La guerra comunicacional: pilar fundamental de la política
Escrito por Andrés Moreno Arreche   
Viernes, 02 de Octubre de 2009 07:39

altLa política no es otra cosa que la visión laica del poder. Los griegos la asumieron así y la entendieron como la actividad humana tendente a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad.


Se insiste que la humanidad ha transitado por muchas Eras. Los calendarios, las eras y los ciclos han servido sólo para estructurar un pasado y sin embargo, apenas dos Eras han signado el tránsito de la humanidad hasta el presente. Una ha estado vigente desde que el hombre obtuvo conciencia de sí y por lo tanto, conciencia de su trascendencia. Yo identifico a ese lapso en el que aún transitamos como la Era de la Persuasión, es decir, el tiempo de las inter relaciones con base en la comunicación. Previa a ella tuvo lugar la Era de la Sensación, caracterizada por una vida contemplativa y expectante, preconsciente, y tal vez algún día ascenderemos a la Era de la Iluminación que ha sido identificada por múltiples religiones y enfoques filosóficos como el momento místico en que el hombre asume su trascendencia respecto al universo físico tridimensional y entonces ‘crecerá’,  desprendiéndose de su lastre físico-sensitivo-persuasivo, para entrar en sintonía trascendente con Dios y su Universo.


Esta visión holística de la historia de la humanidad nos ubica en una prolongadísima segunda Era: la de la persuasión. Y es que no otra cosa ha intentado hacer el hombre respecto de sí y para sus semejantes desde que obtuvo la percepción de su unicidad con relación al entorno. Persuadirse y persuadir a otro semejante ha sido, desde el comienzo de los tiempos de esta Era, el hecho fundamental y trascendente de la humanidad.


Y si lo analizamos detenidamente, ha sido el único acto, verdaderamente genuino, que ha intentado la humanidad desde que tiene sentido de sí misma y fundamentalmente, desde que asumió la pertenencia de su entorno. La conceptualización de éste a través de la palabra fue el primer intento del hombre por persuadir a un semejante de que ‘algo’ se podía abstraer, y por consiguiente conceptualizar, en un sonido con un sentido: La palabra. La relación de la palabra y la cosa. Más luego, la concomitancia de la palabra y la idea dio paso a la palabra – concepto.


Los inventos y el desarrollo intelectual de la humanidad no son otra cosa que la consecuencia de la persuasión en el espíritu del hombre por hacer de su tránsito terrenal más confortable. El ejemplo más humano  -y por tanto, más persuasivo- de que esto es así está reflejado en ese intento por trascender espacio y tiempo que desembocó en el lenguaje, base fundamental de la escritura y que posteriormente nos condujo  a la invención de la imprenta y los tipos móviles por Johannes Gutemberg en 1452, el proto-escenario de una globalización de la humanidad que se ha repotenciado en la actual post modernidad navegando sobre la autopista, interactiva y virtual de la internet. 


Pero la persuasión trajo consigo, desde sus inicios, un virus letal extraordinariamente contagioso: el poder. Un poder que inicialmente se reflejó en el saber, que diferenciaba a unos respecto a otros y establecía de ese modo, una jerarquía: La clase de ‘los sabedores’, que conjuraron esa primitiva relación de poder-sometimiento en la persuasión de la tenencia. Dominar el ‘qué’ y el ‘cómo’ fue suficientemente persuasivo para que los que detentaran ese saber establecieran el ‘dónde’ y decidieran el ‘cuándo’ y el ‘cuánto’, reservándose para sí, por virtud mística del saber-tener, el ‘por qué’.


