Llega al medio siglo de vida con una amarga lección que esperamos le sirva para acometer ese terrible naufragio llamado vejez. Una pena que no pueda arrancarse el tatuaje del Ché, conocido por su insoportable fetidez.

Pesa el subdesarrollo y cuando menos se piensa salta su liebre. Ni a los americanos ni a los alemanes se les ha ocurrido concurrir masivamente a esperar a sus equipos de fútbol cuando no han superado la etapa de octavos. Ni siquiera de cuartos. Para países de verdad verdad, se va a un mundial a conquistar la copa, no a refocilarse con ser uno más de los que pasaron la primera alcabala.

En cambio los paraguayos, los argentinos y los chilenos, incluso los brasileños, se apiñan en las salas de espera de sus aeropuertos para darles una bienvenida heroica a quienes quedaron derrotados en el largo y aventado camino. The long and winding road, que cantaban los Beatles. Subdesarrollo puro.

Maradona, hay que reconocerlo, no se conformó con haber vencido a varios equipos de postín, entre ellos a México, y asumió su derrota con toda la gallardía de que le es posible. Confesando su fracaso. Bielsa no lo hizo. Y que yo sepa, los entrenadores de Paraguay y  México tampoco.

Admiré al pibe, sin duda uno de los más maravillosos jugadores de la historia del fútbol. Y hasta le perdoné su drogadicción. Ver a un héroe de masas estrellarse contra la brutalidad del sistema y reventarse en el borde extremo de la cancha, al borde del precipicio, es algo nada reconfortante.

En cuanto a su prepotencia, nada que reclamarle a quien expresa de la manera más cabal y completa la idiosincrasia de su pueblo. Los chistes y maledicencias que corren por el mundo expresando la iracundia que provoca la suficiencia de los argentinos son muy anteriores al nacimiento del Pibe. Dicen – no me consta la veracidad del chisme – que según el Ché Guevara no había mejor negocio que comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Los Kirchner, versión post moderna del argentino del chisme del Ché, saben que no es ese el negocio: que el verdadero negocio es hacerle creer a un venezolano que vale infinitamente más de lo que vale para vaciarle los bolsillos y estrujarlo hasta empujarlo al abismo. Y dejarlo pelando, convertido en una piltrafa, que es lo que realmente vale.

Ése y ningún otro es el capítulo de Maradona que me ha hinchado las bolas – como se dice en porteño. Su devoción por el comunismo castrista, su admiración por el asesino serial, su jaladora insigne al tirano venezolano. Sorprende que un argentino tan argentino como él no haya descubierto que valía infinitamente más que el vil soldado de Sabaneta y el cruel tirano de La Habana.

Llega al medio siglo de vida con una amarga lección que esperamos le sirva para acometer ese terrible naufragio llamado vejez. Una pena que no pueda arrancarse el tatuaje del Ché, conocido por su insoportable fetidez. Y deslastrarse de esas ideas igualmente fétidas, que le revolcaran los alemanes de la Merkel. Se lo merecían.