Universidades, autonomía y libertad
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Miércoles, 17 de Julio de 2019 00:00

altDe la mano del auge de los partidos políticos y la inversión petrolera en materia educativa, se desarrolla en la Venezuela potencia del siglo XX,

un modelo universitario sin comparación en Latinoamérica, en el cual la libertad de cátedra se consolida, la educación superior llega a tener muy elevados niveles de calidad y las grandes casas de estudio pudieron administrar sus presupuestos y elegir a sus autoridades. Un sueño difícil de creer si lo vemos en retrospectiva y lo comparamos con lo que existe en el presente. 

Esta forma de concebir La Universidad, resultó ser la máxima expresión de posibilidades de ejercer la libertad en todas sus formas civilizadas y de fomentar el respeto por la manera de pensar del otro. En la Venezuela potencia del siglo XX, se materializa en el modelo de Universidad Autónoma, en donde el Estado deja de ser un ente perturbador de la dinámica propia del pensamiento, porque desde el fuero de las universidades se le puso límites al papel tradicional que suele cumplir el Estado en las distintas sociedades. En materia de educación universitaria, se generó un equilibrio pocas veces visto en nuestra región.

De ese modelo, en el cual se estimula el cultivo de la excelencia a la par de que se respeta la libertad de cátedra, surgen varias generaciones de compatriotas que nos hemos visto forzados a migrar porque el ataque a las universidades en la Venezuela de la contemporaneidad es tan bestial, que las intenta condenar inexorablemente a desaparecer.

Mas si bien es cierto que las universidades autónomas han sido heridas de manera artera en su esencia, no menos cierto es que todavía queda el germen de lo que durante varias décadas se sembró. La universidad autónoma venezolana, de carácter gratuito, con excelencia y tendiente a preconizar la libertad, generó un igualitarismo social pocas veces visto, en el cual las personas de los más disímiles orígenes hacían vida pacífica y armónica en el mismo tiempo y lugar. 

Bastó con la entrada en práctica de un grupo de ideas preconcebidas para que en nombre del ideal revolucionario, tantas veces fallido en todos los confines donde se ha aplicado, se desmoronara lo que costó tanto construir. No se imaginan lo grandes que son los profesores de las universidades venezolanas que siguen dando clases a pesar de las más crueles y extravagantes adversidades. 

Así como el sistema de dominación política intenta cada día neutralizar las diferentes formas de disenso en el mundo académico a través de las más variadas estrategias, de manera simultánea la diáspora lleva como punta de lanza a innumerables connacionales con excelentes niveles de formación educativa que se esparcen como bola de nieve por los más variados países del orbe, predominantemente en los países vecinos, fortaleciendo el sistema educativo de los mismos, con un talento humano que no hubiese migrado de no ser por la forzosa situación a la cual nos sometieron. 

Esa abultada cantidad de profesionales hace vida en el mundo, enriquece culturalmente los más variados lugares, exporta los elementos propios de una sociedad que durante cuarenta años generó un equilibrio democrático envidiado en el continente y alecciona acerca de lo que pasa en nuestra nación. Se trata de generaciones de seres que quedaron marcados para siempre por la ideología que tiene en vilo al país de donde provienen y no son la mejor referencia sobre los alcances que tiene el socialismo y son referentes del horror de lo que significa jugar a ser político sin ser congruente con las reglas propias de la democracia.

En la universidad venezolana me gradué en el pregrado, hice dos postgrados, una maestría y un doctorado. Participé en planes de formación internacional y estuve residenciado en Europa en mi condición de académico. Muchos de mis colegas pueden decir lo mismo, porque era tan propio tener acceso a los más importantes centros de formación académica del planeta, que algunos llegaron a pensar que ese milagro podía ocurrir en cualquier país. 

Pudimos crear, investigar, divulgar, promover conocimiento, publicar trabajos científicos, ensayos humanísticos y libros. Si me preguntan qué opino de mi país, siempre diré que es (o fue) el lugar maravilloso en donde me enseñaron a defenderme para ser útil en la vida y poder ayudar a las personas más vulnerables que conozco. De eso se trata haber sido un universitario en Venezuela; más todavía quienes tuvimos la fortuna infinita de enseñar en sus aulas, formando generaciones, compartiendo con gente muy talentosa, alegre, dadivosa y festiva. En fin, el paraíso no puede ser eterno. Largo resultó el castigo para quienes se enamoraron de un proyecto destructivo y caníbal, que confronta al ciudadano con sus valores y lo impulsa a aceptar la limosna como elemento de supervivencia. 

De historias buenas y malas está hecho el mundo. Seremos referentes sempiternos de haber querido jugar a cambiar el mundo persiguiendo otro falso mesías. 

 

 


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