Del nobelable Dylan
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Jueves, 13 de Octubre de 2016 16:09

altRecordamos, nuevamente, el público asistente rechazó por largo y tedioso el segmento  que ocupó Bob Dylan en el Concierto para Bangladesh.

Empero, en esta segunda oportunidad, nada subtitulada la letra de sus canciones, hubo curiosidad adolescente por el más acústico de los intérpretes, compartiendo el interés del hermano menor hacia un trovador que más nunca abandonamos.

Cierto, pasaron los años y crecimos con la poesía, la música y la estampa del también sortario autor, accediendo  un poco más a sus contemporáneos como Ginsberg o Kerouac con los que frecuentemente se asociaba en las vitrinas venezolanas. Los míticos años sesenta del XX en el mundo desarrollado, lo tuvo como un emblema inevitable de autenticidad que, posterior y muy posteriormente, acaso rompió con el empleo de la guitarra eléctrica y del innecesario disfraz que le impone un escenario para tratar de cotizar su ya cansada voz.

El Robert Allen Zimmerman que no dejó de ser, aunque fuese grandilocuente el apodo oficial, todavía nos acompaña por la suerte de una edición bilingüe editada por Fundarte décadas atrás (un folleto bien logrado), o por el video de la marcha sobre Washington en el que su testimonio se hizo sentir, abiertas las grandes avenidas por la gesta de Martin Luther King. Valga acotar, video que sobrevive en las redes sociales como no lo hicieron otros que fueron retirados o, a favor de la banalidad, quedaron relegados en el inmenso cementerio de bytes.

Para quienes no somos lectores profesionales de la literatura y demás artes, nos hace ruido la concesión del Nobel a Dylan, pues, sin restarle méritos, asumimos que hay otros de tinta densa que lo merecían y, valga el antojo personal, lo creímos para Amos Oz o Phillip Roth, como otros lo supusieron para Haruki Murakami o Ngugi Wa Thiong’o. En todo caso, un premio que no reconoció jamás a Jorge Luis Borges o a Julio Cortázar, por ejemplo, o que, de hacerlo en el renglón musical, hubiesen sido de antología sus enredijos, tampoco orienta nuestro particular gusto, a pesar de lograrlo en el mercado mundial.

El nobelable Dylan nos trae a la otra costa de nuestras realidades, porque supimos de él en un país muy diferente al que hoy padece una inconcebible crisis humanitaria, bajo una dictadura que tiene en su haber el milagro de haber quebrado las librerías del país y el de condenarnos a las viejas sonoridades.

Mientras haya una mediana conexión digital, nos impondremos de las novedades que tardarán en llegar o no lo harán nunca, ya que dependerá la urgente renovación de nuestra sensibilidad y del pensamiento de la salida del régimen que los odia.


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