Desenredar las redes sociales
Escrito por Carlos Colina | @CarlosColina7   
Martes, 15 de Febrero de 2022 00:00

altLas modas intelectuales no son un asunto baladí, debido a que inciden en nuestras concepciones

y maneras de percibir la realidad. En la comunicología han surgido tendencias teóricas o ideológicas que dejan su impronta,  no ya por periodos anuales o estacionales, sino por algunos  pocos lustros. Estamos hablando de conceptos o categorías-fuerza que se logran imponer, paradójicamente, con un componente irreflexivo importante. En ellas entran en juego no sólo las estructuras de saber/poder académicas sino también, en el caso de las nuevas tecnologías del momento, de un entramado industrial que participa  en la conformación del discurso difusor ad hoc. Asimismo, cabe mencionar la intervención de nuestra estructura psicosocial básica que suele polarizarse entre la atracción y el rechazo de todo objeto: material, abstracto o simbólico. La polarización no surgió con las redes sociales. Ni la Guerra Civil Española ni muchas otras cruentas contiendas anteriores  contaron con ellas.  En su momento, Umberto Eco nos ilustró con su taxonomía básica de discursos apocalípticos o integrados.  Las consideraciones sosegadas y ecuánimes, que podrían surgir inspiradas en la tradición de la evaluación  de la ciencia y la tecnología, no son las más frecuentes. 

En las dos últimas décadas del pasado siglo se impuso la categoría de sociedad del conocimiento, un concepto que se repetía de manera cansina, independientemente del contexto, inclusive, como el que nos rodea, en donde no hemos tenido nunca una mínima cultura de la información; ni hasta ahora, una infraestructura de telecomunicaciones que se equipare al que poseen las naciones desarrolladas. Esta categoría eludía lo apuntado atinadamente por la tendencia del Technological Gap, es decir, las asimetrías sociales en el acceso a la tecnología y el conocimiento. Más adelante, bajo la égida de Manuel Castells, las redes sociales tendieron a concebirse como meros instrumentos libertarios y democratizadores. Otros autores, de tendencia contraria, las concebían y lo hacen hasta ahora, como la concreción del “capitalismo de la vigilancia”.  Recientemente, el acento se coloca en su carácter desinformativo, de la mano de los algoritmos y de las fakenews

De ningún modo podemos desdeñar el efecto pernicioso y limitante que han jugado las redes sociales en las campañas electorales de los últimos años, con el fenómeno emblemático de la actividad de la empresa Cambrigde Analítyca y sus efectos sobre la opinión pública de la campana electoral de Donald Trump y del Brexit.  De hecho, las fakenews y las teorías de la conspiración son un reto para las democracias occidentales. El consabido sesgo de los algoritmos y las técnicas de manipulación de las emociones, basadas en los hallazgos de las neurociencias, no pueden eludirse fácilmente. No obstante, habría que preguntarse si no se ha fallado en la educación de y para la ciudadanía de manera global y si hay elementos que esta nunca podrá subsanar. Que en Alemania existan grupos de la población antivacunas se podría entender, en cierto modo, pero que opten por medicinas para caballos, como una descabellada protección del COVID, nos habla de otra cosa. Que a comienzos del mes de noviembre de 2021, cientos de estadounidenses adeptos al movimiento conspirativo QAnon,  esperaran en Dealey Plaza, Dallas, a que J.F. Kennedy Jr. reapareciese, después de su fallecimiento en un accidente aéreo hace veinte y dos años, genera ciertas alertas. 

Aparte de algunos miembros de la sociedad, entre ellos, del sector académico, no todos parecerían estar interesados en lo que llamamos verdad (científica, periodística), sino en lo que la communication research estadounidense identificó hace muchos años como el refuerzo de nuestras convicciones previas y que la neurociencias terminara por certificar. Existe la tendencia a cosificar a las redes sociales y cuando hablamos de ellas, tenemos que entender que en su interior también estamos y somos nosotros. Son sistemas tecnológicos y nosotros somos uno de sus componentes, más o menos activos y en donde el poder no está sólo de un solo lado. Sino que lo digan los integrantes de la resistencia en contra de muchos sistemas autoritarios y totalitarios del mundo. Sin ellas, no hubiésemos podido desnudar a muchas tiranías, inclusive aquellas que poseen un componente cultural, más allá del necesario relativismo en el campo. Es más, ahora el exilio puede ser más activo, inclusive más que el insilio, debido a un sinnúmero de factores.   

El declive y fracaso del socialismo realmente existente que se evidenció en  los años noventa, y el desprestigio de la izquierda marxista, autoritaria y simplificante, barrió con el tema de la ideología como asunto a tratar. Creo que es el momento de abordar los temas de las ideologías y lo imaginarios, desde perspectivas innovadoras, alejadas de cualquier marco vetusto y reduccionista.  Como homo sapiens demens, el último elemento no nos abandonará. No hay ilustración que acabe con uno de nuestras dimensiones constitutivas. 

Las TIC y las redes sociales son multivalentes: informan como nunca antes pero pueden desinformar con sofisticadas herramientas. Con ellas se solapan los espacios globales, locales e híbridos; virtuales y reales.  Asistimos a la emergencia de la globalidad mcluhaniana sólo en un sentido, porque ha estado unida al resurgimiento de los nacionalismos. Si por una parte, pueden ser herramientas de control y vigilancia; estatal, privada (Facebook) y mixta (Pegasus),  por otra parte, son instrumentos de democratización y resistencia ciudadana. Nos estamos refiriendo a unas tecnologías que están en el centro del modelo totalitario chino y la confiscación casi total de la privacidad y las libertades de sus connacionales, pero también, de aquellas que propiciaron una globalización que oxigena política, informativa y culturalmente a los ciudadanos oprimidos de regímenes totalitarios y autoritarios. ¿Qué haríamos los venezolanos si contáramos solamente con los canales radiodifusivos nacionales y la cultura bolivariana? ¿La resistencia cubana hubiese podido desplegarse, como lo ha hecho hasta ahora, sin el uso de las redes? 

Nunca me gustó del todo el concepto de sociedad del conocimiento. No me gusta mucho ahora, la noción de redes de desinformación. El primero amplifica y generaliza, indiferentemente de las asimetrías intra e intersocietales; la segunda, percibe solo una dimensión del fenómeno. Son metonimias en donde la parte, refleja muy parcialmente la realidad del todo.  No obstante, en cuanto a la categoría más reciente, las tendencias a la desinformación son un nuevo objeto de estudio imprescindible, que debe ser abordado con seriedad y profundidad. 

No se trata de apelar a la noción simplista de la neutralidad de la tecnología, porque estas son hoy, más que nunca, modos de vida, con toda una carga cultural que imprimen en el software y en el hardware. Es debido propiciar una evaluación social de las redes sociales que identifique  sus abigarrados matices.

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