La Divina P.
Escrito por Juan Guerrero | X: @camilodeasis   
Jueves, 17 de Enero de 2019 08:01

altRegreso de presenciar la última procesión de la llamada Divina Pastora, en Barquisimeto-Venezuela.

Las imágenes que sigo observando, me indican que esta concentración y procesión multitudinaria, tienen más cercanía a tradiciones ancestrales universales paganas que a un rito religioso católico.

Pienso en Apuleyo y su libro El Asno de Oro (Las Metamorfosis), donde el escritor romano describe parte de aquellas grandes concentraciones de devotos a los sagrados ritos mistéricos en honor a Isis, diosa-madre cuyos orígenes se remontan al antiguo Egipto.

De estas ancestrales tradiciones, la naciente religión cristiana toma la imagen de Isis y la vincula a María, para terminar de asimilar este ancestral mito que se impuso en gran parte del mundo antiguo. La iconografía nos dice que Isis siempre es representada sentada sosteniendo en su regazo a su hijo, Horus.

En Roma el culto a Isis, Madre de Dios, se practicó por siglos e incluso persistió años después de la cristianización del imperio. La tradición de dedicar festividades a la madre de dios era común en la Roma antigua. Tradición que venía de los antiguos coptos (egipcios), quienes cada año cumplían con el rito de sacar a la diosa de su templo para que el populacho pudiera rendirle culto, acercarla al Nilo, mientras los sacerdotes sumergían a los nuevos adeptos al culto, bautizándoles con las sagradas aguas del río.

La diosa-virgen tenía artesanos quienes le labraban finas joyas y vestían sus imágenes con trajes de seda y detalles simbólicos, como la del sol en media luna y su seno izquierdo mostrando al hijo amamantando como señal de fertilidad.

Por las calles de Tebas y demás ciudades, al igual que en Roma, los fieles devotos iban detrás de la imagen de la madre celestial, lanzando flores, derramando vino y fragancias, al igual que tocando y cantando himnos en alabanza a la sagrada imagen.

Fue en Éfeso (Turquía) hacia el 431 D.N.E., cuando se establece el dogma cristiano de María (theotókos, la que es madre de dios) en contraposición a christótokos, madre de Jesús. Siglos antes, los antiguos sacerdotes lo habían hecho con Isis, y antes con Artemisa, y mucho antes, con Anahita/Inanna (madre de Mitra).

Esta mariolatría (idolatría medieval) va asimilando diosas, deidades y vírgenes durante miles de años hasta llegar a nuestros días. Es precisamente esto de lo que estamos hablando. Una concentración-procesión, de poco más de dos millones y medio de devotos, quienes, sin saberlo, siguen rindiendo culto y manteniendo viva una tradición ancestral de quienes se aferran a creencias plagadas de misterio, superstición y puro paganismo.

Lastimosamente, y como indica en su obra el profesor Jaroslav Pelikan, el culto mariano es la fusión de antiguas creencias paganas que en los siglos se han adecuado a las prácticas modernas de los seres humanos. Las procesiones a Isis, que proceden del antiguo Egipto, nos llegan a nosotros vía la España medieval, de los siglos XIV-XV.

Recorro una vez más los sitios por donde pasa la imagen de Isis (-hoy con el nombre renovado de María, Divina Pastora). Imagen finamente tallada en un rostro de porcelana. Con vestido a lo prê-à-porter (hecho a la medida). Todo reluciente, con finos hilos y calzado de igual trazado. Un delicado sombrero junto con su cayado que recuerdan a alguna vieja campesina española.

Todo me sigue vinculando a esas lecturas y reflexiones. Pero no dejo de quejarme en lo que no creo sea semejante. Estar caminando sobre desperdicios de alimentos. Conchas de naranja, mandarina y cambur. Botellas de plástico con aguas sobrantes. Olores rancios de quienes madrugaron y soltaron sus humores. Orines y escupitajos. Todo el tránsito de la procesión es un desfile de pobreza generalizada. Tarimas donde salen sonidos que se entrecruzan. Melodías dispares. Sudor de fieles que transitan y tropiezan.

Es un desfile del más puro paganismo de seres humanos que se aferran a creencias ancestrales. Quieren, deseen, anhelan ver. Creer. Renovar su fe. Ya han llegado al templo. Atrás quedaron los días cuando los sacerdotes egipcios les mandaban grabar orejas a las afueras de los templos, para que pudieran conversar con la diosa. Hoy la ven, la tocan a través de un cubo de cristal.

Sigo pensando y cito a Apuleyo, mientras habla de su diosa-madre Isis: “Soy la divinidad única a quien venera el mundo entero bajo múltiples formas, variados ritos y los más diversos nombres. Los frigios, primeros habitantes del orbe, me llaman diosa de Pessimonte y madre de los dioses; soy Minerva Cecropia para los atenienses autóctonos; Venus Pafia para los isleños de Chipre; Diana Dictymna para los saeteros de Creta; Proserpina Estigia para los sicilianos trilingües; Ceres Actea para la antigua Eleusis; para unos soy Juno, para otros Bellona, para los de más allá Rhamusia; los pueblos del Sol naciente y los que reciben sus últimos rayos de poniente, las dos Etiopías y los egipcios poderosos por su antigua sabiduría me honran con un culto propio y me conocen por mi verdadero nombre: soy la reina Isis.”

Es Isis la madre de dios. Pero ahora los de más acá le llamamos María, Guadalupe, Fátima, Lourdes, Candelaria… y Divina Pastora.

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