Sin dar pie con bola
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Lunes, 01 de Septiembre de 2014 10:59

Sin dar pie con bola
Por: Víctor Maldonado C.
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Una de las conferencias más notables de Antonio Cova era la que dedicaba a la “ainstrumentalidad del venezolano”. Para el notable sociólogo había una especie de tara en el hacer venezolano que le impedía conectar el conocimiento de un problema con su solución. Eso hacía de cualquier crisis un episodio de telenovela. Mucha preocupación, algo de drama, un toquecito de alguna teoría paranoica de la conspiración, pero a la hora de intentar un desenlace apropiado, allí poníamos la torta. La explicación era, a los ojos del viejo profesor, muy sencilla. Nos falta esa relación racional que se tiene que dar entre medios y fines; entre lo que tenemos que resolver y los cómo que tenemos a la disposición, ocasionando una parálisis que no tiene otra resolución que el agravamiento del problema. La pregunta que queda en el aire es ¿por qué?
El querido maestro murió antes de poder comprobar que la perfección de su hipótesis iba a ser este socialismo del siglo XXI. El solía decir que si este régimen tenía éxito había que hacer una inmensa hoguera con los libros de economía, sociología, psicología e historia. Porque era absolutamente imposible que una propuesta tan descocada pudiese ser efectiva. Pero lamentablemente no vivió lo suficiente para apreciar la crisis terminal del modelo, y la previsible reacción del grupo que está al frente del gobierno: incapaces de dar pie con bola. Incapaces de leer la realidad tal y como es. Incapaces de tomar decisiones apropiadas. Incapaces de pasar de la preocupación a la ocupación. Incapaces de preguntarse si lo que están haciendo tiene algo que ver con aquello que les preocupa.
Extraña, empero, tanta incapacidad concentrada, pero eso es lo que dicen los resultados. Hay al parecer un abismo entre los deseos y los resultados, una desviación misticista que los condena al fracaso por más esfuerzo que hagan para presentarlo como parte de una revolución condenada al éxito. ¿Alguien recuerda el originario "Plan Patria"? ¿Alguien tiene alguna referencia de los "Fundos Zamoranos"? ¿Alguien puede dar cuenta de lo que hicieron con casi 5 millones de hectáreas de tierra productiva expropiada a sus legítimos dueños? ¿O las cementeras y el complejo siderúrgico? ¿O qué utilidad social tangible tienen los satélites? Podríamos llenar miles de cuartillas con planes devenidos en silencios y fracasos mantenidos en secreto.
Pero esto no es todo. A la incapacidad tangible se le tiene que sumar el yerro constante al tratar de resolver problemas. Porque no solamente han demostrado una muy mala capacidad diagnóstica sino que las soluciones que proponen son peores que lo que intentan resolver. Baste decir que los controles económicos fueron invocados para asegurar la autonomía estratégica del Estado así como garantizar la soberanía alimentaria, la estabilidad de la moneda y la fortaleza de las reservas internacionales. Los resultados en términos de escasez, inflación, caída de las reservas y debilidad soberana no pueden ser peores. La realidad muestra, por tanto, que esas soluciones no resolvieron nada. Empeoraron todo, y además fueron el argumento y la oportunidad perfecta para la corrupción y el surgimiento de nuevos grupos económicos, mafiosos y bastardos en sus orígenes, pero que tienen una casi infinita capacidad de compra y de extorsión. La degradación de CADIVI explica en mucho esas oscuras compras de medios de comunicación y las consecuencias en términos de persecución política y deterioro de la libertad de expresión. Se aprovechan las oportunidades políticas, pero no para resolver los problemas sino para sacar ventajas.
Algunos sostienen que eso es lo que ellos verdaderamente quieren. No dejan de tener razón. El grupo que esta en el poder no gobierna sino que intenta mantenerse en el poder para resguardar sus ilegítimos privilegios. Pero esa intención debe cruzarse con la necesidad de dar señales de poder resolver los problemas que, por cierto, ellos mismos han creado. Sin embargo, no pueden. Las dos racionalidades se contradicen y pugnan por imponerse. Y mientras tanto, lucen como "socialistas angustiados" tratando de lidiar con ese mar de contradicciones que son ellos mismos. Tratemos de buscarles algún sentido a esta tragedia.
