¿Servidores públicos?
Escrito por Margarita López Maya | @mlopezmaya   
Martes, 28 de Junio de 2016 00:52

altEn nuestro país, en estos años de hegemonía chavista, creció significativamente el número de funcionarios en la Administración Pública.

Fue una manera para nada novedosa, porque se practicó también en décadas anteriores, de dar posiciones de poder y empleo a los seguidores del presidente Chávez y su partido, el Psuv.

Lo que sí es distinto ahora con relación al pasado es la actitud abierta de mucho de ese funcionariado de no servir a la población sino a los simpatizantes del Gobierno. Los peores son las autoridades de los poderes públicos, subordinados a la voluntad del Presidente. Éste tampoco parece estar en la máxima jefatura del Estado para otra cosa que no sea quedarse ahí, aun a costa de destruir todo lo construido por esta sociedad.

Las trampas, triquiñuelas, sabotajes y hechos violentos, que contemplamos durante el proceso de validación del 1% de las firmas, no parecieron suscitar ninguna reacción del CNE, que no fuera responsabilizar de ello a los partidos opositores de la MUD. Esto corrobora las características irracionales y antidemocráticas que hoy prevalecen entre quienes controlan el Estado. Tenemos lo que con rigor llamó Max Weber un aparato administrativo levantado desde la concepción carismática del ejercicio del poder.

Un aparato administrativo carismático no está concebido para servir al pueblo sino al líder, al comandante eterno; ahora que ya no está, a la persona que dejó como sucesor. Por tanto, no es el profesionalismo lo que en estos funcionarios cuenta, tampoco la justeza, equidad o transparencia con que actúan. La lealtad incondicional a los designios del jefe es el valor máximo que guía sus conductas. Satisfacer los deseos y caprichos del jefe y su entorno. Bien decía Weber que a las personas de un aparato carismático no se les puede llamar burocracia sino séquito. El jefe, en retribución, les concede privilegios y bienes para su usufructo y el de sus familias y allegados.

Desmontar este aparato ineficiente y corrupto es una de las tareas quizás más difíciles que tenemos por delante. Construir la democracia es valorar el imperio de la ley, que nos protege de arbitrariedades y nos hace iguales, y el profesionalismo del servidor público, concebido para servir a la ciudadanía y no al poder.

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