Comprender Oriente Medio desde el factor religioso
Escrito por Jonathan Benavides | @J__Benavides   
Miércoles, 22 de Marzo de 2023 00:00

altEl concepto de Oriente Medio no está definido con precisión.

Normalmente, se suele considerar que pertenecen a dicha región algunos países africanos y del Mediterráneo oriental, como Libia, Egipto, Sudán y Turquía; y que se extiende hasta el Golfo Pérsico, comprendiendo a países como Líbano, Israel, Siria, Palestina y Jordania; así como Irak, Irán, Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán, Qatar y Yemen. También se podría incluir en el concepto de Oriente Medio a Afganistán y a Paquistán. Por consideraciones geoestratégicas, EEUU ha acuñado un concepto más amplio que es el de “Gran Oriente Medio” en el que, además de los países citados, también se incluiría al resto de los países del Magreb así como algunos de Asia Central y del Cáucaso.

Oriente Medio es el marco geográfico en el que surgieron las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Pero, con el paso del tiempo y como consecuencia de una serie de hechos históricos que resultaría largo de relatar en este artículo, el islam llegó a convertirse en la religión dominante en toda esta región. Por ello, su influencia ha sido y sigue siendo esencial en esta zona del planeta.

Hay que tener en cuenta que, en general, las sociedades del Oriente Medio han tenido una base económica esencialmente agrícola y ganadera (pastoreo) o artesanal y mercantil, pre-capitalista. En ellas no ha tenido lugar una significativa acumulación previa de capital ni un proceso de industrialización endógeno. Y, aunque en las épocas de mayor esplendor, durante la Edad Media, tuvieron un desarrollo científico y cultural superior al del occidente cristiano, no llegaron a pasar por una fase de revolución tecnológica e industrial.

La religión y, más en concreto, el islam, ha constituido un elemento de cohesión social, de refugio y de resistencia, frente a las adversidades derivadas de la dominación extranjera y del colonialismo (especialmente el anglo-francés, aunque también el portugués, español e italiano), desde mediados del siglo XIX.

Con el colonialismo, estas sociedades sufrieron un fuerte impacto económico-cultural que provocó su desestructuración y que dislocó sus economías, impidiendo su propio desarrollo natural. El capitalismo les fue introducido desde el exterior. Se acabó con su agricultura de autosuficiencia y se les impuso nuevos cultivos foráneos. También se arrasó su incipiente manufactura. Los colonialistas orientaron la producción de estos países de acuerdo con las necesidades de sus respectivas metrópolis. Igualmente, el colonialismo introdujo en ellos unas formas de organización política, como el Estado nacional, que les eran desconocidas.

En esa situación, las redes sociales de solidaridad y ayuda mutua que se crearon a partir de las mezquitas, contribuyeron a atenuar la penosa situación de las masas populares en los países de Oriente Medio, aliviando las situaciones de extrema pobreza. La importancia de estas redes de asistencia social se ha acrecentado en los últimos años, como consecuencia de la crisis económica.

Con el desarrollo del capitalismo y el creciente predominio del capital financiero, se han agudizado al máximo todas las contradicciones sociales (de clase, nacionales y de género), lo que ha conducido a que el factor religioso cobre una importancia aún mayor, si cabe, de la que hasta ahora ha tenido. Todo esto ha incidido de forma desigual sobre el conjunto del mundo islámico. Este se encuentra dividido en dos grandes ramas. Una, la mayoritaria, es la sunnita. La otra, minoritaria, que viene a representar entre un 15 a un 20% de los creyentes musulmanes, es la chiíta. A su vez, cada una de ellas se subdivide en distintas escuelas islámicas (madhab´s) o corrientes.

La rama sunnita se manifiesta en el plano político de dos maneras diferentes. Por una parte, el movimiento de los Hermanos Musulmanes, con fuerte presencia en Túnez, Egipto, Jordania, Palestina (franja de Gaza) y Turquía, de carácter moderado, que se ha adaptado a las estructuras socioeconómicas capitalistas y a la democracia occidental. La otra, más radical tanto en el terreno religioso (se nutre del wahabismo y el salafísmo) como en el político, aspira a la instauración de Estados teocráticos feudales (emiratos islámicos) y a imponer por la fuerza la Sharia (ley islámica). Esta corriente es la yihadista, y es afín con las monarquías autocráticas semifeudales del Golfo Pérsico.

