Vendedores de humo
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Domingo, 01 de Febrero de 2015 14:14

altSe dice que la política es como el amor. O sea, que en medio de sus realidades todo es posible. Aunque no siempre pareciera cumplirse.

A pesar de los recursos que ahora dispone el mercado político para arreciar cualquier procedimiento mediante el cual pueda ofrecer, convencer o colocar artilugios con la intención de sobornar y chantajear. O sencillamente, seducir. Al fin de cuenta, lo que con ello se busca en política, es valerse de cualquier oportunidad para imponer una decisión tomada de manera cerrada. O mejor dicho, egoístamente. Así el esfuerzo en lograr el objetivo calculado, es menor.


Así suele bandearse la política. Pero para hacerlo, necesita personajes que sepan asediar, confundir, ilusionar, engañar y estropear. Sobre todo, que estorben y arruinen todo cuanto puedan. Todo lo que a sus manos llegue o su maldad conciba. Estos individuos, además de actuar marrulleramente, son finamente hipócritas. Curtidos de la malicia necesaria para prometer villas y castillos que se desvanecen al primer intento de concertarlas. Más aún, son seres con la habilidad para inculcar mentiras y sugestionar esperanzas imposibles. Pero precisamente tan inicua cualidad, hace que activistas y dirigentes de partidos políticos logren ganar elecciones. A pesar de la incapacidad reiteradamente demostrada de que cuando alcanzan el poder, gobiernan con entera ineficacia.

Es el problema que frecuentemente acorrala a realidades sociopolíticas y socioeconómicas de países cuyas poblaciones no escarmientan pese a los errores cometidos desde instancias de gobierno. En el fragor de situaciones así, se dan gruesas contradicciones que revelan la precariedad no sólo del pensamiento político de la población. También, de una cultura política achacosa por la cual tales sociedades decantan actitudes y comportamientos que pecan de ignominiosos. Es cuando esos mismos dirigentes de gobierno, convertidos por circunstancias en gobernantes, se dan a la tarea de distraer al país con insípidos argumentos que ni siquiera se corresponden con las consideraciones de la historia. Tampoco, respetuosos de la moderación administrativa. Emplean métodos de planificación primitivos, rígidos e impotentes para servir a una dirección política que gobierna a un sistema plagado de vicios, criterios únicos y monótonos de validez e incertidumbre. Por tanto, sus actuaciones se reducen a una  ceguera espantosa. A lo mucho, miope. El reduccionismo los consume. El inmediatismo los mantiene atrapado entre las paredes del sectarismo, la improvisación y la demagogia.

Estos gobernantes disfrazados de demócratas, asumen la política a manera de camisa de fuerza para subyugar procesos sociales creativos cuya complejidad nunca podría subordinarse a la absurda pretensión de dominación con pretextos infundados. Además, carentes de verdad histórica. Es  la forma de acción bajo la cual el populismo no sólo se fortalece como esquema de gobierno. También, porque se articula a modelos econométricos cuya pesadez supera las posibilidades de movilización que debe tener de cara a las exigencias económicas nacionales. Estos personajes de marras, acuden  diariamente a la mentira pues en su difusión encuentran mecanismos políticos para pautar prácticas de corrupción, de violencia, de opresión y de descarrilamiento de toda razón que sirven de apuntalamiento al sistema de institucionalización de la democracia. Por eso, fungen como oferentes de falsedades, ilusionistas de esperanzas, magos de orilla, alborotadores de oficio. Su gritería los lleva a ser manipuladores políticos pues al final de cuentas son tristemente, simples vendedores de humo.



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