Chávez y la operación camello
Sábado, 08 de Agosto de 2009 06:33

altEs conocida la manoseada estrategia de los narcotraficantes: usar un pobre infeliz al que se le atosiga de deditos con cocaína, para que sirva de anzuelo y concentre la atención de los agentes anti narcóticos, mientras se lanza una gran ofensiva de tráfico de drogas por los puntos alternativos. Sacrifican al camello – nombre con que se le conoce en los bajos fondos del narcotráfico – para obtener vía libre para el gran alijo.


Chávez, experto en guerras sucias y artimañas de distracción, ha aprendido la lección. Vez que quiere pasar un par de leyes de las más duras y apretar varias vueltas la tuerca del totalitarismo, lanza sus camellos al galope. Tira tres leyes simultáneas y ejecuta tres acciones anticonstitucionales, mientras arma sendos peos internacionales, acusa a quien se le ponga por delante y remueve su gallinero golpista, sus grupos de choque, sus Linas y Valentines, para imponer el paquete más duro.


Los camellos de esta operación totalitaria fueron la fiscal general, conocida en los bajos fondos del derecho como “Car’e Nalga” y doña Lina Ron, el oxigenado esperpento rojo rojito de estas carnes tolendas revolucionarias.  Las echó a los mastines, a plena conciencia que lo suyo no era ni la ley de medios ni asaltar Globovisión. Lo suyo era pasar por bajo cuerda la ley electoral, chorearse las treinta y cinco emisoras más poderosas del espectro y poner la ley de educación en los predios de la Asamblea.


La propia operación camello. Exitosa para él, como todas las anteriores. La estrategia es obvia y reiterada: montar cincuenta bochinches, armas trescientos peos, escupir pal cielo y desparramar el ventilador a los cuatro puntos cardinales. Así, da cinco pasos y retrocede dos: avanzó otros tres pasos de ganso en su marcha hacia la dictadura totalitaria.


Ya verá manera de desabollar los entuertos. En el panorama internacional acaparó el rating de los despreciables. Causa vómito en la Casa Blanca, bronca en el Pentágono, roña en el Departamento de Estado, asco en el Congreso, arrechera en los medios. No es el enemigo público número 1 de los americanos por demasiado atorrante. Pero ya está en las ligas mayores de los imposibles. De tan cara dura no se quiere dar por enterado, pero lo cierto es que los chilenos lo odian, los argentinos sienten repugnancia, los hondureños quisieran verlo descansando el sueño eterno y salvo los aprovechadores y zánganos de la izquierda revolucionaria, nadie quiere verlo ni en fotografía.  En Chile dicen de él que es más pesado que collar de rieles. Está en lo más bajo de los bajos fondos de los despreciables.


Pero sigue y sigue, con la obstinación de los macabeos. Pasa sus leyes, impone sus paquetes, se burla de normas y convenios, en una palabra: entra al escenario y se caga en el piano. ¿Hasta cuándo?

Va derecho al abismo. Más temprano que tarde se le caerá la estantería y lo veremos a cuatro patas reptando ante los próximos poderosos pidiendo le respeten su miserable existencia. Habrá que vivirlo para creerlo. ¡Escríbanlo!


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