Al principio, tal vez muchos creyeron que se trataba de algo pasajero; un cambio más de un gobierno más. Al cabo de una década, las angustias y los avatares a los que ha sido sometida la sociedad venezolana no dejan lugar a las dudas respecto a qué tipo de cambio es el que ha sobrevenido en la vida de los ciudadanos, qué variación ha experimentado la percepción de los individuos respecto al liderazgo, en qué sentido han evolucionado las instituciones en relación a la independencia de los poderes, cómo ha impactado la llamada revolución al desenvolvimiento del aparato económico y, sobre todo, en qué medida ha sido perturbada o consolidada la democracia respecto a otras formas de gobierno que suponíamos históricamente superadas.

Se dice que los venezolanos eran proclives a seguir liderazgos fuertes, de tipo militar. Una larga historia de montoneras parecía corroborar la hipótesis. Sin embargo, las generaciones sucesivas que acompañaron a los líderes de la llamada "generación del 28" fueron la garantía social, no sólo del triunfo de la democracia sobre la montonera izquierdista de los años sesenta, sino también, lo más importante, de la ejecución del plan diseñado por Rómulo Betancourt a partir de las Tésis políticas y programáticas del PDN, embrión originario de Acción Democrática. Esto lo que corrobora es la inclinación democrática de los venezolanos y obliga a profundizar el estudio de las bases y las razones del liderazgo actual.

En su larga evolución política, no siempre el Estado venezolano tuvo la forma actual. Inclusive, hubo períodos en los que ni siquiera tuvo forma. De allí que los historiadores coincidan en señalar a Guzmán Blanco como el verdadero iniciador de la construcción del Estado venezolano, a partir de la organización de la Hacienda y la Instrucción públicas. Los modelos de estas dos instituciones llevaban, desde sus inicios, el sello de las instituciones democráticas; por ello evolucionaron en esa dirección y, por ello, las iniciativas actuales que buscan sustituir su naturaleza por una médula de corte comunista y totalitaria sólo podrían destruirlas, porque las naturalezas democráticas y comunistas son incompatibles. Lo mismo puede asegurarse del resto de las instituciones del Estado venezolano. Su transformación en dóciles oficinas al servicio exclusivo de los planes del presidente Chávez y la transformación del mismo presidente Chávez, de líder democrático en líder comunista, avanzan en la dirección de transformar todo el Estado venezolano en un Estado totalitario del tipo de los que existieron en la desaparecida URSS, o en las países de la Europa del Este del período comunista y de la Guerra Fría. Era la supremacía del Estado sobre toda la sociedad y la sustitución de la sociedad por la única e inconmovible figura del Gran Líder Necesario.

El asalto del aparato económico es un paso necesario en la construcción de este modelo de Estado. La propiedad privada les estorba porque impide que el Estado pueda apropiarse de los medios con los que se producen los bienes y los servicios, bienes y servicios que, a su vez, son utilizados como un instrumento de chantaje y de dominación política contra toda la sociedad a la que se pretende controlar y subyugar. De allí el afán por estatizarlo todo, fundamentalmente los alimentos, para dominar a la sociedad desde el hambre, y siempre con el camuflaje del objetivo comunitario. El asunto es que la propiedad nunca desaparece. Como aseguran los estudiosos de este tema (sobre todo Richard Pipes), la propiedad no desaparece, sólo cambia de manos. En el modelo totalitario, la propiedad pasa de manos de la sociedad (donde la ejercen los individuos), a manos del Estado, donde la ejercen los burócratas del partido puestos a dirigir las instituciones secuestradas.

Estas son las ideas que debemos discutir, porque de lo que se trata es de tomar partido entre un modelo de sociedad democrática de tendencia perfectible, o un modelo de sociedad comunista y totalitaria al que la historia ya puso en su sitio por fracasado.