Antonio Sánchez García: En Venezuela impera un gobierno de facto
Escrito por Gabriel Pardo (El Mercurio)   

altLos s electores debieran saber qué piensa cada uno de ellos sobre Hugo Chávez, cómo procederían frente a su estrategia desestabilizadora continental, frente a sus socios del ALBA, cómo enfrentarían el proyecto neo totalitario del socialismo del siglo XXI




— ¿Cuál es su rol actual en Venezuela?

Contribuir al restablecimiento del Estado de derecho. Pues a pesar de las apariencias, en Venezuela impera un gobierno de facto, respaldado en el dominio absoluto y el control total por parte del presidente Hugo Chávez de todos los poderes del Estado. En Venezuela no existe separación de poderes. El presidente de la República detenta de facto todos los poderes del Estado: es el Comandante en Jefe – en activo y con poder de mando - de todas las Fuerzas Armadas, el principal legislador y el Juez Supremo de la Nación. Es un gobierno autocrático que actúa al margen de la Constitución, violada sistemáticamente,  y contra la expresa voluntad ciudadana, hoy mayoritariamente contraria al régimen. Si bien amparado por procesos electorales cumplidos bajo el ventajismo oficial más escandaloso.

Mi rol abarca múltiples actividades: desde mi trabajo propiamente académico y periodístico – escribo en diversos medios impresos venezolanos y suelo tener una presencia muy activa en los medios de comunicación que aún no han sido suspendidos o cerrados por el gobierno – hasta el ámbito propiamente político. Soy el secretario internacional de Alianza Bravo Pueblo, el partido socialdemócrata que lidera el Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma, y dirijo las relaciones institucionales de la Alcaldía. Formo parte, por lo tanto, de la dirección de ABP y de la comisión de asesoría estratégica de quien hoy por hoy es la principal referencia de los sectores democráticos venezolanos.

— ¿Cómo evalúa el gobierno de Chávez?

Creo haberle respondido en la respuesta anterior. Es un gobierno aparentemente cívico cuyos principales cargos ministeriales y de gobierno se encuentran en manos de oficiales activos o en retiro de las tres armas.  Un gobierno con vocación totalitaria regida por un teniente coronel que pretende entronizarse en el cargo hasta que el cuerpo le aguante. Siguiendo el paradigma cubano, aunque bajo la táctica de ampararse en la democracia para vaciarla de todo contenido. Es el fascismo criollo, disfrazado de socialismo revolucionario. Ha desconocido olímpicamente un referéndum constitucional que perdió de manera aplastante, que le impide reelegirse, pero cuyas propuestas volvió a presentarle al país de manera inconstitucional y fraudulenta, para terminar imponiendo su deseo por decreto. Hugo Chávez es un déspota, no un demócrata.  Criminaliza a la oposición, persigue a los medios, encarcela a los opositores o los empuja al destierro. Y mientras más popularidad pierde, más radicaliza su propuesta. Hay quienes creen que Hugo Chávez es un hombre de izquierda. Comparto el criterio del filósofo francés Bernard Henry-Levy, para quien se trata del clásico caudillo militarista latinoamericano, sin otra ideología que  apoderarse del Poder per secula seculorum.  Y para quien el socialismo no es otra cosa que la coartada para imponer una dictadura vitalicia.

— ¿Qué opina de lo realizado por Ledezma hasta ahora?

Antonio Ledezma es el clásico tribuno socialdemócrata, un abogado dedicado a la política desde su más temprana juventud, que ha participado en la gestión pública como diputado, como senador, como gobernador y alcalde de Caracas. Un hombre de la más estricta civilidad que representa los altos valores morales del tradicional servidor público. Conquistó la alcaldía más emblemática del país y segundo símbolo del poder político tras la presidencia de la república, el 23 de noviembre el 2008 contra todos los pronósticos y ante el más desaforado ventajismo por parte del candidato oficialista. Debió iniciar su gestión ante el acoso del régimen, el asalto y la toma de las emblemáticas instalaciones edilicias por grupos de choque armados del chavismo, la usurpación de sus atribuciones, secuestradas por el régimen que le ha arrebatado a la alcaldía  la tuición y administración de sus escuelas, sus hospitales, su policía y hasta de sus bomberos, privándolo además del 95% de su presupuesto. A pesar de haber ganado la alcaldía con una votación semejante a la de Manuel Zelaya, con más del 54% de los votos, ante este auténtico golpe de Estado ni la OEA ni Insulza han dicho esta boca es mía.
No conforme con tales abusos absolutamente inconstitucionales, Chávez creó una instancia metropolitana alternativa nombrando a una funcionaria por medio de sus clásicos dictados. Su dedo pudo más que ochocientos mil electores. El resultado ha sido el abandono de la ciudad al capricho de la desidia, la inseguridad y la basura.

