Es curioso que al Gobierno le importe la fuga de dólares y menosprecie la fuga de cerebros. La fuga de capital humano en Venezuela se ha convertido en un problema serio, que costará mucho revertir. De los mejores alumnos universitarios, son muy pocos los que se quedan en el país luego de graduarse. Lo mismo ocurre con los ejecutivos, científicos y artistas, entre otros.

Y es que no tiene sentido ir a la universidad para ganar menos de lo que necesitas para adquirir una vivienda o un vehículo, por ejemplo. No es comprensible que un educador promedio gane menos que una doméstica promedio porque, aunque ambos son trabajos dignos, es evidente que tienen complejidades y responsabilidades diferentes. Un médico promedio del servicio de salud pública gana poco más de mil bolívares mensuales, mientras un taxista promedio gana el doble.

Adicionalmente, existe una insatisfacción intelectual y profesional porque casi todas las decisiones dependen de criterios políticos. De este modo, un abogado no gana un caso porque tenga razón jurídica sino por ser amigo del juez, un médico no asciende por sus méritos sino por ser del PSUV y un ingeniero no entra a Pdvsa si firmó para el revocatorio. Han llegado al límite de politizar hasta la cultura y el Gobierno impide que se presenten obras "escuálidas" en los teatros públicos, que se financien películas con lógica capitalista o que Dudamel, si quiera, se atreva a tocar en Chacao.

El Gobierno ha optado por calificar de apátrida a todo el que se va, sin darse cuenta que la fuga de cerebros no beneficia sino a los países receptores. Por el contrario, debemos generar oportunidades para que la gente se quiera quedar a trabajar por el país, para que los jóvenes encuentren en la universidad una posibilidad de desarrollo y para que los venezolanos humildes que no pudieron estudiar, puedan ver a sus hijos con toga y birrete, graduándose en un Aula Magna, sin nada que envidiar y con mucho que crear, en Venezuela.

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