El virus del poder comienza a manifestarse a partir de la tenencia del conocimiento, vedado para muchos y aperturado para un nuevo estamento: los iniciados. La búsqueda de los ‘por qué’ y el ambiente hermético de tal búsqueda provoca el surgimiento de la primera organización humana de poder en esta Era de las Persuasiones: La religión. Lo místico y desconocido de los elementos naturales, junto con el surgimiento de las primeras manipulaciones que hizo el hombre del entorno (la alquimia) consolidaron el poder persuasivo de la religión.  Surge entonces la primera estructura social del poder, la religión, y con ella la primera gran guerra comunicacional de la humanidad: La rebelión contra la Fe.
Una rebelión eminentemente persuasiva, como cualquiera de las campañas proselitistas del presente, porque fundamentó su accionar en el cambio conductual y actitudinal de unos, respecto a los autos de Fe establecidos y su correspondiente casta de poder. Las ideas se utilizaron para derrumbar otras ideas. El lenguaje fue puesto al servicio de la conquista del espíritu y las negociaciones de los acuerdos entre facciones disímiles pero con intereses y objetivos comunes.  Esa es la analogía que nos transmiten La Toráh y La Biblia en relación con el papel de la serpiente con Eva, el ‘fruto prohibido’ y la pérdida del Paraíso, simpático y sugerente texto con el que se pretende explicar el tránsito de la Era de las Sensaciones a la Era de las Persuasiones.


La política no es otra cosa que la visión laica del poder. Los griegos la asumieron así y la entendieron como la actividad humana tendente a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. Vista así, la política no es otra cosa que un proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones, para la consecución de los objetivos de un grupo.  Y fue precisamente Aristóteles el que le dio al hombre su estatus al definirlo como un ‘animal político’, término que se popularizó en Atenas a partir del Siglo V a. de C. en especial luego de la aparición de los textos aristotélicos compendiados bajo el título de ‘Política’, donde se define como política a la comunicación dotada de un poder, relación de fuerzas.
La política se convierte en el instrumento más representativo del accionar humano, e inicia el apogeo de la Era de la Persuasión. Si nos atenemos a las subdivisiones que se han hecho de la Era Persuasiva, la política se remonta al Neolítico, donde se empezó a organizar la sociedad jerárquicamente apareciendo así el poder sobre los demás. Hasta aquella época, el poder lo ocupaba el más fuerte o sabio del grupo, pero ya hay constancia de pueblos centroeuropeos y procedentes del mediterráneo que estaban organizados en un sistema que en ocasiones era absolutista, y como en el caso de algunas polis griegas (Atenas) o en la cultura fenicia, donde se practicaba la democracia parcial, o estaban organizadas en asambleas.
El sistema político predominante desde el Neolítico hasta muy entrada la Edad Media fue  absolutista, en el que todo el poder era ocupado por una sola persona. Este esquema político no cambió hasta el fin del Antiguo Régimen, término que los revolucionarios franceses utilizaron para designar peyorativamente al sistema de gobierno anterior a la Revolución Francesa de 1789 (la monarquía absoluta de Luis XVI), y que se aplicó también al resto de las monarquías europeas cuyo régimen era similar a aquél, y con la Revolución Francesa en Europa y la constitución de Estados Unidos se inaugura en Occidente un sistema político, que no por representativo y protagónico es indiferente a los oficios de la comunicación persuasiva, entendida como una guerra comunicacional.


La guerra comunicacional se trasmuta de una forma de información irreverente e irruptiva, en un instrumento de la política y de la guerra, que como bien definió Karl von Clausewitz, no es sino la continuación de la política pero por otros medios. Para ello tuvieron que sucederse algunos hechos propios de los tiempos modernos y los posteriores a éste: La concentración de grandes urbes sólo posible con el surgimiento de las metrópolis y su inevitable adicción, las masas, cuya rebelión definiera tan prolíficamente don José Ortega y Gasset. La producción en serie de la era industrial y más recientemente, los resultados poco épicos, más bien trágicos, de las dos Guerras mundiales, que junto a la caída por demás emblemática del Muro de Berlín y el cuestionamiento histórico de los sistemas comunistas, colocó a la humanidad frente a la posibilidad de un holocausto generalizado.


Todo lo anterior integra un complicado escenario, donde actores, apuntadores y libretistas desarrollan una obra de teatro sobre la marcha de los acontecimientos que marca el público pero sin fin aparente, donde lo que prevalece no es la verdad sino la apariencia de verdad. La humanidad es derrotada por sus mismos éxitos y la época dorada de la Era de las Persuasiones comienza un declive suave, lento pero sostenido, y así también la política, el emblema más representativo de esta Era, representado por la forma más generalizada en Occidente, la democracia, y sus diversas teorías ideológicas. La explicación más simple, aunque la más cruel sobre la política postmoderna nos la ofrece el suizo Louis Dumur:
"La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos".


