Fusilamiento de Piar
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan   
Viernes, 15 de Junio de 2018 06:26

altEl fusilamiento del general Piar ocurrido en octubre de 1817 es uno de los acontecimientos más significativos de toda la guerra.

Bolívar con este acto de fuerza y autoridad quiso demostrar a los distintos caudillos regionales que su autoridad como jefe máximo de la revolución republicana no era algo negociable. 

Ya en mayo de 1817 se había reunido en Cariaco un Congreso conformado por jefes republicanos disidentes de Bolívar, en donde Mariño desconoció la autoridad del Libertador. Si bien Piar había logrado el triunfo en la decisiva batalla de San Félix y su prestigio se había acrecentado, Bolívar no podía permitir que la unidad en el frente republicano siguiese erosionándose por las rivalidades e insubordinaciones llevadas a cabo por Mariño, Bermúdez, Páez y Piar. 

Además se ha dicho en reiteradas oportunidades que Piar manifestó su descontento por estar bajo las órdenes de Bolívar, un citadino blanco, incapaz de representar los intereses de los colectivos populares a los cuales él se sentía identificado. Una “guerra de colores” azuzada por las discrepancias y celos entre los caudillos republicanos hubiese condenado toda posibilidad de éxito. 

El acto de enjuiciamiento y fusilamiento llevado a cabo por Bolívar demostró a todos, incluyendo a los realistas,  que las fuerzas rebeldes disponían de un jefe dispuesto y decidido a ganar la guerra en todos los frentes. Bolívar se trazó la estrategia de aglutinar en torno a sí importantes jefes, como Cedeño, Bermúdez y Brión, que le reconocieron como Jefe Supremo. 

El fusilamiento de Piar disuadió a Mariño de buscar un enfrentamiento con Bolívar y más tarde se plegó a las órdenes de éste. Páez, el orgulloso jefe llanero en el Apure, fue el otro importante reto que tuvo que enfrentar Bolívar a lo largo de todo el año 1818. El Libertador tenía que darles algún tipo de coherencia a sus diseminados partidarios y forjar una sólida alianza con los distintos jefes regionales para que acatasen su autoridad en la conducción política y militar de la guerra. La anarquía y caos prevaleciente en el funcionamiento de las fuerzas rebeldes hasta el año 1817 tenía que ser sustituido por un ordenamiento basado en la legalidad de las cosas bajo la premisa de un gobierno constituido y funcionando. Tarea ésta que emprendió Bolívar desde Angostura en los meses finales del año 1817. 

A la insurrección, adueñada del Orinoco y sus principales afluentes, ahora le era fácil operar en un amplio frente hacia todas las direcciones imaginables y con el apoyo cada vez más indisimulado de los británicos, que desde ese momento se empezaron a ofrecer hasta como mercenarios para servir junto a las fuerzas de Bolívar.

Bolívar, como buen sociólogo que fue de la realidad venezolana, sabía ya en ese entonces que el ideal independentista estaba subordinado a los intereses locales de los distintos caudillos regionales y provinciales; por lo tanto había que establecer estratégicas alianzas con estos si se aspiraba a ganar la guerra. 

Cada caudillo apeló a su propio liderazgo carismático para imponer sus condiciones en el manejo de los propios ejércitos que estaban bajo su mando. La disgregación de las fuerzas ante la ausencia de la unidad militar tuvo que ser atendida por Bolívar a través de un acto de fuerza sobre Piar. El acatamiento que logró Bolívar de parte de Arismendi, Mariño y Páez, sus más inestables aliados, siempre fue precario. El prestigio militar de Bolívar sobre sus díscolos aliados sólo pudo ser reconocido luego del resonante triunfo en la batalla de Boyacá en agosto de 1819, en que casi todos mezquinamente apostaron por su fracaso.

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