Semblanza histórico-militar de José Antonio Anzoátegui |
Escrito por Javier Escala |
Su muerte repentina y en plena gloria le aseguró sitial de honor entre la pléyade heroica de la independencia. En tan corta existencia, Anzoátegui había cosechado una fructífera carrera militar que le había elevado a ser uno de los generales más dilectos del Libertador. Los últimos nueve años de su vida luchó en los más diversos escenarios, (20 campañas y 37 batallas) al servicio de variopintos comandantes como Sebastián de Blesa, Vicente Campo Elías, Rafael Urdaneta, Santiago Mariño, Simón Bolívar, Gregor McGregor, Carlos Soublette y Manuel Piar. Era Anzoátegui sujeto caracterizado por el valor en combate, la dedicación hacia las tareas asignadas y la lealtad irrestricta a Bolívar. Nunca discrepó del Libertador como sus paisanos orientales y cuando debió elegir entre éste y Piar, a quien debía sus ascensos de coronel y general de brigada, no dudó en tomar el cargo de vocal en el juicio contra el vencedor de San Félix. El comportamiento del general barcelonés hacia los demás ha sido descrito por algunos contemporáneos suyos como el de un huraño, indiferente y parco de trato. El general Daniel Florencio O´Leary, quien lo conoció dos años, escribió de él: Su extraordinario valor e intrepidez le granjearon la estimación de Bolívar y de sus compañeros, á pesar de su carácter áspero y desapacible. Anzoátegui estaba siempre de mal humor; en todo y por todo hallaba faltas. Si la marcha era corta o larga, el tiempo húmedo o seco, el camino suave o escabroso, siempre tenía de uno u otro modo iguales de motivos de queja. Odiaba a Santander con toda su alma, pero por respeto a Bolívar disimulaba hasta donde podía esta aversión profunda[1]. Empero, el hombre que escribía a sus íntimos distaba mucho de este semblante. A Teresa Arguindegui, su cónyuge desde 1811, dirigía expresiones como: “Mi muy pensada siempre querida Teresa”[2]. Ante Bolívar solía calificarse de: “su invariable amigo y súbdito” o “su eterno y apasionado amigo”[3]. A Santander, a quien se le acusa sin el debido respaldo documental de ser su asesino, escribía términos elogiosos: “Mi querido Santander”, “mi apreciable amigo”, “escríbame usted y no olvide el afecto sincero que le profesa su mejor amigo”[4]. Estas apreciaciones revelan dos personalidades: la pública y la privada. El carácter rígido y poco expresivo, el que más visibilizó entre los suyos, respondía más a un sentimiento de recelo a la tropa. La falta de empatía la compensaba con los talentos militares, así atraía la atención y consideración de la oficialidad. La carrera militar de Anzoátegui inició cuando ingresó como cadete al Batallón de Milicias Regladas de Blancos de Barcelona en 1803. Allí aprendió táctica, reglamentación militar, ceremonial y administración de unidades militares; asimismo, se entrenó en equitación, natación y esgrima. En 1810 Nueva Barcelona formó una Junta Gubernativa leal a Fernando VII e independiente de Cumaná. La autoridad de la Junta Suprema de Caracas fue reconocida por aquella hasta reconocer a la Regencia de Cádiz. Así, la Junta de Barcelona se tornó enemiga de Caracas y Cumaná. En medio de este torbellino político, el Subteniente Anzoátegui fue comisionado con el Síndico Manuel Reyes (28 de septiembre de 1810) a Trinidad en busca de auxilios para su lar natal. La respuesta del gobernador Hislop fue de mediación entre las partes en pugna, nada de socorro militar. El 12 de octubre y bajo presión de algunos militares, entre ellos Anzoátegui, la Junta de Barcelona decidió repudiar la Regencia, aceptar a Caracas y disolverse. Entre 1811 y 1812 el Capitán José Antonio Anzoátegui cumplió funciones militares relativas a la defensa de la nueva provincia de Barcelona, organizó y formó milicias, actuó en pequeños combates cercanos a la ciudad y en el ataque contra la monárquica Guayana. En junio de 1812 fue nombrado Gobernador Militar y con tal envestidura intentó auxiliar a Miranda sin éxito, pues las tropas se sublevaron y proclamaron adhesión al antiguo régimen. Finalmente, resultó capturado a fines