Argentina, de duelo
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Sábado, 03 de Julio de 2010 23:19

altInolvidable la escena que acabamos de presenciar en vivo y en directo, gracias a la tecnología de las comunicaciones desde Johannesburgo: Maradona de regreso a los camerinos, conmovido, en lo más hondo de la pesadumbre, estrechado con alguien de su entorno con quien se abraza para expresar su pesar seguramente en el momento más doloroso de su existencia. Su equipo, que representa a su patria, aplastado de manera implacable, inclemente y arrolladora por el mejor equipo de este mundial de fútbol, Alemania. Pues poco importa lo que suceda en adelante. La de hoy fue la final de este mundial. El resto es silencio.

Si la política suele aprovecharse del deporte, como bien lo sabemos de todos los totalitarismos desde las olimpíadas de 1936, también el deporte puede dar lecciones políticas. Como la que hoy – y también ayer, con la derrota del Brasil – recibiéramos los latinoamericanos. No bastan el talento, la improvisación, incluso el azar – como en el agónico triunfo de Uruguay ante Ghana – para entregarle la delegación del resultado de las tareas y el desenlace final de los compromisos existenciales a la soberana inspiración, esa evanescente cualidad de que tanto nos preciamos los latinoamericanos. A la Argentina no le bastó Messi, en quien depositó gran parte de la responsabilidad en la tarea de desestabilizar al contrario y vencerlo con la relampagueante eficacia del chispazo del mejor delantero del mundo. Ni la épica de su entrenador, entregado con honestidad y fe a la tarea encomendada: conquistar otra copa, la que ha tenido en sus manos en jornadas memorables.

Argentina, que representa hoy por hoy sin duda mucho de lo mejor del fútbol latinoamericano,  fue arrollada por Alemania, que hiciera gala de un monumental juego en equipo, de una extraordinaria capacidad física, de una densidad en el dominio del campo y de una capacidad individual verdaderamente admirables. Juego de conjunto, estrategia y táctica, y once jugadores capaces de obedecer el diseño establecido por su entrenador para enfrentar a quien sea posiblemente, fuera de España, el mejor equipo del mundial: neutralizar a Messi, dominar sus zonas defensivas, utilizar al máximo el juego a balón detenido y efectuar contraataques verdaderamente fulminantes. El resultado fue espléndido para los alemanes, desolador para los argentinos. Una goleada humillante – pudo ser mayor, ante el derrumbe postrero de los argentinos - que hizo pedazos los sueños de Maradona. Reivindicarse ante el mundo no sólo como uno de los más grandes delanteros de la historia, sino como un hombre capaz de renacer de las cenizas y llegar a la gloria de otro mundial para el país que lo ama  más allá del bien y del mal.

Queda otra lección que me parece de enorme significación: Chile no fue más allá de los octavos. Ni podía. Pero mostró la nueva cara del fútbol de un país que se ha puesto los pantalones largos. Abandonar la clásica actitud del fútbol subdesarrollado – atrincherarse en la defensa y confiar en el milagro y la gracia divina de un golcito a mansalva – para actuar con la clásica parsimonia y el temple de quienes piensan antes de actuar y dominan sus nervios antes de cumplir los planes prefijados. Que se respetan.

Venezuela vive el derrumbe cataclísmico de sus valores ante esas taras del subdesarrollo: la improvisación, la irresponsabilidad colectiva, el individualismo y la fe en la providencia. Chávez las ha llevado al paroxismo. La oposición aún no se libera de ellas. Que esta lección de fútbol que nos brindaran los alemanes nos sirva de inolvidable enseñanza. Se triunfa en equipo, con los mejores y de acuerdo a una bitácora perfectamente planificada.  Sin pillerías y mezquindades. Dios escuche nuestras súplicas y nos permita superarnos. El mal, reconozcámoslo de una vez, está en nosotros.








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