La política, que originalmente se define como el ejercicio del poder en relación a un conflicto de intereses, como una disposición a obrar en una sociedad utilizando el poder público organizado para lograr objetivos provechosos para el grupo, se transforma en actividad estratégica de quienes procuran obtener el poder, retenerlo o ejercitarlo con vistas a un fin, como un medio instrumental que desde la perspectiva moral debería ser utilizada para el servicio hacia los demás, pero que en la práctica malsana se despoja de ese sentido ético.


Es precisamente aquí, en este escenario, donde se hace visible la guerra comunicacional como pilar fundamental de la comunicación política, no sólo como instrumento exclusivo de  las políticas perversas y egoístas a las que alude el párrafo anterior, sino también como parte integral de las comunicaciones persuasivas necesarias en cualquier política de sólidos principios éticos, que requieren urgentemente la construcción de un mensaje convincente para ganar adeptos a su causa, y que se debaten en un escenario hostil, divergente, atomizado por intereses particulares y con una población cada vez más resistente a creer en los proyectos políticos, pues ha decantado su fe hacia el liderazgo de los hombres.
La guerra comunicacional se convierte en la aplicación práctica de procesos persuasivos, procesos que se rigen por 10 Leyes fundamentales y se ejecutan con la observancia de 13 Principios estratégicos y tácticos. Estos procesos persuasivos de la guerra comunicacional, que se inician con la definición del o de los objetivos (a corto, mediano y largo plazo), prosiguen con el análisis de los diferentes escenarios (reales, posibles, probables, concomitantes e inesperados), para luego seleccionar las estrategias y las tácticas que sean las que garanticen la consecución de los objetivos persuasivos predeterminados.


La guerra comunicacional es, en la praxis, la planificación de campañas persuasivas, cuyos objetivos específicos respondan a la jerarquía y el orden de los objetivos generales, que se desprenden del análisis de los escenarios y de la adecuación permanente de los objetivos políticos, objetivos que varían por la dinámica constante de la opinión pública, y en sintonía con esa opinión debe  variarse el enfoque de las campañas, tanto de información como de desinformación, y de aproximación indirecta, sin descuidar las campañas de 'pulsión interna' que son las que se utilizan para evitar 'troyanos' y 'gusanos' dentro de la organización.


La guerra comunicacional se desarrolla en un escenario de batalla persuasiva, en el que las acciones de inteligencia y contrainteligencia corporativa son tanto o más importantes que las de información. Por ello, la guerra comunicacional es la expresión práctica de una doctrina propagandística cuyo objetivo no es la consecución de la verdad, sino la captación de adeptos a la causa propia, para concienciarlos y convertirlos en propaladores del mensaje, sea éste un mensaje de bien o de mal.
Vista así, la guerra comunicacional no es sino la consecuencia inminente de una necesidad doctrinaria; de un proceso político que por un lado facilita el convencimiento y la captación de adeptos, pero simultáneamente desarrolla maniobras divisionistas y distraccionistas dentro de las filas contrarias, con el deliberado propósito de desarticular sus bases filosóficas, crear desconcierto entre sus seguidores y finalmente debilitar al extremo posible las oposiciones ideológicas para imponer, por convencimiento, las ideas que inspiran las políticas de acción.


D’Alembert sostenía que así como el arte de la guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos. Cuando la política se despoja de su manto aristotélico y se asume como una estrategia, no queda duda que su objetivo no es el objetivo griego de gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad, sino que se transforma en una actividad estratégica de quien procura obtener el poder, retenerlo y ejercitarlo con vistas a un fin personal.
Sea para pervertir a la política o para defenderla como la expresión más sublime en esta Era de las Persuasiones, la guerra comunicacional está allí, a la mano de ambos bandos, como un poderoso y fulminante armamento que servirá por igual, a Tirios o a Troyanos, en la batalla decisiva que se desarrolla en la mente y en el alma de los ciudadanos.

(*) Comunicólogo. Asesor de Imagen e Identidad Corporativas.  Profesor universitario. Escritor

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