Otro acto bibliocida al este de la ciudad capital: Noctua cierra por tiempo indefinido, según el aviso.

Una vitrina vacía, por fondo, se ofrece como un poderoso y triste testimonio de la Venezuela actual.

Los Boersner no pierden la esperanza de una futura reapertura, algo que, sin la menor duda, ocurrirá cuando emerja definitivamente la libertad en Venezuela, superada la dictadura. Porque no es sólo el factor económico a considerar, de suyo devastador,  sino la más elemental noción de la libre polémica que es tan inherente a  la reflexión indispensable sobre las más variadas angustias e inquietudes que un régimen de fuerza desea por siempre sepultar.

Las librerías privadas, en pie por lo que respecta a las grandes capitales del mundo, aún en la era digital,  saben acá de una silenciosa e insólita cancelación. Ya no tenemos esos lugares idóneos para la comercialización del libro que también se ofrecían como referentes para la tertulia distraída y creadora, con la atención personalizada de quienes revelaron una inmensa vocación, dignificado el oficio de lector, tratándose de grandes o pequeños locales, y de buhoneros estables o de ocasión que le dieron prestancia a algunas calles o esquinas caraqueñas.

Las librerías gubernamentales, pulverizadas por una sofocante propaganda, sólo justifican la nómina de una ociosa clientela política que dice administrarlas, prontas al colapso. Ya las escasas sucursales de las Librerías del Sur, las que se llevaron por el medio un insigne nombre como “Kuai-Mare”, sólo exhiben una estantería empobrecida, raquítica, con letras que celebran al viejo  Fidel de sus tormentos.

Ojalá, más temprano que tarde, la Noctua reabra sus puertas en Centro Plaza y, superado este socialismo de las demoliciones, se haga también expresión de una formidable industria editorial que nos domicilie en un XXI que todavía extrañamos. Y es que, con pulpa de papel o de bytes, sólo a los ágrafos del poder ahora establecido, no les duele el cierre de una librería.