Acuciado por la desesperación de sus miles de empleados privados de sus salarios se vio en la obligación de protagonizar una dramática huelga de hambre. La presión ante el secretario general de la OEA, una figura detestada por los demócratas venezolanos por su evidente parcialidad a favor de un régimen que viola sistemáticamente la Carta Democrática de la OEA ante su insólito silencio, le permitió salvar esa crisis. No sirvió de mucho. El gobierno insistió con un nuevo decreto ley que prácticamente le pone fin a la alcaldía. Y no satisfecho, encarceló de manera absolutamente arbitraria al prefecto de Caracas y empujó al destierro a uno de los más importantes funcionarios de nuestro partido. Su objetivo declarado es encarcelar a la principal figura opositora y a sus colaboradores. Ledezma ya enfrenta 19 juicios, uno de los cuales por traición a la patria por haberle dirigido una inofensiva carta de agradecimiento al senador brasileño José Sarney por su interés en la defensa del estado de derecho en Venezuela.

— ¿Planean una visita a Chile?

En efecto. Accediendo a una invitación del Alcalde de Santiago planeamos ir a Chile antes de las elecciones de diciembre, establecer contactos con los partidos políticos, entrevistarnos con los candidatos presidenciales, visitar algunas universidades, comunicarnos con los medios y recabar apoyo en nuestra lucha por la recuperación de nuestra democracia. Es lo que Antonio Ledezma ha hecho en Bogotá, en Buenos Aires, en Sao Paulo, en Estrasburgo, en París y en Madrid. Con un solo objetivo: denunciar las violaciones a los derechos humanos, a la institucionalidad democrática, a la Carta Magna, a la Carta Democrática, a las universidades, a las iglesias, a los empresarios, a los sindicatos. Violaciones que se han convertido en el pan de cada día de los venezolanos ante este auténtico golpe de Estado en cámara lenta que sufrimos desde que fuera electo por primera vez, hace diez años. Dar cuenta de la pavorosa inseguridad reinante, que eleva la cantidad de homicidios en estos diez años de gobierno a una cifra cercana a los ciento cincuenta mil asesinatos. Poner en conocimiento de los chilenos el lamentable estado de nuestras escuelas y hospitales, la brutal carestía de la vida – la más alta de América Latina y una de las más altas del mundo -, la cesantía y la crisis social que nos agobian, a pesar de haber recibido la mayor cantidad de recursos financieros jamás vistos en nuestra historia: la bicoca de novecientos cincuenta mil millones de dólares. Varias docenas de Planes Marshall. Ante la caída de los precios del crudo hoy  no nos queda más que la sensación de una borrachera. Y el abismo.

—Usted tuvo un pasado ligado a la izquierda en Chile. ¿Podría describir ese proceso con algunos datos biográficos?

Nací en el barrio Independencia, hijo de un chofer de taxi y miembro de una familia de siete hermanos. Todos de izquierda. Mi padre, comunista, me inculcó principios morales y políticos indelebles. Fui aceptado en las JJCC a mis 15 años bajo el patrocinio de Elías Lafferte.  Luego de licenciarme en historia en el Pedagógico de la Chile, en donde fui asistente de don Mario Góngora, realicé mis estudios de post grado en historia y filosofía en la Universidad Libre de Berlín Occidental, donde viví durante ocho años. Los gloriosos años del movimiento estudiantil europeo y Mayo del 68, en los que participe de manera militante y entusiasta. Volví a Chile cuando el triunfo de la Unidad Popular, trabajé en el Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile y me integré al MIR, del que fui encargado del área de cultura, universidad y comunicaciones junto a Bautista Van Schowen.

