Hasta el fondo
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Viernes, 12 de Febrero de 2016 15:31

Hasta el fondo
Por: Víctor Maldonado C.
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La locura tiene su senda. El camino siempre termina en un abismo donde los últimos que caen acaban confundidos con los restos de los primeros, porque nadie aprende en cabeza ajena. El poder es un alucinógeno potente que va degradando la sensatez del que lo ejerce indebidamente  y lo va transformando en un esclavo de su propia voracidad. El poder enloquece.
Porque lo que nos está ocurriendo no puede tener otra explicación. Un gobierno que alucina, que no es capaz de atinar en la explicación de la realidad, que evade la responsabilidad en todo lo que está ocurriendo, que luce febril y ansioso en la búsqueda de un culpable, cada día menos creíble, y que administra la represión como si le saliera gratis, como si no tuviera como contrapartida un vaciado constante de su legitimidad. Un régimen a quien parece no importarle los costos porque su único objetivo es mantenerse en el poder cueste lo que cueste, sabiendo además que el costo nos lo cargan a nosotros y no a ellos.
¿Existe la locura política? La respuesta tal vez la consigamos parafraseando al historiador holandés Pieter Geyl. “Existe cuando uno ve que el pueblo lame la mano que los ha castigado; cuando uno cae en cuenta de cómo los errores y los crímenes del que se hace pasar por héroe, los juicios del pueblo, los desastres y las pérdidas del Estado, son olvidados en medio del hechizo de los logros militares y del poder, por inseguro y transitorio que fuese; cuando se cae en cuenta que las construcciones, y las explicaciones, ingeniosas, imaginativas, grandiosas, solo justifican al hombre que es nuestro opresor y que nos condujo a la ruina”. Existe locura cuando justificamos lo que está ocurriendo, cuando apostamos a la convivencia con lo que es insano, cuando pretendemos creer que  nosotros podemos mantener la cordura en medio de todo este caos.
Vivimos en dos tiempos. El tiempo de la nostalgia y el tiempo de la decepción. Y no sabemos a cuál de los tiempos creerle. No sabemos si debemos seguir cultivando el mito del héroe fallido o si debemos juzgar como concluida una época para comenzar otra diferente. No sabemos si podemos seguir enganchados a las mieles –venenosas- del populismo que halaga, adormece y compra conciencias o si debemos decir basta para incorporarnos  una realidad más exigente.
La locura consiste en dejar hacer y dejar pasar por más escandaloso que parezca lo que ocurre. Reside en ser indiferentes y permitir que siga aconteciendo. Radica en “hacerse los locos” y no sorprenderse cuando los presos de una cárcel saludan a sus muertos con ráfagas de armas largas, que ellos de ninguna manera deberían tener. Consiste en dudar de la veracidad de las denuncias de Lilian Tintori sobre la ignominia de hacerla desnudar una y otra vez, a ella y a todas las mujeres de su familia, para  hacer evidentes los vacíos de todos sus orificios, como si tuviera algún sentido el castigo adicional porque es la esposa de un preso de conciencia. Es creer que no tiene significado alguno que una pandilla de malandros encapuchados asalte un restaurante para llevarse los pollos que estaban montados en las brasas. Es pretender que no agrieta la esencia de la legitimidad las cientos de peticiones de una medicina que no existe, y luego las evidencias de que por eso mismo van muriendo de la desidia y de la impotencia todos aquellos para los que esa medicina significaba la diferencia entre vivir y morir. O cuando un secuestro sucede al otro, sabiendo que los cuarteles del hampa están perfectamente ubicados y sin embargo la policía no se atreve, no puede con ellos o no está autorizada a ir contra ellos.
La locura es pensar que puede llegar a ocurrir un milagro que nos salve de un apagón definitivo, o que ese peligro se puede sortear porque un militar que no es ingeniero eléctrico, pero que por eso mismo es el ministro de electricidad, decide autoritariamente que los centros comerciales deben apagarse, sin importarle un comino que con eso solamente logra la ruina de diez mil comercios y la pérdida de cincuenta mil empleos. Locura es pretender que puede tener algún sentido expropiar a Empresas Polar para ponerla en las manos depredadoras de un militar que nunca ha sido gerente, que nunca ha administrado una empresa de alimentos y que nunca ha tenido que lidiar con cuarenta mil empleados. Locura es pensar que pueden redimirse esas empresas públicas que ahora lucen saqueadas de talento y de recursos, o pretender que PDVSA es rescatable.
Locura es ese “jugarse a Rosalinda” constante que nos coloca en el peligro de un enfrentamiento que nadie desea. Locura es creer que el TSJ es el garante del estado de derecho y el guardián de la Constitución. Pero también es locura que el TSJ decida ese sinsentido de desconocer las atribuciones de la Asamblea Nacional dando por bueno lo que es malo, aprobando lo que es reprobable y poniéndose en evidencia, desnudándose frente a todo el mundo, mostrándose, exhibiendo el costo o el precio por el cual se vende y se va a seguir vendiendo una y otra vez, porque de lo que se trata es del pago, del hambre saciada, del resentimiento reivindicado, de la mediocridad enaltecida, de haber logrado un sueño que solo podía ser alcanzable así, a cambio de prostituir todo lo prostituible, de entregar todo lo entregable, y de hacerse los locos, creyendo que la toga negra con bandas rojas va a ocultar algo de lo que ya es tan oprobiosamente notorio.
Locura es que el gobierno crea que necesita poderes especiales para conjurar una crisis que ellos mismos han provocado y que solamente desaparecerá cuando sus causantes cesen de tener poder, de malbaratar los recursos y de practicar la ignominia expoliatoria. Locura es pretender que pronto va a llover o que cada ciudad se va a abastecer de alimentos gracias al maravilloso invento de la agricultura urbana. También lo fue apostar al Guaire limpio, o pretender que Chávez hablaba en serio cuando agonizante nombró como sucesor al que luego el pueblo eligió como presidente. Locura es haber dudado sobre la muerte inminente del que luego no sabemos cuando murió. Pero también es pedir una partida de nacimiento que no existe para el que no nació aquí, ni nació allá, ni en ningún sitio que le asiente bien, porque los fracasos son así, huérfanos incluso de certificados de origen, y este es un inmenso fracasado. Locura es pensar que esto es sostenible y que no va a llegar el momento del colapso, del quiebre definitivo que no es predecible en sus términos, en sus tajadas o en sus preferencias.
Locura es pretender decencia en donde solo hay malandros. Pero también es tolerar al que es intolerante, o hacer pasar por bueno lo que es absolutamente malo. Locura es esa infatuación de dignidad en lo que no es otra cosa que un estercolero, o pretender interpretar como estratégico lo que no es otra cosa que una gran improvisación. Locura es pretender que hay militares buenos, inteligentes y preocupados que van a sustituir a los que están ahora, y que son pretendidos como sus némesis.  Locura es insistir en el mismo lenguaje populista, en seguir ofreciendo lo que nunca debió ser ofrecido, en hacer pasar por llanura lo que es un inmenso abismo, en seguir apostando a la normalidad cuando todas las señales que recibimos son de caos, deterioro y desviación. Locura es sostener que vivimos en democracia, tan loco como pretender que el pajarito acepta su jaula y vive feliz porque trina todos los días su triste adagio de animal prisionero.
Víctor Maldonado C
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altLa locura tiene su senda. El camino siempre termina en un abismo donde los últimos que caen acaban confundidos con los restos de los primeros,