de ese año y conducido a La Guaira. Para mayo de 1813 su proceso como infidente fue sobreseído. Los años de 1813 a 1816 fueron de efímeros triunfos y amargas derrotas. El joven oriental, obstinado por la causa emancipadora, lejos de escarmentar decide abandonar el hogar y prestar servicio en las filas libertadoras. En 1813 (septiembre-diciembre) lo encontramos en el Batallón Barlovento a las órdenes del coronel Campos Elías en los Valles del Tuy, Aragua, llanos de Guárico, centro y occidente de Venezuela. De allí pasó a servir a Urdaneta en Barquisimeto (enero-abril 1814), Mariño y Bolívar (mayo-julio), blandiendo su espada en las acciones de Mosquiteros, Araure, Baragua, El Palmar, Valencia, Arao y primera de Carabobo. Tomada Caracas por Boves en julio de 1814, marchó con el General Urdaneta hacia la Nueva Granada (julio-noviembre de 1814). En aquel territorio participó como subalterno de Bolívar en la guerra contra Cundinamarca (diciembre de 1814) y en la campaña a Santa Marta (enero-mayo de 1815), ciudad realista que el Libertador no pudo doblegar por renuencia del gobierno de Cartagena. El Sargento Mayor Anzoátegui y muchos otros oficiales abandonaron la colindante república para acompañar al Libertador a Jamaica (mayo-diciembre 1815). En Haití (enero-marzo 1816) el presidente Pétion ofrendó auxilios a Bolívar y la causa. El Teniente Coronel José Anzoátegui embarcaría en la expedición de los Cayos, compuesta de 7 goletas y 240 hombres, batallando en Los Frailes, Carúpano, Onoto, La Victoria, Chaguaramas, Quebrada Honda, Alacrán y El Juncal. A fines de 1816 el General Manuel Piar, brillante militar pero díscolo a la obediencia, acometió su mayor empresa: la invasión de Guayana (diciembre 1816-julio 1817). El coronel Anzoátegui, ahora bajo el mando de Piar, prosiguió lid en el Paso del Caura, Angostura, Guayana la Vieja y San Félix. Establecida Angostura como capital de la República, siguió como General de Brigada y jefe de la Guardia de Honor a Bolívar en la llamada Campaña de Centro de 1818, cuyo propósito era tomar Caracas por los llanos de Guárico. En esa incursión fallida lucharía contra Morillo y La Torre en Calabozo, El Sombrero, Semen, Ortiz y Cojedes. Asimismo, ejercería el cargo de Comandante General de las misiones del Caroní (agosto-octubre 1818). Por último, el año estelar de ínclito mozo de Barcelona sería el de 1819. Sin saberlo hallaría Anzoátegui su apoteosis y súbito fenecer. Escribiría el ateniense Menandro: “Aquel a quien aman los dioses muere joven”, pero en nuestro contexto no serían las divinidades del Olimpo sino la Patria la que ofrendaría venerables exequias al hijo caído. Desde 1813 con las honras fúnebres a Girardot en Caracas la República no había tributado tanto a un ciudadano. Inició el año en las calurosas sabanas de Apure junto a Páez, por quien pareció profesar sincera admiración: “él ha conseguido ya grandes ventajas en esta parte, y no dudó logrará el fin, por las dos grandes cualidades que reúne que son ser amado y temido”[5]. Hasta aquellas tierras lo había enviado Bolívar como comandante de la Guardia y General en Jefe de toda la infantería de Apure para representar sus intereses ante el caudillo llanero. Combatió por última vez en suelo nacional en Caujaral y La Gamarra. En mayo acompañó al Libertador en la notable campaña de Nueva Granada, contribuyendo en los triunfos de Bonza, Pantano de Vargas y Boyacá. Fue Boyacá, el sábado 7 de agosto de 1819, el combate que consagraría su nombre en los libros de la épica bolivariana. El General de Brigada José Antonio Anzoátegui dirigía la retaguardia del Ejército Libertador. Sus fuerzas contribuyeron a consolidar la victoria que ofrendaría la libertad definitiva a nuestra vecina república. En la batalla, Santander, jefe de la vanguardia, tomaría el puente de Boyacá y Anzoátegui contendría el grueso de las tropas realistas al mando de Barreiro en Samacá para después, con ayuda de Rondón, colocarlas en fuga e impedir cualquier auxilio a las hostigadas por Santander. Escribiría Soublette, Jefe de Estado Mayor, en el boletín oficial: “Nada es