Aprendí a apreciar en su justo valor a la democracia y a la libertad en los difíciles años del destierro. Primero en Alemania, luego en Francia y finalmente en Venezuela, adonde llegué hace más de treinta años. Pues la democracia es el sistema político menos imperfecto, más perfectible y, paradojalmente, menos cotizado por el delirio político del radicalismo que un día compartiera. La libertad es como el aire: no se lo advierte hasta que nos falta. Lo que nos lleva a cometer los más graves y devastadores errores de nuestras vidas. Asfixiarla en nombre de un igualitarismo falaz y de una utopía irrealizable que termina justificando el despotismo, los campos de concentración y la ruindad más absoluta.

—Cuál es su visión de la política en Chile? ¿Cómo ve el proceso eleccionario chileno?

Después de casi veinte años de ausencia tuve el honor de venir con mi esposa venezolana a la transmisión de mando de Pinochet a Aylwin como miembro de la comitiva del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, un acontecimiento de una honda emotividad. Asistir al reencuentro de los viejos enemigos y participar del abrazo solidario de marxistas y social cristianos, ante el respeto de las tradicionales fuerzas del conservadurismo chileno, fue insólito, por no decir asombroso. Encontré un país profundamente conmovido, sacudido e ilusionado con la reconquista de la libertad. Un país esperanzado, que se abría al futuro más experimentado, más maduro, más consciente y responsable. Dejar atrás una tragedia fue un logro histórico infinitamente más importante que haberla provocado. Tras veinte años de transición Chile se ha posicionado en el escenario latinoamericano y mundial como un país ejemplarmente democrático, próspero, seguro, en el que impera de manera inequívoca el Estado de Derecho.

Espero y confío, en bien del país y del resto del continente – en el que Chile debiera cumplir un papel rector – que los cambios que puedan tener lugar en el futuro inmediato no afecten los logros obtenidos, no paralicen los esfuerzos hacia la construcción de una sociedad más justa y más solidaria. Y permitan que asuma en la región un rol que por razones que me son absolutamente incomprensibles se ha negado a cumplir, no sé si por modestia o falta de visión estratégica: ser vanguardia en la defensa de los valores esenciales de la democracia, de los derechos humanos, de la paz y la convivencia pacífica.

Espero, asimismo, que las fuerzas y sectores que recibieran un trato tan ejemplar y solidario por parte de la democracia venezolana durante los duros años de la dictadura, recapaciten y comprendan que el pago de Chile hacia Venezuela no puede consistir en la ingratitud y la complicidad con quien asedia, persigue y reprime a quienes no piensan ni sienten como él. Es una deuda pendiente de los sectores democráticos chilenos, particularmente de la izquierda de todo signo,  para con quienes los demócratas venezolanos hoy asediados y perseguidos fueran ejemplarmente solidarios.

¿Qué opina de los candidatos: Piñera, Frei, Enríquez-Ominami y Arrate? ¿Ve a algún candidato más cercano a Chávez?

En cuanto a la campaña, creo, en primer lugar, que un eventual gobierno de centro derecha no es nada grave. El oxígeno de las democracias es la alternancia en el Poder. Y por ello yo abogo  incluso por la no reelección, sin excepción de ninguna naturaleza. En política, nada desgasta, corrompe y pervierte más que la permanencia en el cargo. Y nada frena más el necesario rejuvenecimiento de las dirigencias que la creación de caudillos democráticos que vegetan en sus partidos esperando volver a la presidencia en cuanto la Constitución les permita un resquicio. Es la estrategia de las neo dictaduras latinoamericanas afincarse en la reelección vitalicia: Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega son un siniestro ejemplo. Uribe cometería un grave error volviendo a postularse. En Venezuela la reelección de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera contribuyó de manera sustancial a la decadencia y la crisis del sistema democrático. Ellos solos capitalizaron veinte años de los exiguos cuarenta años de democracia que ha tenido Venezuela en doscientos años.

