Luz y oscuridad social
Escrito por Lorenzo Figallo Calzadilla   
Martes, 15 de Abril de 2014 02:18

altEl último de los sobrevivientes anotó con un pedazo de ladrillo sobre una piedra: “somos el resultado de la necedad humana


La Luz

Investigaciones dicen que por allá en la prehistoria, el descubrimiento del fuego fue sumamente importante en la evolución humana. Implicó: cobijo y calor; una mejoría en la dieta; explorar y habitar nuevos territorios; aumentar las posibilidades de cultivar y alimentarse; la jornada de trabajo se incrementó; el descanso fue mayor; el miedo disminuyó. Hubo claridad en la oscuridad.

Seguramente  una noche, ese ser de los primeros momentos, sentado frente al fuego,  meditando y posiblemente conversando con sus compañeros sobre su rutina del día,  lanzó jugando un pedazo de tierra mojada a ese sol nocturno que había frente a sus ojos. Al rato, como de costumbre, se fue a dormir. Cuando despertó en ese amanecer de la historia, se acercó a esa fogata de llamas ya apagadas, la revisó detalladamente entre sus brasas y con sus manos prodigiosas de ser humano hacedor sacó formas que, con el discurrir se convirtieron en vasijas,  figuras, expresión.

Así entonces siempre, fue mezclando  todos los elementos que tenía a su alcance; al barro le agregó agua, luego lo moldeó, le extrajo el aire interno y lo introdujo al fuego.  A las piezas les puso colores impresionantes.  Perfeccionó la técnica e hizo casas, monumentos, ciudades.

De esta manera, realizó su larga caminata por el mundo haciendo culturas y sociedades.  “Atapeurca” indica, que el control del fuego fue un hito en el desarrollo de la humanidad, una luz que contribuyó con el quehacer de la vida.

La oscuridad

Una narración relata que muchísimos siglos después una de esas  sociedades, la cual con tanto esfuerzo alguna vez se levantó, fue arrollada por el egoísmo abrasador y desenfrenado de un grupo que ocupaba el  poder central. Nunca quisieron escuchar, de tal forma  que no hubo forma posible de lograr un acuerdo en función de encaminar el país con rumbo equilibrado para todos sus miembros. No existió un gesto para el reconocimiento del otro.  La intransigencia  de la casta gobernante marcó diferencias irreconciliables.

Una rara chispa de la intolerancia se fue de control avanzando hasta lugares insospechados.  Arrasó con sentimientos, pensamientos, emociones. En la hora final, el resultado fue igual para toda la sociedad. Lamentablemente no hubo discernimiento en la toma de decisiones universales. Por igual,  aquellos seres pagaron el costo  de las consecuencias y tuvieron que correr buscando salvación, pues ya todo era infructuoso.  Estaban acorralados. Se fueron hacia los bosques  intentando evitar ser alcanzados por aquel infierno construido socialmente.

Atormentados se introdujeron desesperadamente  en el boscaje, era el último reducto de frutas, verduras, legumbres, árboles, oxigeno, agua, vida. Allí el poderoso jerarca perdió su dominio volviéndose sumamente pequeño, débil. Por necesidad de sobrevivencia tuvo que comunicarse con el contrario en concepción política.  Hablaron urgentemente con el fin de entenderse,  ayudarse,  solidarizarse entre sí. Eran momentos caóticos. El tiempo se agotaba, la devastación irremediablemente  era un hecho.

La naturaleza torció su curso, nunca más volvió a llover. La arboleda se fue secando paulatinamente.  El lugar quedó árido, seco, inhabitable.

El último de los sobrevivientes anotó con un pedazo de ladrillo sobre una piedra: “somos el resultado de la necedad humana.  El sectarismo político nos redujo socialmente. Nos consumimos  hasta la extinción. Fuimos incapaces de cultivar la fraternidad, la codicia y ambición triunfaron sobre la vida. El alma vacía de su contenido esencial  yace en este lugar de tragedias”.


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