A este arquetipo vernáculo del “socialista angustiado” hace falta explicarlo en relación con sus autoengaños. La primera mentira endógena tiene que ver la falsa imagen que tiene de sí mismo. En parte heroica y en parte pendenciera. En parte comprometida con el proceso y en parte interesada en quedarse con su tajada. En parte audaz y en parte cobarde. En parte humanista y en parte cruel y despiadada. La segunda mentira endógena es la supuesta esperanza en “el hombre nuevo” resignado y disciplinado. Es haberse creído el eslogan popularizado por Lina Ron que decía “con hambre y sin empleo con Chávez me resteo”. Ese hombre nuevo nunca cuajó, y mientras llegaba del más allá, esta revolución se dedicó a la extorsión del populismo y al chantaje de la demagogia, reforzadas ambas por las amenazas de un gobierno que supuestamente lo sabe todo, lo controla todo. La tercera mentira endógena es la capacidad de realización del gobierno socialista. Es pretender que decretos habilitantes y frases autoritarias o mayestáticas eran suficientes para transformar la realidad. Que no hace falta hacer seguimiento porque en eso consiste el heroico compromiso revolucionario y la virtud del hombre nuevo. Es la apuesta ingenua a que ese “si mi comandante en jefe” que era declarado con tanta parsimonia no escondía una carcajada que resonaba entre pecho y espalda. La cuarta mentira endógena es pretender que gobernar es salir en cadena. Es haberse creído la farsa del espectáculo montado para que la gente crea que aquí hay gobierno que opera con la misma intensidad todo el tiempo. La quinta mentira endógena es pretender que todo se resuelve a “realazolimpio”, evitando por tanto toda la complejidad que supone el manejo eficaz de las burocracias y el talento humano. Por lo visto para este castro-comunismo “real mata experticia técnica”. Para ellos la lealtad –heroica y romántica- es más que suficiente para manejar una refinería, una acería, un complejo cementero, un hospital o un ministerio.
El grupo enquistado en el poder presume de su ignorancia con una desfachatez que intentan compensar con un presupuesto supuestamente infinito. La sexta mentira endógena es creer que lo que no saben ellos lo saben los “asesores cubanos”. Que Fidel es un sabio mitológico, Raúl su sumo sacerdote, y cualquier miembro del partido comunista cubano está facultado para casi cualquier cosa. El “vivo-pendejo” venezolano canta loas a la solidaridad de los pueblos que mueve a los cubanos, mientras los cubanos cuentan los reales mientras inventan todos los días un negocio que sirva para esquilmarnos más.
Pero hay un detalle que salta a la vista: el problema de los cubanos no es el problema de los gobernantes venezolanos, y mucho menos el que aqueja a los venezolanos. Hay un cruce de racionalidades que terminamos pagando los ciudadanos. A los cubanos les interesan los dólares que requieren para mantener a flote su régimen. Al régimen de Maduro le interesa mantenerse en el poder, lo que no conseguirán si siguen priorizando los intereses de los cubanos. Y a los venezolanos nos interesa nuestra propia prosperidad, pero para lograrla tienen que quitarse de encima esa coalición castro-socialista que nos está dejando secos. Claro, nadie dice cuales son sus verdaderas intenciones. Todos fingen un ron en una telenovela romántica desbordada por el amor, la solidaridad y la patria grande.
En suma, la telenovela venezolana llamada Socialismo del Siglo XXI, en su segunda temporada es la exacerbación de la “ainstrumentalidad” advertida por el prof. Antonio Cova. No hay consumación posible a la trama, simplemente porque los autores no saben, no quieren, no pueden, no deben. Y para colmo se resisten a cambiar el libreto o contratar otros libretistas. Por eso este clímax cansón en el que todos los días avisan que “ahora si vamos a decidir”, “ahora, en un rato, vamos a dar unos anuncios muy importantes”, sin que ocurra ninguna otra cosa que esa sensación social de que el abismo esta allí mismito y que la colisión es inminente.

