Próxima generación
Escrito por Editorial El Tiempo (Colombia)   
Miércoles, 19 de Agosto de 2009 09:26

altLa amenaza no es nueva. Desde el 2006, distintos informes de organismos de seguridad del Estado, la OEA, la Defensoría del Pueblo, ONG y reportes de prensa han venido alertando sobre el accionar de nuevos grupos ilegales en el territorio nacional. Surgidas del rearme de algunos desmovilizados, de las unidades paramilitares que no entraron al proceso con el Gobierno y de delincuentes comunes, estas bandas siguen extendiéndose y constituyen uno de los mayores retos a la política de seguridad.
Las 'bacrim', como las bautizaron las autoridades, son la nueva generación de un fenómeno que podría incluir hasta 10.000 integrantes. En los últimos años, su crecimiento ha sido constante, por lo que ha disparado las alarmas del aparato estatal.

Según la Policía, más de 200 operaciones han golpeado las estructuras de ocho bandas reconocidas. Sin embargo, la Defensoría y la Fundación Nuevo Arco Iris reportan 82 de estas agrupaciones, activas en 141 municipios de 25 departamentos.

Las 'Águilas negras', por ejemplo -una de las primeras cuadrillas conformadas-, están en las más variadas zonas: Córdoba, los Santanderes, el Magdalena medio, Antioquia, Putumayo, el piedemonte llanero, Nariño, Cauca, el Valle y hasta en barrios populares de Bogotá. También están 'Los rastrojos'; la estructura militar de 'Comba', el heredero del cartel del norte del Valle; el 'Erpac', aparato militar de 'Cuchillo', otro capo narcoparamilitar; 'Los paisas'; las 'Autodefensas gaitanistas de Colombia' y otros grupos más pequeños. Los vacíos regionales que en términos de control territorial y de narcotráfico dejó la desmovilización de más de 30.000 paramilitares está siendo paulatinamente ocupado por estas organizaciones. Así mismo, la presión que esto genera sobre los desmovilizados para que retomen las armas es un peligro tangible que no se puede ignorar.

Además de convertirse en protagonistas de las distintas etapas del tráfico de drogas -incluyendo el expendio en las 'ollas' urbanas-, estos grupos ilegales se lucran de extorsiones y robos de tierras y, con sus 'oficinas de cobro', están detrás de una buena parte del incremento de los homicidios en las grandes capitales, ya comentado en estas páginas.

¿Estamos, entonces, ante la repetición de la sangrienta historia del surgimiento y la consolidación de las autodefensas? Un vistazo al mapa de las 'bacrim' podría sugerir que, por su distribución geográfica en corredores del narcotráfico, el país ha regresado a un escenario de conflicto similar al de principio de los años 90.

Sin embargo, estas bandas no giran en torno a la lucha antisubversiva; al contrario, se han reportado casos de alianzas con bloques guerrilleros para mover la droga. Aunque esto priva de sustento al eventual discurso político que aquellas agrupaciones puedan esgrimir en un futuro, el control territorial que hoy ejercen se está traduciendo en la creación de bases de apoyo en esas regiones y en la persecución de líderes comunitarios, de organizaciones de víctimas y de derechos humanos. No sería la primera vez en el conflicto colombiano que delincuentes y narcotraficantes se arropan con pretensiones políticas y activan redes sociales en busca de negociaciones con el Estado.

A pesar de que las autoridades han dado duros golpes a las 'bacrim', su imparable expansión muestra que la lucha contra ellas necesita refuerzos. Puede ser que marcar una línea divisoria entre el paramilitarismo de antes de la desmovilización y este 'nuevo' narcotráfico delictivo sirva como discurso para sostener la idea del fin de las autodefensas. Pero, como estrategia de combate, no es bueno ignorar unas peligrosas continuidades militares, organizativas y territoriales que alimentan la supervivencia de la delincuencia.

En ese sentido, la culebra, representada por los 'narcoparas', aunque bastante golpeada, sigue viva.


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