Podría decirse que el yihadismo es la expresión de la añoranza de un pasado glorioso (el califato) que subsiste, de algún modo, en el subconsciente colectivo de un amplio sector de la sociedad islámica. Un sentimiento que se ha ido transmitiendo, muchas veces a través de relatos orales, de generación en generación, hasta nuestros días.

Por otra parte, resulta significativo que, si observamos el mapa de los flujos circulación de ideas, armas y combatientes yihadistas, lo que algunos autores llaman la “autopista de la insurgencia” (Alain Gresh y Dominique Vidal), podremos ver que existe un “nudo” en la Península Arábiga, donde confluyen o desde donde se distribuyen los flujos procedentes de o dirigidos al Magreb (Marruecos, Túnez y Argelia), Libia y Egipto; Sudán, Eritrea y Etiopía; Yemen y Somalia; Emiratos Árabes y Omán; Palestina, Siria, Irak, Irán, Kirguizistán y Afganistán-Pakistán; así como Chechenia.

Hay que recordar que aproximadamente desde 1980, las potencias occidentales y especialmente EEUU comenzaron a apoyar económica y militarmente a los muyahidines (guerrilleros islámicos) que luchaban en Afganistán contra las tropas soviéticas (1979-1989), y que el yihadismo tuvo su origen, precisamente, en ese movimiento armado. Es significativo que, aunque después de finalizada la guerra contra la URSS, los yihadistas comenzaron a enfrentarse a las potencias occidentales, en los últimos años su objetivo principal parece que ha pasado a ser el movimiento chiíta (y en algunas ocasiones también las minorías cristianas).

En cuanto a la rama chiíta, hay que decir que aunque es minoritaria en el conjunto de Oriente Medio, sin embargo, es mayoritaria en Irán, Irak, Bahréin, Azerbaiyán y en el Líbano; y cuenta con importantes minorías en Afganistán y Pakistán, Yemen y Siria. También es significativo que, desde hace varios años, los creyentes de esta rama del islam estén siendo atacados sistemáticamente por los yihadistas (atentados contra mezquitas, mercados, ceremonias religiosas, etc.) que les están provocando una auténtica sangría.

Si antes, para entender la ideología yihadista, hablábamos del subconsciente colectivo, en lo que respecta a la añoranza de unos tiempos gloriosos ya pasados; ahora nos referiremos a otro componente de ese mismo subconsciente colectivo, en el caso de la rama chiíta. En este caso, habría que hablar de los movimientos igualitaristas que durante varios siglos de la Edad Media se desarrollaron en la zona en la que hoy día es mayoritario el chiísmo.

Así, como antecedente más remoto nos tenemos que referir al movimiento mazdaquita, en el Irán pre-islámico (siglos V y VI). Posteriormente, ya en la época islámica, en el siglo VIII, estallaron varios movimientos entre los que debemos citar al de Simbad el Mago (754 dC); al de Al-Muqanma (el “profeta oculto”), en el Jurasán iraní (777 dC); al de Babek, también en el Jurasán y en Armenia (primeras décadas del s. VIII). Entre los siglos VIII y X el movimiento de los esclavos negros, los zanny, en la baja Mesopotamia, cuyo apogeo se situó entre 868 y 883 dC. Por último, nos referiremos al movimiento Cármata que llegó a instaurar una especie de proto-Estado en Irak y Bahréin, entre el 900 y el 950 dC. Salvo el movimiento mazdaquita, todos los demás estuvieron promovidos o apoyados por alguna de las corrientes chiítas. Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que en el subconsciente de estas últimas, a diferencia de lo que ocurre con las de carácter sunnita, existe un componente que podríamos calificar de “progresista” y que podría ser lo que las ha llevado a adoptar unas posturas objetivamente más enfrentadas al llamado imperialismo. Por supuesto que estas consideraciones están hechas con todas las reservas.

Para terminar, y a modo de conclusión, podemos decir que el peso del factor religioso en Oriente Medio es de una gran importancia y no se puede infravalorar ya que los enfrentamientos “sectarios”, tal como por aquí se definen, y en los que casi siempre las víctimas son los judíos, los cristianos maronitas, coptos, etc., obedecen a una estrategia deliberada para sembrar el terror y el caos y así justificar la creciente militarización de la zona, el debilitamiento de los distintos Estados y lograr un mayor sometimiento de éstos a milicias como Hezbolla, para lo cual no se duda en instrumentalizar las diferencias religiosas entre la población.

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