Vivir el arte contemporáneo
Escrito por Siul Nagarrab   
Domingo, 14 de Julio de 2019 08:12

altTodo, absolutamente todo, es susceptible de convertirse en una celebrada pieza de arte contemporáneo de calificarse simplemente como tal. 

Nada extraña que la escena más obvia de nuestra vida cotidiana, por trivial que fuese, alcance una elevada jerarquía museística, aunque no comprendamos o tardemos en comprender tamaña promoción. 

Por supuesto, todo dependerá de lo que entendamos por arte y la contemporaneidad que se vive. O, mejor, el inmediato contraste que, para bien o para mal, suscita esa inquietud devenida reflexión, o la mera necesidad de pensar la muestra.
 
Ocurre con una inservible caseta telefónica que que, tantas veces vista,  al caminar la calle, me llama tanto la atención. No sabía la razón, porque el país está cundido de cadáveres electrónicos de la CANTV que el vandalismo también ha esculpido con mayor saña que la intemperie.
 
Fotografiada varias veces la caseta en cuestión, he honrado el ocio del que tan injustamente me inculpa el único lector que tengo. Se dice de una caseta penosamente en pie, con una bocina nominal y, partida, destrozada y sobreviviente, sólo deja el testimonio de un simulacro de empresa telefónica, a la vista de todos, en cualquier momento derribada, como no lo fue por los protestatarios o las tanquetas represivas que vapuleaton las casetas vecinas, durante las jornadas de 2017.  
 
Hay mucho de expresionismo y de dadaísmo en una obra anónima, colectiva, a lo Fuente Ovejuna que pudiera exhibirse en una galería bajo el formato de una escultura, una fotografía, unas pinceladas, muy quizá corroborando que todos somos artistas a lo Joseph Beuys.  Tiene un sentido o múltiples sentidos, una jerarquía de valores y, así,  genera un argumento.
 
Para la polémica Avelina Lésper ("El fraude del arte contemporáneo", Bogotá, 2016),  la caseta no tendría valor estético alguno de generalizar sus muy sensatos presupuestos teóricos. La corajuda crítico de arte mexicana,  ha evidenciado que la dominante tendencia únicamente existe por una confabulación de los mercaderes y de la academia, creadores de una burbuja artificial que destruye  la noción y relación de la oferta y de la demanda, aunque creemos que se equivoca sobre los esfuerzos de autoría, pues, el nonagenario Carlos Cruz Diez ha tenido el tino de industrializar sus investigaciones ya de muy larga data, después de demostrar - por ejemplo - el vigor de sus técnicas para la figuración clásica y hasta las historietas, a partir de los '50 del 'XX.
 
La caseta fuerza a la inquietud y comprensión estética, asoma un lenguaje, es portadora de una sensibilidad, interpela como no lo hace cualquier otra ruindad enmascarada como arte.  Digamos, tampoco pertenece al género de la catástrofe que tiene en Tadashi Kawamata y su "Proyecto para una iglesia destruida", un referente de escaso vuelo imaginativo, salvo la contribución de los críticos y galeristas que lo cotizan.
 
De nuevo, hincamos el diente sobre el drama: esperamos al artista plástico, al músico, al narrador o al dramaturgo que sean capaces de expresar con creativa fidelidad lo que vivimos los venezolanos. Por un accidente, esa bocina partida empotrada a la inservible caseta que no alcanza para resguardarse de la lluvia,  dice revelarnos algo.
 
Sana envidia, en otras latitudes corre la discusión sobre el arte contemporáneo, entre las más disímiles materias, mientras que acá nos ocupamos literalmente de sobrevivir. Es otro de los legados que el "eterno comandante" dejó - esta vez - junto a Farruco Sesto, insigne defensor de la revolución en las riesgosas trincheras europeas de los buenos bares y restaurantes.

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