Vendedores de sofás
Escrito por Collette Capriles (El Nacional)   
Jueves, 01 de Octubre de 2009 06:41

altQue el resentimiento de la nueva casta en el poder se manifieste excluyendo, persiguiendo, escarneciendo, insultando y privatizando, para su provecho, los recursos del Estado, no es sino la práctica estándar, desarrollada de forma exponencial pero de ningún modo ausente en el origen del "proyecto".

La historia de estos años se escribirá más bien atendiendo a las distintas "formaciones discursivas", en palabras de Foucault, que ha recubierto esas bajas pasiones para hacerlas socialmente circulables.

Desde el discurso de la tecnocracia militar anticorrupción que impregnaba al primer Chávez, pasando luego por la tercera vía de un vago nacionalismo económico con estado de bienestar, para iniciar de súbito el cínico camino del socialismo "del XXI", etiqueta meramente propedéutica que sólo estaba dirigida a incorporar el lenguaje de la dictadura en el vocabulario cotidiano del venezolano, como para irlo naturalizando; los léxicos cambiaban, mientras los actores permanecían.

Este año ha sido en ese sentido revelador: se ha rasgado ese velo de pudor que obligaba a pagar intelectos para que produjeran palabras capaces de darle sentido al "proyecto".

Los nuevos cerebros desempleados hurgan en las enciclopedias posmodernas para seguir repitiendo la historia de las apostasías del siglo XX, dedicándose ahora a la búsqueda de alguna novedad que preserve el credo marxista frente a su nuevo fracaso. La culpa será, como siempre, de unos abstractos burócratas o de gente sin fe...

Algo hay que decir, sin embargo. El poder no puede ser mudo, no puede ser tan obsceno como para mostrarse en su plena desnudez caníbal. Y así se va tejiendo ese otro diccionario, emparentado con la higienización nazi: el otro, el diferente, el que disiente, es "pernicioso" ­con ese lenguaje se han referido los camisas rojas a los efectos de la actividad de los grupos de teatro más consolidados-, o es un cuerpo extraño, una bacteria o un gusano, o el vector de una enfermedad moral que atacaría al supraorganismo social. La crítica y la resistencia a la locura del poder se conceptualizan a su vez como locura infecciosa y se reducen con una política de cordón sanitario: individualizando los "casos", aislándolos, "vacunando" mediante el ejemplo siniestro y promoviendo la "prevención", es decir, la autocensura, el silencio, el miedo. Epidemiología en vez de política, y virus en vez de adversarios.

Esto que pasa en el país se ha vuelto autoexplicativo: el régimen muestra las entrañas. Es un alivio en cierto sentido no tener ya que argumentar ante esos bienpensantes que veían en el caso venezolano una posibilidad de redimir vicariamente su culpa social. Una imagen, ahora, es suficiente porque tiene toda la elocuencia del dolor: la de los deudos en la morgue de Caracas, para quienes la autoridad ha tenido la gentileza de proporcionar un aparato de televisión panorámico que los anestesiaría durante los días y semanas que suelen durar las autopsias. Y es emblemático, el ejemplo, porque revela la lógica de vendedores de sofás adulterinos de quienes mandan aquí.

Podríamos felicitarnos porque aún se toman el trabajo de deshacerse del sofá culpable, pero más bien provoca especular acerca de por qué lo hacen. En mi opinión es innecesario dedicar tanto talento a maquillar la ineficiencia y la crueldad con la que se gerencia lo público; al fin y al cabo, el Gobierno ya se ha definido como un gobierno de minorías y poco debería importarle la evaluación que de él se haga. Pero le importa, entonces, y vuelve a comprar sofás masivamente para luego venderlos antes de las elecciones. La misma fórmula de "sensación de plata en la calle", actos faraónicos de exhibicionismo multilateral y estimulación del nacionalismo plebeyo alrededor de misses, niñitos tocando violín y fútbol. Me atrevería a creer que esa construcción, tan manoseada en otros países y circunstancias, de la Venezuela-potencia-regional, no tendrá la eficacia política requerida. Venezuela es otra: mientras el Gobierno repite, la sociedad aprende.

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