Creo, en segundo lugar, que veinte años para la Concertación es más que suficiente. Por ello, no me preocuparía un triunfo eventual de Piñera, del que espero, si llega a La Moneda, que sepa afianzar sus ejecutorias en la extraordinaria obra concertacionista, como la Concertación tuvo la inmensa sabiduría de apoyarse en los fundamentos estructurales dejados por las profundas transformaciones inducidas por la dictadura. Aunque suene paradójico, de no triunfar Frei – un hombre fogueado en el ejercicio del cargo, de gran madurez política, honrado, valiente y demócrata a carta cabal - o MEO, del que desde Venezuela no tenemos ninguna referencia concreta, quisiera un Piñera más concertacionista que la Concertación. Alternancia en los cargos  y continuidad en los proyectos estratégicos de país son las dos claves del progreso de las naciones, cuando disfrutan de la estabilidad y el crecimiento de que disfruta Chile. De allí que las alternativas entre la izquierda y la derecha no me parezcan una encrucijada existencial. Muy por el contrario: me parecen una muestra de gran madurez política.

Chile dejó de ser una nación cruelmente partida en dos mitades - la gran desgracia que hoy sufrimos en Venezuela - para integrar en la actualidad una comunidad próspera y democrática, con todos los matices políticos imaginables. La chilenidad no es atributo particular de ninguno de sus sectores políticos. Chile les pertenece a todos. Quedan enormes tareas pendientes, que si la Concertación no llegara a rematar con un quinto gobierno – una difícil proeza - las imagino perfectamente realizables por la centro- derecha chilena. España pasa de Felipe González a Aznar y de Aznar a Zapatero sin grandes traumas ni retrocesos. Lo más probable es que incluso el próximo año, si se adelantan las presidenciales, pase de Zapatero a Mariano Rajoy.  ¿Por qué no en Chile?

La vertiginosa irrupción de MEO, el tercero en disputa, un hecho positivo que puede contribuir a darle protagonismo a sectores que se sienten marginados de la apuesta por el Poder contribuyendo a rejuvenecer así el debate político nacional, me parece un fenómeno de múltiples facetas, que los chilenos debieran analizar con cuidado y ponderación. Con el Poder no se juega. Con una Nación, muchísimo menos.  Es vital que se alcance consenso entre las distintas candidaturas respecto de puntos esenciales que atañen a la democracia, a los derechos humanos, al respeto a las instituciones, a la continuidad de las líneas estratégicas del desarrollo nacional bajo el concepto maestro de democracia social. Chávez tenía a pocos meses del proceso electoral del 98 un 2% en las encuestas. De pronto se produjo el cataclismo y el deslave de una sociedad que en un rasgo de irracional capricho decidió vengar sus frustraciones echando por la borda sus certidumbres democráticas y jugar con fuego dándole el poder a un teniente coronel ambicioso, inescrupuloso, inexperto e irresponsable hasta el delirio. Aunque de un fascinante poder de encandilamiento para una sociedad civil que confundió la política con el espectáculo. Hoy lo estamos pagando muy caro.

Muy lejos de mí la intención de hacer odiosas comparaciones, pero la sociedad chilena, recién salida de la convalecencia de una locura que nos costó miles de muertes, sufrimientos inenarrables y una espantosa dictadura,  debiera ser muy estricta a la hora de solicitar certificados de impecable trayectoria, experiencia y alta responsabilidad para darle la dirección de sus asuntos públicos al hombre o la mujer más capacitados. Los latinoamericanos, enfrentados en la actualidad a una auténtica arremetida totalitaria, muchísimo más grave que la de los años sesenta-setenta, debemos cuidarnos de convertir la historia de nuestras repúblicas en un guión de telenovela. Debemos cuidarnos de olvidar el pasado y obnubilarnos ante falsos espejismos.

En cuanto a Arrate, lo sé un hombre de una gran integridad personal, fiel a los dictados de su conciencia y capaz de defender sus principios con coraje y honestidad. El aumento que ha experimentado su campaña en los sectores populares da prueba de la necesidad de integración que experimenta la sociedad chilena. Es el principal desafío del futuro: la integración de todos en la aventura de la construcción de la modernidad.


¿Cuál de los candidatos le parece más cercano a Chávez?