porque nadie aprende en cabeza ajena. El poder es un alucinógeno potente que va degradando la sensatez del que lo ejerce indebidamente  y lo va transformando en un esclavo de su propia voracidad. El poder enloquece.

Porque lo que nos está ocurriendo no puede tener otra explicación. Un gobierno que alucina, que no es capaz de atinar en la explicación de la realidad, que evade la responsabilidad en todo lo que está ocurriendo, que luce febril y ansioso en la búsqueda de un culpable, cada día menos creíble, y que administra la represión como si le saliera gratis, como si no tuviera como contrapartida un vaciado constante de su legitimidad. Un régimen a quien parece no importarle los costos porque su único objetivo es mantenerse en el poder cueste lo que cueste, sabiendo además que el costo nos lo cargan a nosotros y no a ellos.

¿Existe la locura política? La respuesta tal vez la consigamos parafraseando al historiador holandés Pieter Geyl. “Existe cuando uno ve que el pueblo lame la mano que los ha castigado; cuando uno cae en cuenta de cómo los errores y los crímenes del que se hace pasar por héroe, los juicios del pueblo, los desastres y las pérdidas del Estado, son olvidados en medio del hechizo de los logros militares y del poder, por inseguro y transitorio que fuese; cuando se cae en cuenta que las construcciones, y las explicaciones, ingeniosas, imaginativas, grandiosas, solo justifican al hombre que es nuestro opresor y que nos condujo a la ruina”. Existe locura cuando justificamos lo que está ocurriendo, cuando apostamos a la convivencia con lo que es insano, cuando pretendemos creer que  nosotros podemos mantener la cordura en medio de todo este caos.

Vivimos en dos tiempos. El tiempo de la nostalgia y el tiempo de la decepción. Y no sabemos a cuál de los tiempos creerle. No sabemos si debemos seguir cultivando el mito del héroe fallido o si debemos juzgar como concluida una época para comenzar otra diferente. No sabemos si podemos seguir enganchados a las mieles –venenosas- del populismo que halaga, adormece y compra conciencias o si debemos decir basta para incorporarnos  una realidad más exigente.

