Meritocracia vs. Socialismo |
Escrito por Andrés Moreno Arreche |
Domingo, 26 de Febrero de 2012 16:04 |
![]() En Venezuela, el concepto meritocracia fue asociado inicialmente a la industria petrolera internacional y en consecuencia, a los primeros 30 años de gestión administrativa y operativa de la industria petrolera venezolana, nacionalizada durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, que fue heredera de unos procesos administrativos (entre los que destacó la meritocracia) que condujeron a PDVSA a ser una de las tres primeras empresas de hidrocarburos y la quinta corporación más productiva en el mundo. Pero contrario al saber popular en Venezuela, el concepto no es nuevo ni petrolero: La palabra meritocracia aparece por primera vez en el libro The Rise of the Meritocracy (1870-2033): An Essay on Education and Equality (1958) de Michael Young, pero conceptualmente tiene un origen más remoto, pues los primeros indicios de este mecanismo se remontan a la antigua China, a Confucio y Han Fei, que fueron dos pensadores que propusieron un sistema próximo al meritocrático, y también a Napoleón Bonaparte quien lo aplicó en sus gestiones militares, adaptándolo de sus lecturas de La República ideal de Platón. ¿Por qué ‘la meritocracia’ es atacada y extirpada como fórmula de gestión administrativa y operativa en los gobiernos socialistas? Por una simple y cruel razón: Meritocracia (vocablo de raíz latina mereo, merecer, obtener) es un sistema de gobierno basado en la habilidad (mérito) en vez de la riqueza o la posición política. En este contexto, "mérito" significa básicamente inteligencia, esfuerzo y por ello es una fórmula de gobierno basada en las cualidades, las experticias y las competencias de los individuos, para que las posiciones jerárquicas sean conquistadas con base a la cualidad del aspirante y en función de ciertos valores asociados a la capacidad individual y el espíritu competitivo, como la excelencia. La práctica meritocrática molesta al socialista ramplón e ineficiente (disculpen el pleonasmo) porque ella presupone el contraste de las cualidades individuales para el acceso a determinado nivel de jerarquía operativa. Ese contraste, realizado en igualdad de oportunidades y en equivalencia de escenarios suele ser identificado por los socialistas como un acto discriminatorio... ¡Y tienen razón! La meritocracia discrimina las aptitudes, las experticias y las competencias entre los postulantes para seleccionar entre ellos al que posea el mayor caudal de cualidades asociadas a la ejecución de las funciones que habrá de desempeñar, funciones éstas que están igualmente asociadas al reto de alcanzar metas -y superarlas- dentro de un lapso y con los instrumentos necesarios. En el rocambolérico “Socialismo del Siglo XXI” del Teniente coronel Chávez -un galimatías conceptual intragable y filosóficamente inexplicable- no hay cabida para el término meritocracia, un sistema que fomenta la promoción individual en función del mérito. El mismo Chávez se ha encargado de evidenciar la carencia meritocrática de su gestión política y administrativa al designar a no más de una veintena de sus más obsecuentes seguidores para el ejercicio de cientos de funciones administrativas y de gobierno para las que ninguno de ellos ha podido exhibir talentos, experticias ni competencias, y el resultado ha sido el mismo: Un desastre operativo y administrativo. La excusa que promueven los socialistas para justificar su desapego a la meritocracia es que, de acuerdo a sus criterios, tal método fomenta la desigualdad de oportunidades y las discriminaciones. Lo afirman sosteniéndose, no en argumentos sólidos o en experticias propias (lo que sería esencialmente ‘meritocrático’) sino que sus argumentos se basan en el desdecir de quien acuñó el término, el sociólogo británico Michael Young, quien abjuró de su concepto en una carta divulgada por internet y dirigida al entonces Primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair. En la comunicación (sustrato conceptual de los socialistas para denostar de las virtudes de la meritocracia) Young hace afirmaciones que son más ‘justificaciones’ que ‘demostraciones’ en contra. Pero el mismo Young entra en contradicción consigo mismo en ese texto cuando afirma: “Mi argumentación se basaba en un análisis histórico indiscutible de lo que había estado sucediendo a la sociedad durante más de un siglo antes de 1958, y más marcadamente desde la década de los 1870, cuando la escolarización se hizo obligatoria y el acceso a la administración pública se convirtió en algo competitivo por norma” [1]. Para luego desdecirse así, tres párrafos más adelante: “Una revolución social silenciosa se ha realizado en las escuelas y universidades que se han orientado a la labor de cribar a los jóvenes de acuerdo con los valores educacionales"[2]. El escenario político que se evidencia actualmente en Venezuela no es únicamente el enfrentamiento personal entre un abotargado y enfermizo Chávez, perverso representante las depravaciones y los desenfrenos del socialismo totalitario y personalista, frente a un joven y vital Capriles Radonski, que simboliza el resurgir de las fuerzas democráticas. Más allá del contraste personal y hasta físico entre ambos personajes, contraste intuito personae que conviene al estilo pugnaz y envalentonado del Teniente coronel, la verdadera batalla se plantea en el escenario ideológico. Entre el fracasado modelo socialista que depreda cuanto halla y nada edifica, frente al modelo progresista que convoca a la construcción de una sociedad donde impere la libertad individual, así como de la propiedad privada y la competencia en igualdad de oportunidades. Es la colisión entre una propuesta social que subsume a los ciudadanos a las migajas que le lanza un Gobierno milmillonario bajo el formato de una ‘misiones’, frente a un estilo de gobierno que sin desamparar a los que menos tienen, les ofrezca el acceso a unas oportunidades de crecimiento y progreso individual sustentado en habilidades, competencias y experticias, y en el acceso al conocimiento y el fomento del progreso individual, apalancándoles con un empuje inicial y una ‘promoción-semilla’, sustrato financiero y social para el crecimiento de la sociedad desde lo individual. Es, al fin de cuentas, la batalla entre las ventajas progresistas de la meritocracia, y las desventajas de la ‘vagocracia’ socialista. Nada más y nada menos.
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