El soporte político que le ha deparado al gobierno venezolano razones para acometer sus pretensiones alineadas con el infundado socialismo del siglo XXI, se ha desgastado. No sólo como resultado de sus errados cálculos al momento de tomar decisiones. También de los criterios sobre los cuales esboza sus acciones. El empeño de mantenerse en el poder, ha devenido en una peripecia de la evolución cualitativa del propósito de asegurar la democratización del sistema político lo que indiscutiblemente desvirtuó los profundos cambios que se requerían.

En medio de tal situación, acicateada por una estructura aferrada a improcedentes procesos administrativos y judiciales que por su carácter arbitrario y represivo forzaron gravemente la Constitución, ha venido despertándose un nuevo liderazgo en la población que clama por realidades justas. Nuevo liderazgo éste asumido, con plena reciedumbre, por valientes venezolanos que declararon su rebeldía en nombre del fortalecimiento del Estado de Derecho que hasta ahora sólo ha servido para rellenar discursos de volátiles contenidos.

El proceder gubernamental, se envolvió en arrogancia, rencor y amargura lo que hizo de sus ejecutorias la más expedita causa que ha determinado el arrojo de quienes, por efecto de tan sórdido gobierno, dignifican los sentimientos democráticos por los cuales podrá recuperarse la nación en todos sus ámbitos. Particularmente la audacia del estudiantado de pensamiento libre, convertido en pivote de lucha social y política.

Aunque sin desmerecer del coraje de hombres tanto del mundo civil como del militar, cuyos esfuerzos son factor de apremio al hecho próximo de reconstruir a Venezuela con suficiente amplitud. El fracaso del gobierno es pues oportunidad para afianzar la democracia necesaria.

A más odio, más valor.

(*): Consignado por el autor, publicado en El Universal.