comparable a la intrepidez con que el Señor General Anzoátegui á la cabeza de dos batallones y un escuadrón de caballería atacó y rindió el cuerpo principal del enemigo. A él se debe en gran parte la victoria”[6]. El 10 de agosto entraría triunfal a Santa Fe junto a Bolívar y Santander, sería homenajeado como uno de los héroes y Libertadores de la Nueva Granada, condecorado con la Cruz de Boyacá y ascendido a General de División. El 12 de octubre de 1819 saldría cómo comandante del Ejército del Norte pero su gloria acabaría en Pamplona, horas después de haber cumplido treinta años. El fallecimiento ha cargado el peso de la polémica y la especulación; sin embargo, en historia no caben supuestos sino argumentos y pruebas. En el caso de Anzoátegui el tema se complica al carecer de restos óseos[7] y documentación. El doctor Foley y demás presentes hablaron de “accidente”, “fiebre mortal” o “peste”. El envenenamiento queda alejado de la comprobación documental y sujeto a la especulación personal hasta el hallazgo del cuerpo o cualquier material que respalde esta teoría. La impronta de Anzoátegui continuará, más allá del cómo murió importa el cómo vivió. Fue un hombre que sacrificó cómoda vida familiar por un ideal que abrazaría desde 1810. Al morir no dejó bienes de fortuna, había vendido la hacienda de Upata por 200 pesos. Su viuda con dos niñas tuvo que buscar la protección de Bolívar, quien le entregaría la vivienda del realista Francisco Sales en la calle la Alameda de Angostura. Murió joven y sin las contradicciones que tal vez una vida longeva le hubiera traído como sucedió a Páez, Monagas o Soublette. En 1874 el pintor Martín Tovar y Tovar plasmó en el lienzo la estampa más conocida del héroe de Boyacá. Una figura juvenil de brazos cruzados y mirada altiva, vestido al estilo inglés con la Orden los Libertadores y la Cruz de Boyacá. Es esta la figura de José Antonio Anzoátegui que más retiene el imaginario colectivo y la que mejor representa su carácter: elegancia, lozanía y valentía, sin olvidar la tierra de Barcelona que, como escenario de fondo, representa la patria del prócer. “él durará mientras dure el recuerdo de Boyacá” Simón Bolívar. Notas
[2] Boletín de la Academia Nacional de la Historia, nº 90, pp 235-237. [3] Memorias del General O´Leary. Vol. IX, p. 429. [4] Archivo Santander, tomo. I, p. 370-371, 386. Santander también endilgaba estima hacia él: “Al amigo Anzoátegui mil cosas de mi amistad”, escribía a Soublette desde Tame el 31 de mayo de 1819. [5] Memorias del General O´Leary. Vol. IX, p. 429. [6] Correo Extraordinaria de Guayana, 19 de septiembre de 1819. El legionario Carlos Wright, testigo de la batalla como integrantes del Batallón Rifles, recordaría sobre Anzoátegui que: “siempre se le vió, desde el principio al fin del día, en lo más serio de la lucha, por lo que en justicia podría llamársele el Ney de aquella jornada: el bravo de los bravos” (citado por Jovito Franco Brizuela, José Antonio Anzoátegui, general bolivariano, p. 157). El mariscal Michel Ney luchó al servicio de Napoleón y era muy conocido por su arrojo sobre todo en la campaña de Rusia. [7] El cuerpo de Anzoátegui fue inhumado en el presbiterio de la catedral en Pamplona. El terremoto de Cúcuta de 1875 destruyó el sacro templo. En 1886 este fue reconstruido en otro sitio pero antes de iniciar los trabajos de demolición se realizaron excavaciones sin hallar los restos del prócer. Desde 1911 el pueblo de Barcelona ha solicitado traer su osamenta al Panteón Nacional en cumplimiento al Decreto Ejecutivo del 11 de febrero de 1876, el cual manda colocar los restos de los próceres nacionales en el mencionado recinto. En el centenario de la independencia, Gómez emitió un decreto de repatriación que quedó sin efecto ante la ausencia del cadáver. En noviembre de 2014 el gobierno de Nicolás Maduro creó una comisión para buscar el cuerpo e investigar las causas de la muerte. En abril de 2015 fue establecida con la resolución 010/ 2015 de la vicepresidencia, publicada en la Gaceta Oficial nº 40.643. |
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