¡Hambre!
Escrito por José D. Solórzano | @jdionisioss   
Domingo, 02 de Julio de 2017 00:00

altEran las diez de la mañana y estaba en una céntrica panadería de la zona Norte de Anzoátegui, esperando para iniciar una reunión.

 

En la mesa de al lado un intranquilo señor de unos 52 años, se movía sin sosiego. Se acariciaba el bigote y se acomodaba el cinturón del pantalón como si respondiera a un impulso involuntario.

Al cabo de unos minutos el nombre se acercó a mi mesa, vestía bien aunque su rudimentaria empezaba a denotar el cansancio del tiempo y los embates de la necesidad.

Con suma humildad me abordó diciendo: “buenos días señor, disculpe. Usted podrá brindarle una tacita de café o algo para comer, es que no como desde ayer”.

Se notaba que la solicitud le apenaba,  su cabeza estaba prácticamente enterrada debajo de sus hombros y las manos le temblaban.

Ante semejante realidad, procedí a ayudarle  con lo poco que podía. Me paré y compré un pastelito y un café con leche.

La cara del señor se iluminó, parecía que había visto a Dios mismo. Tomó el café y el platico con la comida y repitiendo, “gracias, gracias” regresó a la mesa desde donde había emergido minutos antes.

En un chasquido, el señor, que no tenía aspecto de indigente ni mucho menos, devoró el pastelito y en dos tragos se acabó la infusión que aún destilada el humo y el aroma de su reciente preparación.

Se paró y regresó a la mesa y reiteró su agradecimiento; se retiró del local, perdiéndose en la bruma de carros, personas y tristes historias, como las de él, que se repiten  constantemente.

En otra ocasión, un niño no mayor de siete años de edad se acercó a la mesa de otra panadería donde estaba conversando con unos amigos y nuevamente se repitió la escena.

“Señor, tengo hambre. Será posible que usted me ayude con algo; no quiero dinero sino comida”, sus palabras evidenciaban la melancolía del hambre y en su rostro los latigazos de la necesidad y las secuelas de la mala o escasa alimentación.

Entre los presentes se le compró dos empanadas y un juego al muchacho, quien allí mismo y sin mediar palabras engulló los alimentos con una voracidad indescriptible.

En medio de ese proceso, se detuvo ligeramente, levantó la mirada y digo “gracias, tenía hambre”

Esta situación se convirtió en una realidad cíclica; constantemente son miles los venezolanos, que no están comiendo, tienen que pedir ayuda o rebuscarse en los basureros de supermercados y restaurantes.

El hambre que existe en todo el país es agobiando, y no es producto de ninguna “guerra económica” sino que es el resultado de las pésimas políticas del Gobierno nacional y de los desafueros de un régimen sin sentimiento, ni sensibilidad alguna.

 

 

 


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