La desgracia ajena como evasión
Escrito por Milagros Socorro (periodista)   
Martes, 29 de Septiembre de 2009 07:20

altMe pregunto qué pensarán los jefes de Estado, diplomáticos, funcionarios y periodistas presentes en la asamblea general de la ONU cuando escuchan a Hugo Chávez hacer la defensa, en ese recinto, del pueblo hondureño. ¿Tendrán conciencia los miembros de esa audiencia del grado de depauperación en que se encuentra Venezuela? ¿Habrán llegado a sus oídos las noticias que retratan un país sumido en el caos, la anarquía, la inflación, la inseguridad ciudadana, el desempleo, una corrupción administrativa sin límites y sin pudor, una profunda crisis en la salud y la educación, y una infraestructura en deterioro progresivo?


Chávez va a Nueva York, con la inmensa comitiva habitual, a hablar de un “régimen troglodita” en Honduras; como si él y sus cómplices hubieran deparado alguna modernidad a Venezuela en lo urbano, en lo institucional, en lo cultural… en algo. Revisemos lo que ocurrió en Venezuela durante los días en que Chávez paseaba sus trajes de alta costura por la gran manzana y alojaba sus huestes de guardaespaldas, médicos personales y amiguetes en hoteles lujosos. 


El mismo día que hablaba en el alfombrado escenario internacional mientras afuera lo esperaba una caravana de lujosos blindados, 12 obreros petroleros de la Costa Oriental del Lago, se cosían los labios en desesperado alegato para que les den empleo, después de que el gran irresponsable destruyó la economía de la zona confiscando empresas y anulando puestos de trabajo. Estos hombres habían comenzado una huelga de hambre el martes, mientras el potentado surcaba los mares en el avión de la república convertido en su nave privada; y dos días después el país los veía, mudos, llenos de angustia y abandonados, con un siniestro punto de cruz clavado en sus labios. 


Mientras, en Caracas unos delincuentes prendían candela al palco de las autoridades rectorales en el estadio de beisbol, en la víspera del inicio de la temporada 2009-2010 (ya habían incendiado varios autobuses, el carro del vicerrectorado administrativo, así como la sede de la Federación de Centros Universitarios de la UCV, sin que se haya buscado a los culpables). En el centro penitenciario Yare III, el bachiller Julio César Rivas, detenido en su casa cuando tecleaba en su computadora, cumplía tres semanas de presidio, en una celda de presos comunes, por participar en la marcha del 22 de agosto, contra la Ley Orgánica de Educación. 


A la hora exactamente en que el golpista del 92 parloteaba acerca de la necesidad de “dar un viraje estratégico al mundo para no entrar de nuevo a la época de los golpes de Estado” y de unirse “para luchar contra los males que sacuden el mundo, como el hambre, las enfermedades, la miseria y las desigualdades”, en Venezuela estos flagelos acosan a la población con tal saña que los trabajadores del Clínico Universitario y del Hospital Magallanes de Catia salieron a las calles a protestar porque los hampones se pasean armados por las dependencias de los centros de salud, porque los médicos son blanco de robos y toda clase de atropellos, porque hace dos semanas unos criminales entraron al clínico y asesinaron a tiros a un paciente que se recuperaba de dos heridas de balas; porque el 30 de agosto, a las 1:35 de la madrugada, se recibió en Pediatría a una niña de 2 años herida de bala y, cuando los médicos constataron que no presentaba signos vitales, fueron amenazados de muerte por los familiares para que la salvaran; porque las edificaciones se están cayendo, porque los aires acondicionados de los quirófanos hace tiempo que no funcionan, porque no tienen servicios de rayos X, porque carecen de insumos para la atención … y porque no encuentran una sola autoridad que escuche su clamor.


Con esas credenciales, mérito de una sola semana, Chávez sale al extranjero a lamentarse por los males del vecino, pálidos destellos de la tragedia que él ha echado a andar en Venezuela. Como si al señalar los desastres ajenos se disiparan los propios. O será una manera de distraerse, como las conserjes de edificios vecinos que el jueves, tras agotadora jornada, se reunieron para comentar el tono de cabello de los famosos. “No entiendo”, dijo una de ellas, “yo no llego a los 50 y estoy llena de canas, ¿cómo harán Zelaya y Gadafi, que tienen ese pelo negrito?”. No veían, pobres mujeres, sus piernas cruzadas de várices.


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