Venezuela interrumpida |
Escrito por Iván R. Méndez | @ivanxcaracas |
Lunes, 26 de Enero de 2015 12:51 |
y tipología casi no difieren de los hombres del paleolítico del Viejo Mundo”, indica J.M. Cruxent, en su obra “Apuntes sobre arqueología venezolana”, a partir de la cual iniciamos un viaje incisivo por nuestras carencias (socio-políticas) y nuestros logros (en creatividad), siempre oscilantes entre la “corteza de la letra y lo que contiene el alma poética”, desliza José Balza (citando al peruano Lunarejo) en su libro retador “Los siglos imaginantes” (bid & co. editor, 2014). El volumen se bifurca desde el índice, siguiendo caminos sinuosos hacia “las interrupciones” (históricas) que modelan lo que hemos sido, “…Fuimos siempre tan jóvenes, tan a punto de adquirir carácter, rasgos decisivos, nitidez, que nos acecha el riesgo de continuar siendo una incesante acumulación de fragmentos, de parcialidades, sin integración”. “¿No está allí, en ese poderoso núcleo de la improvisación, la desigualdad, la ilegalidad, la irresponsabilidad uno de los secretos de nuestra eterna juventud? ¿El fondo de este rostro confuso, inestable, siempre a punto de comenzar, que nos define hasta ahora como país?”. “Los siglos imaginantes” es un libro que inquiere, cita, provoca (con aforismos venenosos, del tipo “el país no concluye ninguno de sus pensamientos”) y reta al lector a un viaje, muy sacudido, por la historia de sus propia huellas, en cuatro bloques que se pueden transitar, incluso, por caminos secundarios:
Balza destaca los procesos de “interrupciones” , que cambiaron las vidas de los indígenas, luego de su encuentro con los españoles (1498); y de éstos, al perder su mundo. Los africanos también interrumpieron su existencia al ser arrastrados a este magma que era el Nuevo Mundo: zona de fragmentación de razas. “Una novedosa sociedad emerge de esos siglos: nosotros”, indica el autor. Esos modos de vida (y sus esquemas mentales), triplemente interrumpidos, modelan nuestra personalidad como país, nos llevan a creer “que se debe acelerar de manera enfermiza todo nuevo tiempo (todo nuevo pasado) hacia su conclusión. Lo tradicional no debe sostenernos, porque nos traiciona. La continuidad puede engañarnos. Hay que cambiar enloquecidamente. Y si ese cambio está determinado por factores externos, mejor”. Ante esas premisas desquiciadas, se pregunta Balza, “¿Cómo aprender a madurar, a realizar y aceptar lo completo, el logro, a dar continuidad sin revoluciones absurdas?”. La atenuación de las agrupaciones civiles, a favor de un gobernante todopoderoso, es otro indicio de los que hoy somos, “el país no ha sido sino el eco de sus abusos, injusticias y escasos aciertos. Tal vez en la escritura de los historiadores se encuentre mucho de la culpa para esto; al haber convertido ellos su obra, hasta hace poco, en reflejo exclusivo del mandatario, han debilitado la contraparte nacional”. Interpretando ese Nuevo Mundo Si la fragmentación, el rechazo a la madurez y la incapacidad de acabar largos proyectos signan la personalidad-país, no es menos cierto que desde las artes (el ensayo, la narrativa, la pintura, la poesía, la escultura y la música) se ha reflejado esa vivencia del mundo con una voz que amalgama lo clásico y lo venezolano. “sobre el ambiguo transcurrir histórico, se eleva una recóndita estructura mental que lo interpreta. Y esta realidad, poco visible a veces, es la elaboración psíquica de innumerables pensadores y creadores nuestros…”… Balza nos presenta a algunos: José Ignacio Moreno, Fermín Toro, Juan Germán Roscio, sor María de los Ángeles, fray Juan Antonio Navarrete.
Centellas y aforismos “Los siglos imaginantes” cierran con un afilado capítulo en el cual Balza diserta sobre el aforismo (aphorismós) y nos presenta algunos de sus más atinados practicantes. Para el autor, “un lenguaje casi gestual, económicamente breve, ha buscado entre nosotros una sintética manera de acentuar la celebración, la burla, el consejo, el consuelo, el desprecio, la irrisión, la sexualidad, el temor, el heroísmo. De lo gestual al pensamiento, una espiral expresiva nos contiene”.
Las últimas páginas de la obra, dedicadas a Fernando Rodríguez, se titulan ¿pensar? Y Balza inicia una descarga de 97 aforismos que dinamitan el “establishment” intelectual, es como un eructo ante una mesa poblada por los “hombres-estuche”, aferrados al que dirán como estilo de vida. Deslizo unos pocos para que dejes de leer esta reseña y salgas a por el libro. #15. “En este país sólo se piensa hasta la mitad” #20. “Entre nosotros no hay diferencias sociales: el rico y el pobre carecen de mentalidad propia”. #31. “Cada individuo, aquí, es una moda para sí mismo”. #37. “Único oficio despreciado o ignorado aquí: el de pensar”. #42. “El escudo de la nación: cero pensamiento”. @ivanxcaracas |
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