La locura consiste en dejar hacer y dejar pasar por más escandaloso que parezca lo que ocurre. Reside en ser indiferentes y permitir que siga aconteciendo. Radica en “hacerse los locos” y no sorprenderse cuando los presos de una cárcel saludan a sus muertos con ráfagas de armas largas, que ellos de ninguna manera deberían tener. Consiste en dudar de la veracidad de las denuncias de Lilian Tintori sobre la ignominia de hacerla desnudar una y otra vez, a ella y a todas las mujeres de su familia, para  hacer evidentes los vacíos de todos sus orificios, como si tuviera algún sentido el castigo adicional porque es la esposa de un preso de conciencia. Es creer que no tiene significado alguno que una pandilla de malandros encapuchados asalte un restaurante para llevarse los pollos que estaban montados en las brasas. Es pretender que no agrieta la esencia de la legitimidad las cientos de peticiones de una medicina que no existe, y luego las evidencias de que por eso mismo van muriendo de la desidia y de la impotencia todos aquellos para los que esa medicina significaba la diferencia entre vivir y morir. O cuando un secuestro sucede al otro, sabiendo que los cuarteles del hampa están perfectamente ubicados y sin embargo la policía no se atreve, no puede con ellos o no está autorizada a ir contra ellos.

La locura es pensar que puede llegar a ocurrir un milagro que nos salve de un apagón definitivo, o que ese peligro se puede sortear porque un militar que no es ingeniero eléctrico, pero que por eso mismo es el ministro de electricidad, decide autoritariamente que los centros comerciales deben apagarse, sin importarle un comino que con eso solamente logra la ruina de diez mil comercios y la pérdida de cincuenta mil empleos. Locura es pretender que puede tener algún sentido expropiar a Empresas Polar para ponerla en las manos depredadoras de un militar que nunca ha sido gerente, que nunca ha administrado una empresa de alimentos y que nunca ha tenido que lidiar con cuarenta mil empleados. Locura es pensar que pueden redimirse esas empresas públicas que ahora lucen saqueadas de talento y de recursos, o pretender que PDVSA es rescatable.

Locura es ese “jugarse a Rosalinda” constante que nos coloca en el peligro de un enfrentamiento que nadie desea. Locura es creer que el TSJ es el garante del estado de derecho y el guardián de la Constitución. Pero también es locura que el TSJ decida ese sinsentido de desconocer las atribuciones de la Asamblea Nacional dando por bueno lo que es malo, aprobando lo que es reprobable y poniéndose en evidencia, desnudándose frente a todo el mundo, mostrándose, exhibiendo el costo o el precio por el cual se vende y se va a seguir vendiendo una y otra vez, porque de lo que se trata es del pago, del hambre saciada, del resentimiento reivindicado, de la mediocridad enaltecida, de haber logrado un sueño que solo podía ser alcanzable así, a cambio de prostituir todo lo prostituible, de entregar todo lo entregable, y de hacerse los locos, creyendo que la toga negra con bandas rojas va a ocultar algo de lo que ya es tan oprobiosamente notorio.

Locura es que el gobierno crea que necesita poderes especiales para conjurar una crisis que ellos mismos han provocado y que solamente desaparecerá cuando sus causantes cesen de tener poder, de malbaratar los recursos y de practicar la ignominia expoliatoria. Locura es pretender que pronto va a llover o que cada ciudad se va a abastecer de alimentos gracias al maravilloso invento de la agricultura urbana. También lo fue apostar al Guaire limpio, o pretender que Chávez hablaba en serio cuando agonizante nombró como sucesor al que luego el pueblo eligió como presidente. Locura es haber dudado sobre la muerte inminente del que luego no sabemos cuando murió. Pero también es pedir una partida de nacimiento que no existe para el que no nació aquí, ni nació allá, ni en ningún sitio que le asiente bien, porque los fracasos son así, huérfanos incluso de certificados de origen, y este es un inmenso fracasado. Locura es pensar que esto es sostenible y que no va a llegar el momento del colapso, del quiebre definitivo que no es predecible en sus términos, en sus tajadas o en sus preferencias.

Locura es pretender decencia en donde solo hay malandros. Pero también es tolerar al que es intolerante, o hacer pasar por bueno lo que es absolutamente malo. Locura es esa infatuación de dignidad en lo que no es otra cosa que un estercolero, o pretender interpretar como estratégico lo que no es otra cosa que una gran improvisación. Locura es pretender que hay militares buenos, inteligentes y preocupados que van a sustituir a los que están ahora, y que son pretendidos como sus némesis.  Locura es insistir en el mismo lenguaje populista, en seguir ofreciendo lo que nunca debió ser ofrecido, en hacer pasar por llanura lo que es un inmenso abismo, en seguir apostando a la normalidad cuando todas las señales que recibimos son de caos, deterioro y desviación. Locura es sostener que vivimos en democracia, tan loco como pretender que el pajarito acepta su jaula y vive feliz porque trina todos los días su triste adagio de animal prisionero.

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