Lectores: Sufrientes y gozosos
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Sábado, 08 de Diciembre de 2018 00:00

altTengo un amigo lingüista y suele sufrir cada vez que lee. Obsesionado por la posibilidad de que exista un texto tan bien escrito que alcance la perfección estilística,

padece con la lectura. Contrario a lo que podría pensarse, a mi amigo no le gusta lo que lee porque casi todo y últimamente “todo” lo considera mal escrito. Para él lo literario dejó de ser la travesura propia de quien se divierte al acercarse a los libros para transformarse en una especie de castigo. –“¡Alirio!” -Me dice sobresaltado: -“Todo está mal, no saben colocar la coma en los textos y el dequeísmo es una peste. Los conectores se encuentran en los espacios más inadecuados y existe un abuso generalizado de adjetivos. La literatura ha muerto para mí.”

Fiel a la consigna de quienes creemos en las maravillas de los mundos de las palabras, trato de explicarle que él pertenece a una clase particular de lectores; es un lector “sufriente” porque ya no lee por goce sino para ver lo mal escrito que están los textos de los demás. Incluso le sugerí que cultive otra afición, como la música de cámara o la caligrafía japonesa, que necesariamente se apegan al ideal de perfección, mas él insiste en que quiere seguir leyendo, a pesar de que le cae mal la lectura. 

Alega que por ser lingüista debe estar al día con respecto a los últimos libros que se encuentran en las librerías, por una parte para ser consecuente con su profesión y por otra, para no quedar como desactualizado en relación a las bogas literarias y los diversos autores. Viéndolo así, su vida es triste, por cuanto no hay manera de revertir su condición lastimosa en la cual las palabras le parecen suplicios. Para completar, dice que los escritores siguen escribiendo sobre los mismos temas y que ya no existe originalidad (como si alguna vez hubiese existido). Doblemente fiel a la consigna le sigo la corriente y le digo que siento pesar por su condición de “lector sufriente”… para siempre. 

El asunto de los temas sobre los cuales se escribe suele ser tan diverso como posibilidades tiene el universo de que se combinen sus elementos conocidos. De ahí deriva la tradicional y clásica relación que se establece entre el escritor y el lector que más que ubicarlo en el contexto de la pureza estilística es en realidad un asunto de doble complicidad. Por una parte la complicidad del lector que se siente identificado con lo que lee y por otro con la complicidad del escritor que trata de escribir para que lo lean. Se lee lo escrito por alguien. Se escribe para ser leído por alguien. Parece obvio si no fuese por el lazo que se establece entre dos para que estalle el cuasi milagro que ocurre cuando lector y escritor terminan desarrollando un vínculo que va desde el afecto hasta la animadversión.  

Nunca podré olvidar al colega que luego de haber leído uno de mis libros me llamó con rostro enjuto para decirme que “necesitaba” hablarme sobre mi último trabajo. Le conteste que necesitaba no escucharlo. 

El otro grupo de lectores que mencionaré en este escrito es aquel en el cual el goce estético, deleite por la palabra escrita y placer por la lectura se impone como la razón de ser del acto de vincularse con los textos. Son los verdaderos lectores en el sentido amable del término, sin los cuales la literatura hubiese desaparecido hace ya un montón de tiempo. Es el lector que goza y se embriaga por el placer de leer porque consigue en los libros desde la resolución de enigmas hasta la posibilidad de soltar una espléndida carcajada. En el lector gozoso, la literatura vive y sobrevive. Es el punto desde el cual se traza la posibilidad de trascendencia de una obra porque el amor hacia la palabra está por encima de la posibilidad de desvincularse de ella. 

Una de las cosas me sigue dando alegría en los tiempos que corren es ver a tanto joven que siente devoción por la literatura y el texto impreso. Como si se tratase de una enorme secta de transgresores inteligentes que logra a través del culto al verbo crear una maraña de intereses comunes que se desarrolla en torno a lo que se escribe. Disfruto cuando los veo discutiendo sobre la calidad de tal o cual escritor, desafiando a los autores más consagrados o banalizando la obra de un Premio Nobel cualquiera, alejados de los asuntos propios de los cuidadores del lenguaje y de la inerte teoría literaria que a fin de cuentas ni huele ni hiede para quien goza con la lectura. 

Más disfruto de aquellos que defienden hasta rasgarse las vestiduras a un autor que a mí me parece que por más que trate de escribir, siempre escribe mal, pero que a fin de cuentas tiene quien lo ampare como si leer fuese lo que en realidad es: “Leer es jugar”. Es divertirse, reírse, burlarse, llorar y ponerse serio para terminar soñando con aquello que nos gustaría vivir pero no se nos permite y la literatura le da vida. 

El lector gozoso es el niño agradecido que ha consentido que la palabra escrita en su forma artística siga existiendo. 

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