Temor, tristeza y rabia |
Escrito por Oswaldo Álvarez Paz | X: @osalpaz |
Lunes, 17 de Agosto de 2009 07:34 |
Ya basta de quejarnos todo el día y todos los días con relación a lo mismo. Confieso que nunca antes había visto días más tristes, ni al pueblo tan preocupado con una mezcla de temor y rabia, de descontento e indignación, como ahora. La aprobación de las nuevas legislaciones en materia de educación, elecciones, propiedad y tierras urbanas, así como las reiteradas amenazas a los medios de comunicación, la violencia física en contra de periodistas, estudiantes y manifestantes en general, la violencia institucional derivada del uso y del abuso del poder político concentrado por el tirano y del dinero negro que la dictadura maneja sin controles, ponen punto final a una etapa de rutinaria protesta cívica contra el régimen. Es inmoral la tolerancia. Se acelera la construcción de un “marco jurídico” apropiado para disimular las graves violaciones a la Constitución de la República por una parte y, por la otra, para darle piso “legal” a las tropelías de un gobierno sin careta que roba, mata, secuestra y amenaza a diestra y siniestra para imponer este “socialismo” que el pueblo rechaza. El abuso descarado ha hecho posible que la rabia supere al temor y que el rechazo a las pretensiones del régimen supere la incertidumbre que puede generar una confrontación de dimensiones desconocidas hasta ahora. Pero lo cierto es que definitivamente y mientras Hugo Chávez sea Presidente, las posibilidades de paz, de diálogo, de entendimientos sobre los temas fundamentales, de vigencia de los principios básicos de la democracia y de los valores sobre los que reposa toda nuestra cultura judeo-cristiana, son imposibles. Tampoco se puede vivir en condiciones de normalidad en la Venezuela actual. No hay la serenidad necesaria para alcanzar este propósito. Chávez le ha declarado la guerra a muerte a la Venezuela decente, tanto a la civil como a la militar. Su responsabilidad es exclusiva y excluyente por lo que pueda suceder. Tratará de disimularla, de evadirla y hasta de desviarla hacia sus colaboradores, pero, sin excluir la de quienes también la tienen, no podrá hacerlo. Arrogancia, hipocresía, cinismo, corrupción e incompetencia acompañan este proceso de traición a la patria sin precedentes. Hay que ponerle punto final utilizando todos los instrumentos que la Constitución ofrece y que el Derecho Natural consagra para la defensa de la libertad y la dignidad de la persona humana y de los pueblos.
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