No estoy en capacidad de decirle cuál de los candidatos le es más cercano, pues la comparación sería odiosa y ofensiva. Lo que sí le puedo decir es que los electores debieran saber qué piensa cada uno de ellos sobre Hugo Chávez, cómo procederían frente a su estrategia desestabilizadora continental, frente a sus socios del ALBA, cómo enfrentarían el proyecto neo totalitario del socialismo del siglo XXI, que no perdona fronteras ni respeta acuerdos multilaterales. También sería interesante saber qué piensan de la situación concreta de los derechos humanos en Venezuela, de las sistemáticas violaciones a las instituciones, de los cierres de medios, convertidos en estrategia hegemónica que ya infesta a la región, como lo demuestra el caso de los Kirchner y Rafael Correa. Cerrar un medio es un crimen que sólo puede ser permitido o avalado por déspotas o aprendices de tirano. Y en cuanto a su política exterior, si desde la OEA y otros foros multilaterales asistirían en auxilio de la democracia venezolana o la dejarían naufragar mirando de soslayo.

Otro asunto de extraordinaria gravedad es la ingerencia extranjera en las elecciones de los distintos países de la región. Chávez ha incidido en todos los procesos electorales de los últimos años, aportando cuantiosos recursos para influir sobre los resultados electorales. Lo hizo en México, en Bolivia, en Ecuador, en Argentina, en Nicaragua, en Honduras. Le ha resultado muy rentable, hasta llegar a controlar la OEA, como lo demuestra el caso hondureño. Un reciente escándalo revela la posible inyección de casi cuarenta millones de dólares en la campaña uruguaya. Sería absolutamente incomprensible que no lo estuviera intentando en Chile. Este es un tema demasiado candente como para obviarlo.

Me asombra por todo lo anterior que el tema Chávez esté ausente de la discusión de campaña. Hoy, ante la cruzada continental del chavismo – militarista y fascistoide al extremo – es imperativo tener la película muy clara.  Insulza pretende ignorarla. Un sector de la izquierda chilena, también. Donde hubo fuego, cenizas quedan. Yo espero que en el corazón de ninguno de los cuatro candidatos queden cenizas del extremismo antidemocrático de los setenta. De todo signo y condición.  Para bien de Chile. Para bien de su democracia.

— ¿Mantiene algún contacto con políticos chilenos?

En razón de mi trabajo en el seno de la oposición venezolana he mantenido y continúo manteniendo contactos ocasionales con personeros de la DC, del PPD, del PS, de la UDI, de RN. He mantenido un fructífero intercambio de opiniones con Tomás Jocelyn Holt, con Sergio Bitar,  con Jorge Schaulsohn, con Joaquín Lavin. Me he reunido con Isabel Allende, con Jorge Pizarro, con Gutemberg Martínez, con los Zaldívar, con Ricardo Núñez - con quien fuéramos compañeros de curso en el Liceo Valentín Letelier y en el Instituto Pedagógico - y con Genaro Arriagada, con quien participáramos como adolescentes en las luchas estudiantiles desde la FESES.  De los candidatos, sólo conozco a Jorge Arrate, a quien no veo desde hace por lo menos 35 años. A Marco Henríquez-Ominami lo conocí recién nacido. Y creo haberlo llevado alguna vez al kindergarten parisino en que aprendía a deletrear el francés. Su madre es una mujer maravillosa a la que me une una amistad de casi medio siglo. Nunca más supe de él, hasta que irrumpiera como una tromba en la campaña electoral. Pienso que al inyectarle sangre joven al debate político ha ayudado a sacudir las conciencias. Y eso siempre es bueno.

— ¿Cómo recuerda sus días en el MIR (qué le tocó hacer, qué recuerdos tiene de Max Marambio, Andrés Pascal, Carlos Ominami y del propio Miguel Enríquez)?