altUna de las conferencias más notables de Antonio Cova era la que dedicaba a la “ainstrumentalidad del venezolano”. Para el notable sociólogo había una especie de tara

 en el hacer venezolano que le impedía conectar el conocimiento de un problema con su solución. Eso hacía de cualquier crisis un episodio de telenovela. Mucha preocupación, algo de drama, un toquecito de alguna teoría paranoica de la conspiración, pero a la hora de intentar un desenlace apropiado, allí poníamos la torta. La explicación era, a los ojos del viejo profesor, muy sencilla. Nos falta esa relación racional que se tiene que dar entre medios y fines; entre lo que tenemos que resolver y los cómo que tenemos a la disposición, ocasionando una parálisis que no tiene otra resolución que el agravamiento del problema. La pregunta que queda en el aire es ¿por qué?

El querido maestro murió antes de poder comprobar que la perfección de su hipótesis iba a ser este socialismo del siglo XXI. El solía decir que si este régimen tenía éxito había que hacer una inmensa hoguera con los libros de economía, sociología, psicología e historia. Porque era absolutamente imposible que una propuesta tan descocada pudiese ser efectiva. Pero lamentablemente no vivió lo suficiente para apreciar la crisis terminal del modelo, y la previsible reacción del grupo que está al frente del gobierno: incapaces de dar pie con bola. Incapaces de leer la realidad tal y como es. Incapaces de tomar decisiones apropiadas. Incapaces de pasar de la preocupación a la ocupación. Incapaces de preguntarse si lo que están haciendo tiene algo que ver con aquello que les preocupa.

Extraña, empero, tanta incapacidad concentrada, pero eso es lo que dicen los resultados. Hay al parecer un abismo entre los deseos y los resultados, una desviación misticista que los condena al fracaso por más esfuerzo que hagan para presentarlo como parte de una revolución condenada al éxito. ¿Alguien recuerda el originario "Plan Patria"? ¿Alguien tiene alguna referencia de los "Fundos Zamoranos"? ¿Alguien puede dar cuenta de lo que hicieron con casi 5 millones de hectáreas de tierra productiva expropiada a sus legítimos dueños? ¿O las cementeras y el complejo siderúrgico? ¿O qué utilidad social tangible tienen los satélites? Podríamos llenar miles de cuartillas con planes devenidos en silencios y fracasos mantenidos en secreto.

Pero esto no es todo. A la incapacidad tangible se le tiene que sumar el yerro constante al tratar de resolver problemas. Porque no solamente han demostrado una muy mala capacidad diagnóstica sino que las soluciones que proponen son peores que lo que intentan resolver. Baste decir que los controles económicos fueron invocados para asegurar la autonomía estratégica del Estado así como garantizar la soberanía alimentaria, la estabilidad de la moneda y la fortaleza de las reservas internacionales. Los resultados en términos de escasez, inflación, caída de las reservas y debilidad soberana no pueden ser peores. La realidad muestra, por tanto, que esas soluciones no resolvieron nada. Empeoraron todo, y además fueron el argumento y la oportunidad perfecta para la corrupción y el surgimiento de nuevos grupos económicos, mafiosos y bastardos en sus orígenes, pero que tienen una casi infinita capacidad de compra y de extorsión. La degradación de CADIVI explica en mucho esas oscuras compras de medios de comunicación y las consecuencias en términos de persecución política y deterioro de la libertad de expresión. Se aprovechan las oportunidades políticas, pero no para resolver los problemas sino para sacar ventajas.

Algunos sostienen que eso es lo que ellos verdaderamente quieren. No dejan de tener razón. El grupo que esta en el poder no gobierna sino que intenta mantenerse en el poder para resguardar sus ilegítimos privilegios. Pero esa intención debe cruzarse con la necesidad de dar señales de poder resolver los problemas que, por cierto, ellos mismos han creado. Sin embargo, no pueden. Las dos racionalidades se contradicen y pugnan por imponerse. Y mientras tanto, lucen como "socialistas angustiados" tratando de lidiar con ese mar de contradicciones que son ellos mismos. Tratemos de buscarles algún sentido a esta tragedia.

