¿Fidel Castro o Augusto Pinochet?
Escrito por Manuel Fernández Moyano   
Sábado, 15 de Agosto de 2009 20:14

¿Qué sería de Chile si Allende hubiera logrado su propósito de convertirse en un segundo Fidel Castro, y qué sería hoy de Cuba sin en vez de Fidel Castro, Batista hubiera dado paso a un Augusto Pinochet?

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Visto desde la distancia del tiempo y del espacio, es legítimo que los venezolanos, que se encuentran viviendo una grave crisis existencial,  se planteen muy seriamente la interrogante que da título a este artículo. Dicho de manera brutal, como para espantar las buenas conciencias burguesas y sin pretender recomendar ninguna de ellas, ¿qué sería de Chile si Allende hubiera logrado su propósito de convertirse en un segundo Fidel Castro, y qué sería hoy de Cuba sin en vez de Fidel Castro, Batista hubiera dado paso a un Augusto Pinochet? 


Una primera gran diferencia luce demasiado evidente como para obviarla: Pinochet entregó el mando transcurridos 17 años de una férrea dictadura militar y, cosa aún más sorprendente,  lo traspasó a una coalición de partidos democráticos entre los cuales el Partido Socialista, al que perteneció el presidente derrocado. Fidel Castro le ha entregado el mando absoluto, luego de cincuenta años de feroz tiranía, a su hermano. Sin consultarlo con nadie.


Una segunda diferencia es asimismo digna de consideración: el traspaso de la dictadura de Pinochet a la democracia de la Concertación se hizo según lo establecido en su Constitución, dictada y aprobada durante la dictadura y, asunto también extraordinariamente sorprendente, todavía hoy plenamente vigente. Si bien se le han introducido modificaciones de gran relevancia, como reducir el mandato presidencial a cuatro años, sin posibilidad de reelección inmediata. Chile se curó del presidencialismo centralizador y del caudillismo con ambiciones vitalicias. Otra positiva consecuencia de la dictadura. Cabe hacer notar que ese traspaso tuvo lugar luego de celebrarse bajo la dictadura un plebiscito, que ella perdió. Como la misma elección presidencial, que también perdió. ¿Imaginable en la Venezuela de hoy, aparentemente democrática?


En cambio del caso chileno, el traspaso del poder se realizó en Cuba mediante el expediente de la herencia monárquica, una vez que la biología puso atajo a la capacidad de gobierno de Fidel Castro. Una monarquía que nadie eligió y se impuso siguiendo los criterios mercenarios. Como diría un filósofo francés: detrás de cada monarca hay un “soldier of fortune”. Asunto  frente al cual los cubanos tuvieron tantos derechos como frente a un ciclón o a una tormenta tropical, de los que  suelen asolarla de tanto en tanto. 


Siguiendo la descripción de las diferencias políticas entre una dictadura militar de duración limitada y una tiranía familiar vitalicia, en Chile han tenido lugar cuatro elecciones presidenciales, gobernando democratacristianos y socialistas. El Congreso ha renovado en las mismas oportunidades sus respectivas cámaras. En Cuba, las elecciones o están proscritas o se cumplen siguiendo la farsa de un sistema totalitario. Los candidatos son electos por Fidel Castro, por Raúl Castro o por quienes les obedecen antes de que el pueblo se exprese. En Cuba no existen ciudadanos. Existen súbditos. En Chile no existen súbditos: existen ciudadanos. Sirva al respecto una última gran diferencia: en Chile participan de la vida política todos los grupos imaginables, desde conservadores de ultra derecha hasta subversivos de ultra izquierda, desde ecologistas hasta indigenistas. En Cuba la disidencia está castigada con la cárcel: Chile es una democracia ejemplar; Cuba una aterradora dictadura. Así la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, se niegue a aceptarlo y siga profundamente encandilada por el agónico tirano. Donde hubo fuego, cenizas quedan.


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Son diferencias tan palpables y notorias, tan irrebatibles y evidentes que hacen prácticamente incomparables a ambas formas de autoritarismo si se juzga por los efectos que provocan. Pero si con tales y expresas diferencias no fuera suficiente como para saber qué hubiera pasado con Cuba de haber sido gobernada por Pinochet y qué de Chile de haber estaba estos últimos cuarenta años bajo la hegemonía de un Fidel Castro, no es inútil referencia a la realidad económico-social de ambos países. 


Veamos las cifras: en 1958, bajo el reinado de Batista, el PIB de Cuba era de 2.360 millones de dólares. El de Chile en ese mismo año, bajo el gobierno de Ibáñez, era de 2.580 millones de dólares. Una diferencia insignificante. El Ingreso Per Capita en el mismo año era de 356 dólares para Cuba y de 360 para Chile. Un chileno disponía al año en promedio de cuatro dólares menos que un cubano. La diferencia en habitantes e ingresos era mínima. En el 2000, tras cuarenta años de revolución, la población cubana era de poco más de 11 millones de habitantes, el PIB de 19.100 millones de dólares y el IPC de 1.700 dólares. Ese mismo año, tras diez de democracia y sin cambios notables en las transformaciones estructurales inducidas por la dictadura de Pinochet el PIB ya era de 153.100 millones de dólares. Ocho veces más que el Producto Interno Bruto cubano. Y el Ingreso Per Capita de los chilenos era de 10.100 dólares, para una población de poco más de 15 millones e habitantes. Hoy, el PIB per capita de los chilenos es de 14.000 dólares. El de los cubanos, es de 1.786. 


Es una diferencia brutal sin otra explicación que las diferencias de sistemas entre un país próspero y un país arruinado, atribuible a un solo factor: el comunismo cubano y el capitalismo chileno. La dictadura de Pinochet rescató a Chile, desde criterios de preservación del sistema capitalista y tras la recuperación del estado de derecho para evitar caer en ese tenebroso futuro y puso al país por la senda de la prosperidad y del progreso. 


Cabe una última consideración: la democracia hondureña se anticipó a ambas tragedias cortando por lo sano. Guardando las debidas distancias entre un pillo y dos revolucionarios, sacó del poder a un Fidel Castro, a un Allende y, sobre todo, a un Chávez en potencia. No pudo hacerlo mejor. Pues tampoco se vio obligada al recurso de un Pinochet. Los tiempos cambian. Así reclamen las progresías cómplices de la región y del hemisferio. Es de esperar que el ejemplo hondureño sirva de lección a los asaltantes políticos contemporáneos y las élites democráticas tengan el coraje de reconocer la verdad, que como bien dice el refrán, cuando sincera es amiga verdadera.

Especial para opinionynoticias.com


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