Mis años en el MIR fueron de gran intensidad. Exclusivos y excluyentes. Habiendo asumido la militancia en forma profesional, la entrega al trabajo partidario debía ser total, pleno y sin restricciones. En mi recuerdo, esos tres años fueron un torbellino apenas interrumpido por las pocas horas de sueño y la absoluta ausencia de cualquier distracción que no fuera la militancia misma. Sin días festivos, sin vacaciones, sin descansos. Esa entrega total al trabajo político no era privativa del MIR, pero en el MIR asumía un cierto carácter eclesial, religioso, profundamente sectario.  En el MIR se jugaba al todo o nada, la revolución o la muerte. Con un olímpico desprecio por la vida cotidiana, secular. Una suerte de extremismo existencial que imponía vivir en la frontera entre la realidad y la utopía. De allí todo lo bueno, pero también todo lo malo que se deriva de ese extremismo nihilista. Y las dramáticas confusiones a que diera lugar. El partido revolucionario es un mini estado totalitario en ciernes. No sin razón, Carl Schmitt, uno de los más grandes pensadores y juristas alemanes, considera que el militante revolucionario inventado por Lenin es la bomba más mortífera inventada por el hombre. Hizo saltar por los aires al eurocentrismo napoleónico y a los intentos del Congreso de Viena por salvar la Europa monárquica.

Esa militancia me enriqueció política e intelectualmente. Su dirección estaba formada por cuadros muy talentosos, particularmente Miguel Enríquez, su secretario general y Bautista Van Schowen, el segundo de a bordo. Aunque nadie los había elegido – el MIR funcionaba por auto génesis y cooptación, como corresponde a los partidos revolucionarios - eran, a mi modesto parecer, políticos imaginativos, audaces y sin duda superiores a importantes dirigentes del Chile de la Unidad Popular y los mejores cuadros del partido.  Miguel, un iluminado que adoraba al “pelao Lenin” y se conocía al dedillo la obra y las ejecutorias de Trotsky era impulsivo, atropellado, romántico. Con una deslumbrante capacidad oratoria y un decisionismo suicida digno de un auténtico líder revolucionario.  No tenía nada que envidiarle a ninguno de los líderes de la época. Aunque prisionero de la mitología que todos compartiéramos. Nos sentíamos más deudores de la Revolución de Octubre que de la Sierra Maestra, viviendo un capítulo de los 10 días que sacudieran al mundo, siempre a la espera de un asalto al Palacio de Invierno. Miguel se habrá sentido más cercano a Lenin que a Fidel Castro, y el Bauchi, más a Trotzky que al Ché Guevara. No faltaban tampoco los aprendices de Beria y de Stalin.

Bautista van Schowen, Jorge, era mucho más prusiano, sistemático, ordenado, cerebral. Con algo de fanático anglicano. No poseía la pasión latina y desordenada de Miguel, ni su carisma y seducción, pero podía ser mucho más intelectual, incisivo, profundo, descarnado y luminoso. Estaba menos arraigado en lo nacional, en lo folklórico y soñaba con cumplir la faena y salir a seguir cumpliéndola en donde fuera necesario.  Cuando terminábamos el trabajo, a las 3 o 4 de la mañana, solía llevarlo a su casa de seguridad, momento que permitía cierto ambiente confesional. En alguna de esas excursiones nocturnas por las calles desiertas de Santiago me confesó que su sueño era cumplir con la revolución y cuando todo estuviera consumado, salir a combatir en Sudáfrica. Fiel exponente de la revolución permanente.

A Andrés lo conocí mucho antes de entrar al MIR, cuando estudiaba sociología. Y luego, cuando se casó con la Carmen Castillo, quien era, junto a la Manuela, una íntima amiga de mi primera esposa. Tuvimos ocasión de trabajar con cierta proximidad cuando se postulara como candidato a rector por la Universidad de Chile. Una idea un tanto estrafalaria que se me ocurrió en la circunstancia. Era un hombre más bien circunspecto, con enorme savoir faire, un caballero. Imposible imaginarse a Andrés en medio de una trifulca, pero sí en una barricada, porque lo sabíamos bragado y corajudo. Según entiendo fue quien se dirigió el 11 de septiembre a la embajada cubana en busca de armas. No le temía al combate. Nos vimos por última vez en Berlín Oriental, en casa de Oswaldo Puccio. Habrá sido en 1975.

A Carlos Ominami lo conocí en 1971 en la Escuela de Economía, en donde yo ejercía una cátedra, él como alumno y como militante del MIR, recién llegado de Cuba adonde había ido a especializarse como cuadro militar del partido. Luego, ya en el destierro,  pudimos mantener una cierta familiaridad en Paris. En diversas circunstancias, hasta que establecieran hogar con la Manuela Gumucio. No volvimos a vernos desde que me fuera a Venezuela, en junio del 77 – por cierto junto a Marco Aurelio García, ex compañero del MIR y hoy asesor de Lula, para participar en un Congreso de Filosofía - salvo encuentros muy fugaces y ocasionales.