 A este arquetipo vernáculo del “socialista angustiado” hace falta explicarlo en relación con sus autoengaños. La primera mentira endógena tiene que ver la falsa imagen que tiene de sí mismo. En parte heroica y en parte pendenciera. En parte comprometida con el proceso y en parte interesada en quedarse con su tajada. En parte audaz y en parte cobarde. En parte humanista y en parte cruel y despiadada. La segunda mentira endógena es la supuesta esperanza en “el hombre nuevo” resignado y disciplinado. Es haberse creído el eslogan popularizado por Lina Ron que decía “con hambre y sin empleo con Chávez me resteo”. Ese hombre nuevo nunca cuajó, y mientras llegaba del más allá, esta revolución se dedicó a la extorsión del populismo y al chantaje de la demagogia, reforzadas ambas por las amenazas de un gobierno que supuestamente lo sabe todo, lo controla todo. La tercera mentira endógena es la capacidad de realización del gobierno socialista. Es pretender que decretos habilitantes y frases autoritarias o mayestáticas eran suficientes para transformar la realidad. Que no hace falta hacer seguimiento porque en eso consiste el heroico compromiso revolucionario y la virtud del hombre nuevo. Es la apuesta ingenua a que ese “si mi comandante en jefe” que era declarado con tanta parsimonia no escondía una carcajada que resonaba entre pecho y espalda. La cuarta mentira endógena es pretender que gobernar es salir en cadena. Es haberse creído la farsa del espectáculo montado para que la gente crea que aquí hay gobierno que opera con la misma intensidad todo el tiempo. La quinta mentira endógena es pretender que todo se resuelve a “realazolimpio”, evitando por tanto toda la complejidad que supone el manejo eficaz de las burocracias y el talento humano. Por lo visto para este castro-comunismo “real mata experticia técnica”. Para ellos la lealtad –heroica y romántica- es más que suficiente para manejar una refinería, una acería, un complejo cementero, un hospital o un ministerio.

 El grupo enquistado en el poder presume de su ignorancia con una desfachatez que intentan compensar con un presupuesto supuestamente infinito. La sexta mentira endógena es creer que lo que no saben ellos lo saben los “asesores cubanos”. Que Fidel es un sabio mitológico, Raúl su sumo sacerdote, y cualquier miembro del partido comunista cubano está facultado para casi cualquier cosa. El “vivo-pendejo” venezolano canta loas a la solidaridad de los pueblos que mueve a los cubanos, mientras los cubanos cuentan los reales mientras inventan todos los días un negocio que sirva para esquilmarnos más.

Pero hay un detalle que salta a la vista: el problema de los cubanos no es el problema de los gobernantes venezolanos, y mucho menos el que aqueja a los venezolanos. Hay un cruce de racionalidades que terminamos pagando los ciudadanos. A los cubanos les interesan los dólares que requieren para mantener a flote su régimen. Al régimen de Maduro le interesa mantenerse en el poder, lo que no conseguirán si siguen priorizando los intereses de los cubanos. Y a los venezolanos nos interesa nuestra propia prosperidad, pero para lograrla tienen que quitarse de encima esa coalición castro-socialista que nos está dejando secos. Claro, nadie dice cuales son sus verdaderas intenciones. Todos fingen un ron en una telenovela romántica desbordada por el amor, la solidaridad y la patria grande.

 En suma, la telenovela venezolana llamada Socialismo del Siglo XXI, en su segunda temporada es la exacerbación de la “ainstrumentalidad” advertida por el prof. Antonio Cova. No hay consumación posible a la trama, simplemente porque los autores no saben, no quieren, no pueden, no deben. Y para colmo se resisten a cambiar el libreto o contratar otros libretistas. Por eso este clímax cansón en el que todos los días avisan que “ahora si vamos a decidir”, “ahora, en un rato, vamos a dar unos anuncios muy importantes”, sin que ocurra ninguna otra cosa que esa sensación social de que el abismo esta allí mismito y que la colisión es inminente.


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