Esta semana que acaba de concluir, fue de efectos demostrativos contundentes sobre la dramática realidad del país, que, al decir de Martí, muchas veces es la que no se ve. No se trató de ninguna pirueta mediática manipulada desde los hilos invisibles y sinuosos del poder imperial sino de rotundas declaraciones dadas por el Ministro de Finanzas, Alí Rodríguez Araque en las que señalaba que Venezuela vivía una situación de recesión económica; el aparato productivo no funcionaba, PDVSA no cumplía con su rol y hasta nuestras refinerías estaban trabajando a su menor capacidad, debiendo importar gasolina y la demanda y la inversión estaban en el subsuelo,

El BCV pagó una doble página en los periódicos nacionales, en la que modificó algunos de los escandalosos anuncios del Ministro, sin desmentir ninguno de ellos. Aceptó que se produjo una contracción en la industria textil, alimentos, minerales, productos químicos, madera, vehículos, maquinaria y equipos. Aun cuando no fue así en comunicaciones y construcción. El poder de compra del venezolano llegó a niveles similares a los de hace cinco años atrás. Dijo que el Producto Interno Bruto había caído a menos 2,2% de enero a septiembre; sin meterse con la afirmación Ministerial que, agregándole octubre y noviembre ascendió a menos -4,6%. Un cuadro patético, desgarrador producto de la ineficacia y de la ineficiencia de una administración que no sabe a dónde va, evidenciando su rotundo fracaso.

No fueron suficientes la voladura de dos puentes peatonales en Colombia para detener el narcotráfico, ni lanzar las cortinas de humo acostumbradas, ni la convocatoria a la V Internacional Troskista en Venezuela, nuevo emblema de la revolución chavista; ni la reunión de delegados del Congreso Psuvista.

A los dos días el jueves estallaba el escándalo y la intervención de los Bancos Canarias, Confederado Bolívar Banco y BanPro, siendo detenido el principal accionista y reciente comprador de los mismos, el connotado miembro de la nueva burguesía chavista Ricardo Fernández Barruecos en la DISIP, por órdenes del mismísimo Hugo Rafael.

Fernández Barruecos había hecho su fortuna en los días de la huelga empresarial y petrolera del 2000, con el negocio del transporte de alimentos. Contaba con una flota de camiones que multiplicó súbitamente por 200, convirtiéndose en el Rey de Mercal, y posteriormente de PDVAL. Otros emergieron como Ruperti en el negocio petrolero. Este llegó con un transportador petrolero alquilado y salió con 6 tanqueros de su propiedad que trabajan para PDVSA.

Fernández está vinculado con el altísimo gobierno junto a otro de sus operadores financieros como es Pedro Torres Filiberto, un modesto corredor de bolsa, convertido según palabras de Chávez” en “ricachón”, solo que le faltó agregar, gracias a mi gobierno. Compartía actividades y negociados con Fernández y se comenta que adquirieron Seguros “La Previsora”, el Canódromo de Margarita, gracias a los “Buenos oficios” de los hombres del Presidente donde se mencionan a Adán Chávez, Jesse Chacón Escamillo y su hermano Arnés, José Vicente Rangel y Diosdado Cabello, entre los más connotados.

Las razones que provocaron la caída de Fernández fue lo que ahora llaman “un ajuste de cuentas”. Fernández estaba en trámites de adquisición de Digitel. Montó centrífugas gigantescas con los depósitos mil millonarios de la PDVSA de Rafael Ramírez, quien no habrá realizado esa operación por simple caridad revolucionaria. Todo bajo la mirada complaciente del gobierno que sabía de estas andanzas desde el año pasado, y de sus otros compañeros de viaje, entre los que aparece un José Zambrano ex vendedor de arepas de Puerto La Cruz con Ban Norte ¿Tareck William Saab?. Estos procuraban MI Casa, BanNorte, Banco Real, Central Banco, Inver Unión y Federal, sin obtener aun los permisos de SUDEBAN. Así como la compartición del emporio montado por Ricardo Fernández.

Apenas se ha asomado la punta del Iceberg de la inmensa corrupción que galopa en la revolución de Chávez. Amanecerá y veremos. Como dice el dicho popular oriental. Carne podrida no la compone sal. Y este cuento del “real y medio” no se ha acabado,

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