Doce años han pasado desde el referendo revocatorio contra el fallecido Hugo Chávez. Tenía diecinueve años en ese entonces y no hacia otra cosa sino hablar de las posibilidades

que teníamos de frenar esta tragedia que ahora estamos viviendo. Era previsible.

Trabajé muchas horas recogiendo firmas. Lo volví a hacer en el “reafirmazo” y finalmente luego de ocho horas de cola, voté contra la permanencia de Chávez en el poder. Después de que entre gallos y medianoche anunciaron los resultados, sólo quería llorar de rabia e indignación. Siempre quedará la duda sobre los resultados, al menos a mí.

Ahora, nuevamente surge el mecanismo como alternativa y por supuesto, bajo un sol radiante, me formé en la cola que me llevó a firmar.  A diferencia del 2004, en esta ocasión, como era de esperar, habían más ciudadanos de las zonas populares. Todos mezclados, pudientes y menos pudientes, no hacían sino quejarse de la falta de agua, comida, medicinas, pero especialmente de la inseguridad. Escuché muchos testimonios con los que claramente me sentí identificada. Estábamos todos ahí, conectados, hablando de los mismos problemas y pidiendo cambio.

El panorama se ve favorable ante el descontento popular. Pero desde todos los poderes, que deberían ser imparciales -porque tendrían que deberse al pueblo- y que se han vuelto brazos del ejecutivo, se pueden esperar jugadas ilegales, sucias y bien planificadas para perjudicar y retrasar el proceso. Por tal motivo la importancia de que se mantenga la presión pacífica en las calles.

Hace pocas horas vimos una de las jugadas del Consejo Nacional Electoral. Aunque las firmas pudieran entregarse de inmediato, el brazo electoral del gobierno anuncia que se debe cumplir el plazo de 30 días para consignarlas.

Pareciera que las teorías sobre la posibilidad de que el Referendo se realice el año que viene tienen algo de cierto y en ese caso, una vez más, preocupa mucho la pasividad de la dirigencia. El momento de presionar, a mi juicio, es ahora.

@caroalca