— ¿Qué le critica hoy al MIR? ¿Cómo ve que esos antiguos compañeros ahora estén con MEO?

No conocí a Max Marambio. Y no he seguido las ejecutorias del MIR en los años de la Concertación. De modo que no puedo dar razón del tema. La siniestra obra represiva de la dictadura, que se ensañó con su militancia, prácticamente acabó con lo que el MIR un día fuera. Un partido de cuadros, marxista leninista, disciplinado y vertical, fiel creyente del trabajo de masas y de la revolución como producto de una insurrección popular, no del golpismo ni del terrorismo conspirativo.  El golpe lo desgajó cuando estaba recién en proceso de crecimiento, antes de convertirse en el gran partido revolucionario para la circunstancia. Las razones por la cercanía que mantienen los miristas con MEO son obvias: no se es hijo del mito de la izquierda revolucionaria chilena por azar. Existe una muy justificada y loable empatía por lado y lado.  Alguna vez leí en alguna entrevista suya que si llegara a ser millonario daría una buena parte de su fortuna a los amigos de su padre. Una expresión estrictamente romántica, típica de quien conoce el oficio de épater le bourgeois a la perfección. No me extraña. En cuanto a alguna afinidad ideológica o política, sólo estoy en conocimiento de que tanto él como Ominami han hecho vida en el PS, no en el MIR. Cualquier otra afinidad, es parte connatural de las circunstancias.

— ¿Cuáles son sus recuerdos más marcados de su paso por Alemania?

Alemania ha sido parte esencial de mi vida. Allí viví el despertar de una generación que se rebelaba contra el nazismo, aún vivo y  fresco en la memoria de la gente, y de las dos guerras mundiales, cuyos protagonistas caminaban por las calles a nuestro lado. Allí viví de cerca el espanto ante la barbarie del holocausto, el estalinismo soviético, la burocracia comunista, la construcción del muro. Allí aprendí a ser revolucionario y profundamente anti estalinista. Una contradicción en los términos, pues todas las revoluciones socialistas son estalinistas y totalitarias. Allí conocí al idealismo alemán, a Hegel, a Marx, a Freud y al movimiento revolucionario mundial. Allí leí a Rosa Luxemburg, a Brecht, a Lukacs, a Schopenhauer, a Nietzsche. Pero sobre todo a Theodor Adorno, a Horkheimer, a Marcuse y a Jürgen Habermas, los pensadores que mayormente me han determinado. Con estos dos últimos conviví durante los tres años pasados en el Max Planck Institut de Starnberg, luego del golpe. En Alemania viví la maravillosa experiencia psicodélica de los Beatles, los Rolling Stones, los Door, los Pink Floyd, Franz Zappa, Dylan. Era la contra cultura contestataria que traía en la mochila cuando aterricé en Pudahuel en noviembre de 1970. Eso explica el asombro con que me miró el Bauchi cuando nos viéramos por primera vez pocos meses después, yo todo magullado luego de una retoma de Ingeniería, un asalto en miniatura al cuartel Moncada. Me dijo: Hippies en el MIR, ni a palos. Ni él ni yo sabíamos que terminaríamos trabajando juntos.

Sobre el entrevistado
Antonio Sánchez García estudió historia y filosofía en la Universidad de Chile y en la Universidad Libre de Berlín Occidental. Ha sido profesor e investigador en la Universidad de Chile, en el Max Planck Institut de Starnberg, Alemania, y en la Universidad Central de Venezuela. Autor de numerosas obras de historia y ciencias políticas, escribe en diversos medios y es referencia intelectual obligada de la oposición venezolana, en la que ocupa un papel muy destacado. Es asesor del Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma, Secretario Internacional de Alianza Bravo Pueblo y miembro fundador del Movimiento 2 de Diciembre, Democracia y Libertad, un importante grupo de opinión democrática que dirige el editor de El Nacional, Miguel Henrique Otero.




 
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