidad de impactar en varios planos simultáneamente puede hacer la diferencia. De lo que se trata es de hacer un estimado inicial de fuerzas propias y las que se van a oponer, para decidir cómo se puede abordar exitosamente el desafío. Cuando los ciudadanos se confrontan con sus gobiernos, de entrada, se plantea un conflicto asimétrico, que se resuelve por desgaste, desmoralización y pérdida de reputación. Aquí cabe perfectamente la consigna de que “el que se cansa primero, pierde”. Es obvio que los gobiernos tienen el monopolio de la violencia y una capacidad muy holgada para ejercerla. Los ciudadanos solo tienen su voz, su capacidad para manifestar, y algunas veces la razón moral para exigir un cambio. Son cañones contra consignas. La fuerza pura y dura contra razones. Es un certamen de verdades que se quieren imponer una sobre la otra, y que requiere, de parte de la población, una sobria serenidad para no caer en la tentación del desbarajuste, creyendo que, por ser mayoría y por tener mejores razones, va a ser fácil imponerse a una facción que tiene armas y quiere usarlas. No es así. Ricardo Rojas, autor del libro “Resistencia no violenta a regímenes autoritarios de base democrática” (2015) sostiene que “ciertas formas de resistencia no violenta permiten socavar las bases de un gobierno dictatorial con mayor eficiencia que el enfrentamiento armado, hasta llegar a un punto en que un movimiento de fuerza limitado, puede terminar por derrocarlo, o cae solo por su propio desgaste. Pero para ello, será necesario contar con un alto nivel de organización, desarrollo y puesta en marcha de una estrategia central y varias estrategias localizadas para alcanzar objetivos parciales, tácticas y métodos de avance en las direcciones elegidas. Si Sun Tzu fuera consultor político de este momento, no dejaría de insistir en la necesidad de mantener la atención en los cinco factores fundamentales de todo equipo victorioso: Un liderazgo que sea capaz de convocar; capacidad de coordinar las operaciones con el clima; conocimiento del terreno donde se plantea el enfrentamiento; un comando que cuente con las siguientes cualidades: sabiduría, sinceridad, humanidad, coraje, y severidad; y una doctrina estratégica que permita la mejor organización y control posible, así como la más eficiente división de las tareas. Estas son las bases, a juicio del estratega, de cualquier probabilidad de éxito. ¿Y qué hacemos con los impacientes y pendencieros? Toda campaña de resistencia no violenta tiene entre sus principales fatalidades la impugnación constante de parte de grupos extremistas. Aquellos que pretenden una jugada de mano sorpresiva, o una nueva intervención de fuerzas sobrenaturales a favor de la causa. Con esas expresiones hay que contar, porque siempre aparecen. En estos casos Sun Tzu advierte que “un comandante hábil busca la victoria en la situación, y no en la demanda de sus súbditos”. Decidir un curso de acción, no es cuestión de popularidad sino de eficacia en términos de resultados. Pero recordemos igualmente que nadie puede asegurar éxito si antes no acumula influencia moral y liderazgo entre los que le siguen. Una cosa depende de la otra. A las dos hay que prestarles atención. El desconcierto es una amenaza. Hay quienes, por ejemplo, no se cansan de llamar a un paro general, medida a la que atribuyen efectos milagrosos. Sun Tzu advertiría contra aquellos generales que no aseguran una línea confiable de suministros para su ejército, que tarde o temprano “tendrán una mirada enojada por su propio empobrecimiento”. Algunos no lo entienden, pero una huelga general en condiciones de bajo abastecimiento y escasez significativa colocaría la presión en la población, que pronto se levantaría contra los culpables de su hambre. Otra cosa que olvidan los propagandistas de la huelga general es que si no hay ventas tampoco hay la posibilidad de pagar salarios. Por eso hay que hacer hincapié en la serenidad de la conducción, huyendo de la ineficacia tumultuaria. Un líder, dice el estratega chino, “si es sereno, no es irritable; si es inescrutable, insondable; si es correcto, no es imprudente; si se sabe controlar, no es confuso”. No es por tanto un personaje para las galerías de la demagogia.
Hay que aguzar la mirada para apreciar los resultados y estimar los avances. Por eso resulta siempre una mala noticia el surgimiento de factores asociados al desorden, la impaciencia y el realismo mágico. Frederick Douglas, citado por Ricardo Rojas recuerda que “querer libertad sin agitar, es querer cosechas sin romper el suelo con el arado, lluvias sin rayos y truenos, océanos sin olas”. En nuestro caso, la libertad se haya al final de un camino intrincado y dolorosamente largo. La buena noticia es que ese camino ya lo estamos andando, tal vez hayamos recorrido mucho más de la mitad, y todos sabemos qué significan y cómo se sienten los costos de haber pasado muchas noches oscuras con pérdidas dolorosas e injustificadas. Muertos, heridos, presos políticos y la represión son el rastro, pero también el principal incentivo para seguir, sin la tentación del extravío que significa la improvisación o el pecado de la violencia. Buscar atajos a estas alturas es temerario. Ser hipercríticos no tiene ningún sentido. No advertir las desviaciones es también una forma de traicionar la causa. Los que nos han guiado hasta ahora no son perfectos, pero se han reconciliado con nosotros por su coraje, y porque lo que han hecho hasta ahora ha dado resultados. Es cierto que el miedo y la angustia se acumulan, y nos hacen presas fáciles de laberintos que no conducen a ningún lado, y de espejismos que desvirtúan las cláusulas que tiene la realidad. Pero ante esos efectos del cansancio y la desolación solo hay como remedio una buena mezcla de disciplina en la realización y mucho foco en la realidad.
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